Las relaciones humanas —más que el ingreso o los recursos materiales— emergen como un pilar decisivo del bienestar, revelando que la pobreza también se manifiesta en la fragilidad de nuestros vínculos y de la confianza social.
En medio de la polarización digital, pequeñas comunidades en redes sociales reinventan los rituales y crean vínculos afectivos mínimos que desafían la soledad contemporánea.
La región enfrenta una encrucijada: solo incorporando la resiliencia al desarrollo humano será posible proteger los logros alcanzados y avanzar en medio de la incertidumbre.
Un estudio en Chile revela la distancia entre cómo se ven los adultos mayores y cómo los imaginan los más jóvenes. La pregunta no es solo demográfica, sino política y cultural. ¿Cómo nos imaginamos nuestra propia vejez?
En América Latina la generosidad abunda, pero gran parte sigue siendo invisible; transformarla en una cultura de dar sostenida es clave para construir comunidades más fuertes.