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La polarización sistémica

La polarización es un vocablo de moda en el mundo político contemporáneo. Sin embargo, se utiliza en el debate público de manera ambigua y sesgada. Se suele ubicar con dos polos que se presentan como radicalmente antagónicos, pero aunque estos se muestren como “extremos” ideológicos, eso tiene que ver más con la construcción de los propios actores políticos sobre la polarización que con la realidad. Que Jair Bolsonaro diga que el Partido de los Trabajadores (PT) representa la encarnación de la extrema izquierda y del comunismo radical no significa, obviamente, que eso sea así. El PT es, más bien, un partido moderado. Pero a partir del momento en el que el actual presidente brasileño, con su visceral antipetismo, elige al PT como su principal enemigo político, y este partido trata de reubicarse en el nuevo escenario político, poniéndose a la defensiva y teniendo también a la extrema derecha como principal contrincante, la polarización está armada.

La polarización no existe en abstracto. Es una construcción de los propios actores políticos en disputa, siempre retroalimentada por otros vectores, especialmente los medios de comunicación. Al cubrir de manera frecuentemente distorsionada y desequilibrada los acontecimientos y las figuras y posiciones políticas, varios medios acaban contribuyendo a la amplificación y visibilización de la polarización en la escena pública. Las redes sociales digitales también son un espacio privilegiado hoy para insuflar posturas enfrentadas que están llevando la división a planos más íntimos de la vida social. Eso significa que la polarización va más allá de los partidos, de las elecciones y del comportamiento político, llegando también a las calles, a las esferas cotidianas de sociabilidad, a las familias y a las redes de proximidad.

Si entendemos la política como lucha, es decir, como una actividad eminentemente conflictiva, la polarización se torna intrínseca a la política y puede darse entre fuerzas muy diversas y con intensidades distintas»

No hace falta que existan dos extremos ideológicos totalmente opuestos para que se produzca una polarización política. Si entendemos la política como lucha, es decir, como una actividad eminentemente conflictiva, la polarización se torna intrínseca a la política y puede darse entre fuerzas muy diversas (según el momento, las correlaciones de fuerzas y los intereses y objetivos de cada cual) y con intensidades distintas. De hecho, la polarización puede oscilar entre el reconocimiento del otro como un rival en una lógica de competición y una visión beligerante del otro como enemigo, en cuyo caso el odio y la violencia suelen emerger con fuerza y los marcos regulatorios y legales se suspenden o, al menos, se ponen en entredicho.

En nuestro imaginario (geo)político moderno hemos asociado la polarización a dos bloques de poder con proyectos totalmente divergentes: capitalismo x socialismo. Sin embargo, a diferencia de momentos previos en la transición y en la consolidación de los órdenes mundiales como fue el caso de la Guerra Fría, la polarización de hoy se produce entre fuerzas sistémicas, es decir, entre actores y posiciones que refuerzan el capitalismo y que, a pesar de diferentes, no apuntan hacia la contestación o la ruptura del degradado sistema, sino que aprovechan sus múltiples crisis (económica, política, ecológica, entre otras) para reacomodarse, fortalecerse o, en el mejor de los casos, generar algunas brechas de reforma y de defensa de derechos históricamente conquistados.

Vivimos hoy una polarización sistémica en América Latina y en varias regiones del mundo. Por un lado, tenemos en muchos países el fortalecimiento de una derecha conservadora y, a menudo, autoritaria, que no es solo radicalmente neoliberal, sino que actualiza fantasmas del pasado con sus ropajes coloniales, racistas, patriarcales y xenófobos, y busca articularlos con interpelaciones directas a la sociedad. Apoyada en el avance del pentecostalismo, en el descrédito en la política institucional, en la crisis de los actores políticos tradicionales, en las dificultades de mediación entre Estado y sociedad, en los cambios tecnológicos y en los errores del progresismo, las derechas contemporáneas se presentan como anti-establishment, pero cuentan con el apoyo de buena parte de las elites del poder. A su vez, destruyen la democracia reivindicándola. Hasta los golpes de Estado son, con frecuencia, justificados con la necesidad de “rescatar” o “restaurar” la democracia.

Por otro lado, frente a este escenario, parte de la izquierda latinoamericana (especialmente aquella que capitaneó el “ciclo progresista”) se vuelve hoy, curiosamente, a la defensa de una democracia liberal que, en sus orígenes, había criticado ferozmente. Si en las últimas décadas el debate giraba alrededor de la democracia directa, la democracia participativa, la democracia intercultural, o incluso su descolonización, el fortalecimiento público de esta derecha más radical en América Latina ha hecho que parte de la izquierda política pase a defender el sistema, las instituciones, las Constituciones, el Estado de derecho y una visión muy restringida de democracia. De este modo, en la polarización sistémica contemporánea, la derecha se radicaliza y tiene un carácter más disruptivo, mientras los progresismos se giran al centro del tablero político, aspirando “volver” a un escenario y a un mundo que ya no existe.

Es importante recordar que la polarización no es necesariamente negativa en política. En muchos momentos de la Historia permitió precisamente el bloqueo de la extrema derecha. Además, puede llevar a la apertura de nuevos escenarios y horizontes de justicia social y de emancipación. Pero no es este el caso de la polarización sistémica actual, que, por lo contrario, fortalece los extremismos de derecha e impide que se renueve la izquierda. Se tiende a pensar que como consecuencia de la polarización, las voces moderadas pierden poder e influencia. Esto suele ser cierto, pero también se excluyen ahora aquellas fuerzas políticas transformadoras, movimientos sociales, formas comunitarias, resistencias territoriales, luchas por los bienes comunes y en defensa de la vida que no encajan ni se identifican con la polarización sistémica. Partiendo de la oposición entre los dos polos que hoy refuerzan de maneras distintas al sistema capitalista, se simplifica profundamente la realidad social, se ocultan los verdaderos (y urgentes) problemas existentes en nuestras sociedades y se restringen las posibilidades de nuevos horizontes de futuro.

Foto de 35pais en Foter.com / CC BY-SA

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Profesor del IESP de la Univ. del Estado de Río de Janeiro (UERJ) e investigador senior de la Univ. Complutense de Madrid (Programa Talento Investigador). Miembro de la directoría de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS) y del Pacto Ecosocial del Sur.

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