La esperanza de vida ya no depende de los genes ni de la suerte. Depende del código postal, depende de la etnia, del ingreso, de la educación, de la paz o del exilio. El nuevo Informe mundial sobre los determinantes sociales de la equidad en salud de la OMS, (2025) lanzado el 6 de mayo de 2025, es una sentencia con datos que enfatiza que la desigualdad social mata. Mata en silencio, a diario y a gran escala.
La epidemiología clásica siempre ha buscado patrones, causas y efectos. Pero hoy, los brotes más mortales no provienen de agentes patógenos, sino de sistemas. La enfermedad no se distribuye al azar. La injusticia sí.
La brecha que la medicina no puede cerrar
Hay 33 años de diferencia en esperanza de vida entre el país más longevo y el más vulnerable. No es porque el primero tenga hospitales más modernos; es porque tiene sociedades más justas. Mientras la medicina actúa río abajo, los determinantes sociales actúan en la fuente; en el acceso al agua, a la educación, a un trabajo digno.
Y la ciencia es clara. Las condiciones en que nacemos, crecemos, trabajamos y envejecemos explican más del 50 % de nuestra salud. Las desigualdades en salud no son accidentes ni misterios médicos, son inequidades estructurales, previsibles y evitables.
Emergencias crónicas: la desigualdad como pandemia permanente
La Covid-19 fue el gran reflector que exacerbó brechas, visibilizó olvidos y dejó cicatrices profundas. Pero, como advierte el informe, la pandemia solo reveló lo que ya estaba podrido: sistemas colapsados, economías dependientes, deudas públicas que asfixian el gasto social.
En 2024, más de 3.300 millones de personas viven en países que gastan más en pagar intereses de deuda que en salud o educación. En muchos de ellos, los más pobres mueren por causas prevenibles; y no porque no existan soluciones, sino porque no llegan a tiempo ni al lugar correcto.
Determinación social: más que contexto, es causa
La epidemiología de la determinación social no pregunta solo qué enfermedad tiene la gente, sino qué gente tiene la enfermedad, y por qué. En esa mirada, el informe de la OMS ofrece un mapa con cuatro rutas urgentes:
- Invertir en servicios públicos universales para reducir la desigualdad económica.
- Desmantelar la discriminación estructural que perpetúa la inequidad entre generaciones.
- Orientar el cambio climático y la digitalización hacia la equidad en salud.
- Construir nuevas formas de gobernanza con participación real y datos desagregados.
La desigualdad social no se reduce con intervenciones clínicas. Se combate con políticas fiscales progresivas, sistemas de protección social y marcos jurídicos que restituyan derechos donde históricamente han sido negados.
Mirar lo invisible: racismo, género y migración como determinantes
El informe va más allá de la teoría. Pone el foco donde duele: racismo estructural, sexismo, capacitismo, xenofobia, la salud de mujeres, pueblos indígenas, personas migrantes o con discapacidad; no es peor por biología, es peor por exclusión.
Por ejemplo, las mujeres en situación de pobreza tienen más probabilidad de morir por causas maternas. No porque sus cuerpos fallen, sino porque el sistema les falla. La discriminación estructural se hereda, se normaliza y se convierte en enfermedad.
Y en contextos de migración forzada y conflicto, la negación del derecho a la salud se vuelve una forma de violencia. La salud no puede depender del pasaporte.
El clima y la tecnología: ¿fuerzas de progreso o nuevas formas de exclusión?
El cambio climático ya no es futuro: es presente. Afecta a cultivos, agua, vivienda. Afecta a la salud; y, como todo en el mundo, afecta desigualmente. El informe insiste: la transición energética y la adaptación climática deben ser justas. No se puede salvar al planeta excluyendo a quienes menos lo dañaron.
Lo mismo ocurre con la digitalización. La brecha digital no es solo de conexión, es de derechos. La salud digital no debe ser un privilegio, sino un bien común. Sin regulación, puede aumentar la desigualdad, perpetuar sesgos algorítmicos y dejar atrás a millones.
El dato como poder: sin evidencia, no hay justicia
La gobernanza debe basarse en datos que expongan lo que se quiere ocultar, por lo que deben ser desagregados por edad, género, etnia, migración, discapacidad. Sin ellos, la invisibilidad persiste. Con ellos, la política puede ser reparación.
El informe recomienda fortalecer sistemas estadísticos, plataformas intersectoriales y mecanismos de rendición de cuentas. Porque lo que no se mide, no se prioriza.
La equidad en salud no es un sueño, es una decisión política
La OMS lo dice sin ambigüedades: la equidad es una elección y la epidemiología social es la brújula para tomar esa decisión con justicia. No basta con querer un mundo saludable, hay que construirlo, y eso implica redistribuir poder, dinero y recursos.
La región latinoamericana tiene una historia marcada por desigualdades profundas, pero también por luchas colectivas. Este informe es una herramienta para convertir la evidencia en acción; para que la salud deje de ser un privilegio y se convierta en derecho. Porque si algo nos enseñó la pandemia es que nadie está a salvo hasta que todos lo estén.