“El nacionalismo de la vacuna” es como se ha denominado al comportamiento de los gobiernos —de derechas o del centro— de los países desarrollados en su disputa para garantizar el suministro de la vacuna contra el Covid-19 a sus respectivas poblaciones. Es en realidad la idea del “sálvese quien pueda” de los necios, ya que como ha afirmado António Guterres, Secretario General de Naciones Unidas, “el Covid-19 en cualquier lugar significa Covid-19 en todas partes”.
Esta búsqueda para asegurar el bienestar propio mientras las naciones pobres se las deben arreglar como puedan, ignora un aspecto básico como son las mutaciones que van surgiendo y que hacen que el virus tenga mayor resistencia. Por lo tanto, para minimizar los riesgos, el virus debe ser contenido de forma global.
Sin embargo, desde que la Organización Mundial de Comercio (OMC) declaró la situación de pandemia el 11 de marzo de 2020, lo único que se ha globalizado fue la descoordinación —a ojos vistas adrede— para seguir enriqueciendo a los más ricos, a las grandes multinacionales y particularmente a las farmacéuticas. Esto, a pesar de que Guterres afirme que “la vacuna para todos y todas es la vía más rápida para reabrir la economía global”.
En los últimos meses, gobiernos de países líderes del Sur global como India y Sudáfrica han pedido a la OMC que suspenda temporalmente las patentes vinculadas al coronavirus. Esto con el objetivo de que se puedan distribuir los medicamentos de manera más democrática y hacer que las vacunas se conviertan en un bien de la humanidad.
Pero la Unión Europa se puso de acuerdo con los gobiernos de los Estados Unidos y Gran Bretaña para oponerse al pedido, argumentando que ello desincentivaría la inversión y la innovación. La defensa de la industria farmacéutica ha sido una estrategia histórica de los países desarrollados y en este caso no hubo ninguna excepción.
La piratería de las grandes farmacéuticas
Las gigantes farmacéuticas Pfizer y AstraZeneca —proveedores de la vacuna— no han devuelto el favor. El anunciando retraso y la reducción de las entregas de vacunas no agradó nada a los gobiernos europeos, los cuales han apoyado con adelantos multimillonarios y compromisos de compra de más de 1.300 millones de dosis.
Las farmacéuticas no sólo aspiraban a priorizar el orden de llegada de países ignorando los contratos firmados, sino que la competencia por las vacunas se extendió a los precios. Algunas publicaciones afirman que hay países de la Unión Europea que pagan entre 14 y 18 dólares por cada dosis, Estados Unidos paga 19 dólares mientras que Israel, quien se encuentra entre los líderes en vacunación, paga hasta 62 dólares.
Medios periodísticos afirman que Pfizer prevé facturar, tan solo en 2021, 12.000 millones de euros con la vacuna contra el Covid-19. Y si se tiene en cuenta que las farmacéuticas mantendrán los derechos exclusivos por 10 o 20 años, dependiendo del caso, las ganancias son inimaginables.
Los suministros de vacunas en general y particularmente a la Unión Europea están muy por debajo a los compromisos acordados en los contratos. Y en este marco, líderes europeos como la presidenta de la Comisión Europea —Ursula von der Leyen— y su vicepresidente —Josep Borrell— han afirmado que se necesita mantener la transparencia sobre el destino de las vacunas.
¿Y qué pasa en América Latina?
Si la opacidad es un problema para la ciudadanía de la Unión Europea, la exigencia de las farmacéuticas de confidencialidad en los acuerdos con los gobiernos latinoamericanos es alarmante. El objetivo es mantener en silencio las disparatadas y abusivas pretensiones de las empresas con los países en desarrollo. Pero a pesar del hermetismo, las condiciones filtradas a la prensa o diplomáticamente deslizadas por altos funcionarios gubernamentales han dejado entrever algunas perlas.
En Argentina, Pfizer habría exigido como garantía “una nueva ley con bienes inembargables que incluía glaciares y permisos de pesca”, según dejó saber un asesor de Axel Kicillof, el gobernador de la provincia de Buenos Aires. No se supone que la inclusión de glaciares sea por activismo contra el cambio climático, sino porque el agua ha comenzado a cotizar en Wall Street.
La ministra de Relaciones Exteriores de Perú no pudo dar detalles del contrato “por la cláusula de confidencialidad”, pero admitió en una entrevista que el 23 de noviembre el gobierno peruano recibió el proyecto de contrato de la empresa Pfizer. Sin embargo, este no pudo ser firmado en la fecha prevista por su contenido.
El presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, declaró a la prensa que la información de los contratos con las farmacéuticas no sería entregada a la ciudadanía. Y se justificó en que “había que optar entre tener un contrato de confidencialidad o no tener vacunas”.
A su vez, el ministro de salud brasileño dijo que las “cláusulas leoninas y abusivas que fueron establecidas por el laboratorio Pfizer crean una barrera a la negociación y compra”. Mientras que en Colombia, diversas organizaciones sindicales y de la sociedad civil vienen denunciando la negativa del gobierno de Iván Duque a entregar información sobre los contratos.
Estos ejemplos describen las presiones de las gigantes farmacéuticas a los debilitados gobiernos de los países en desarrollo. Y no hay razones para creer que exigencias similares no se hayan extendido a otros países de América Latina, África y Asia, en perjuicio del Sur global. Este comportamiento de las grandes empresas como si el mundo fuese su “patio trasero” se debe precisamente a la falta de reglas internacionales claras que pongan freno a su codicia.
Ante semejantes atropellos, el Secretario General de Naciones Unidas afirmó que el mundo necesita un multilateralismo fuerte. La imposición de confidencialidad de los contratos no solo favorece los apetitos leoninos de los laboratorios, sino que es una oportunidad para que algunos gobiernos corruptos se amparen en ella para seguir delinquiendo.
La fragilidad del planeta ante la pandemia del Covid-19, la pérdida de empleo, el empobrecimiento y el cambio climático fueron algunos de los temas mencionados por Guterres en su discurso ante el Foro Económico Mundial. Se refirió también a la posibilidad de una gran fractura geopolítica en los sectores liderados por las dos potencias (China y los Estados Unidos), con dos monedas diferentes, y dejó entrever el aumento de la brecha Norte-Sur.
En cierta manera, Guterres pintó un panorama que en muchos aspectos se asemeja al de 70 años atrás. El gran logro del neoliberalismo fue hacer retroceder al mundo al momento inmediatamente posterior al de la Segunda Guerra Mundial, con un multilateralismo muy debilitado y en el cual los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas no parecen ser parte de la agenda internacional.
Foto por Presidência do Peru em Foter.com / CC BY-NC-SA
Autor
Secretario General Adjunto de la Confederación Sindical Internacional, con sede en Bruselas. Fue Secretario General de la Confederación Sindical de las Américas.