El Salvador se ha convertido en una gran prisión, y su presidente exhibe orgullosamente la llave que abre la celda. Tras dos años de un estado de excepción que parece no tener fin, Nayib Bukele alcanzó, con amplio apoyo popular, jaquear el estado de derecho, la oposición y la democracia
Buena suerte la del presidente Bukele, que, en un solo acto, ha visto desaparecer de su futuro, tres sombras que podían haberle implicado con el narcotráfico.
La familia Bukele ejecuta un gasto multimillonario en ejércitos de desarrolladores dedicados a multiplicar la propaganda oficial en redes sociales y a apagar las voces disonantes.
En un país donde la inseguridad tornaba la vida insostenible, la brutalidad contra presuntos delincuentes y los indicios de autoritarismo no solo son aceptados, sino que, incluso, se convierten en votos.
En El Salvador, la democracia ya no puede ser interpretada en su sentido original, como un sistema con contrapesos que permitieran opiniones divergentes. Con la actual mayoría absoluta en la Asamblea Legislativa, se ha eliminado la separación de poderes.
Inexorablemente, el presidente salvadoreño Nayib Bukele se encamina con absoluta calma hacia su inconstitucional reelección ya que controla todo el aparato estatal, incluyendo los poderes legislativo y judicial.