En los últimos días se han venido conociendo los nombres que conformarán el equipo de gobierno del segundo mandato de Donald Trump a partir del próximo 20 de enero. Dentro de estos nombres, destaca la designación del senador Marco Rubio como futuro Secretario de Estado. Lo que sería la primera vez que este cargo estaría conducido por un hispano. Hijo de migrantes cubanos y con una dilatada experiencia política en varios comités estratégicos del Senado, conducirá una renovada “línea dura” y asertiva frente a las dictaduras consolidadas en la región.
Rubio tendrá un contexto geopolítico marcado por complejo fenómeno migratorio regional, la invasión en Ucrania, el conflicto en Gaza, las tensiones con China, Irán, Corea del Norte, entre otros problemas de escala global. Sin embargo, en su hoja de servicios destaca sus posiciones enfáticas sobre la política exterior hacia Latinoamérica, en especial sobre las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela, donde ha centrado su experiencia parlamentaria.
Si bien se conocen los rasgos de la doctrina diplomática del primer mandato de Trump, con Rex Tillerson y Mike Pompeo al frente, en esta ocasión Rubio dispondrá de un mayor respaldo parlamentario con el que no contaban sus antecesores. En este sentido, habría que preguntarse ¿qué margen de autonomía podrá tener en un equipo liderado por Donald Trump? ¿En qué se traducirá su visión neoconservadora de cara a la región latinoamericana? ¿podrá como Secretario de Estado reafirmar la hegemonía estadounidense en el hemisferio frente a la sostenida influencia de China y Rusia?