Antes de abordar lo que nos ocupa con la obra 1903, El Musical, hablemos del control de masas a través de la propaganda política, cuyo fin es persuadir en tiempos de guerra, buscando influir en emociones, ideologías políticas o culturales.
La propaganda política surge con los emperadores romanos como Julio César y Octavio Augusto, quienes utilizaron monumentos, monedas y discursos públicos para consolidar su poder y promover sus logros. En 1622, por iniciativa del papa Gregorio XV, se crea la Sacra Congregatio de Propaganda Fide para controlar desde Roma la evangelización a nivel mundial, pero también con el propósito de consolidar la autoridad papal en todo el orbe. Poco a poco, la propaganda se fue consolidando en regímenes totalitarios, como el de Lenin, quien implantó el comunismo en Rusia, y el de los nazis, que llegaron al poder en Alemania.
En la actualidad, cuando vemos una bandera estadounidense, escuchamos el nombre de «Trump» o incluso leemos las siglas «MAGA», no importa el contexto, lo primero que nuestra mente relaciona o connota, semióticamente hablando, es imperialismo vivo. Y en el ámbito panameño, esto se traduce en «soberanía», que tanto ha costado sostener en los libros de historia.
¿Pero…? ¿Cómo se relaciona esto con la obra de teatro 1903, El Musical?
Harold Lasswell, pionero en ciencias políticas y teoría de la comunicación, concibe este mecanismo como un flujo de información controlado que dirige o influye en la opinión pública y proporciona modelos o pautas de conducta. Esto no debe tomarse con aires de oscuridad. Si bien Donald Trump mueve sus fichas según sus intereses, el panameño tiene su historia vivida, representada en grandes escenarios con centenares de espectadores que no dejan morir su pasado.
La obra de teatro 1903, El Musical, es un gran ejemplo de propaganda política bien lograda: desde las escenografías, vestuarios y actores, hasta la música que podría convertirse en un himno de soberanía. La obra está representada como quien mueve con estrategia las fichas en un tablero de ajedrez. No es sino hasta el final del musical cuando se siente el «jaque mate», y no queda emoción que no pueda resumirse en al menos una lágrima.
El guion inicia con un Victoriano Lorenzo, uno de los grandes héroes de la historia panameña, tendido en el pavimento de lo que hoy conocemos como Plaza de Francia, un personaje olvidado en la historia, quien revive para recrear la separación de Panamá y Colombia. Los personajes están bien pensados, incluyendo los breves minutos que tiene Theodore Roosevelt, o la forma tan irónica de ver a Philippe Bunau-Varilla, que, si en algún momento quisieran borrarlo de los libros de historia seguiría siendo un antihéroe a quien Panamá «debe» su Canal, pero que, a su vez, nos vendió por 10 millones de dólares.
El poder de la música
Según un artículo de Eduardo Barreto Martín, investigador de la Universidad de Salamanca, sobre la relación entre la memoria democrática y los espacios culturales, la música no sólo refuerza los mensajes, sino que también facilita su memorización y crea conexiones emocionales en torno a un objetivo colectivo. En el caso de esta obra, los temas musicales cumplen una función clave en la narrativa y en la evocación de la identidad nacional. Canciones como “No se gana (pero se goza)” logran conectar con las emociones del público a través de versos como: «Sé para Panamá, sale el sol, otro día pa’l Gobierno meternos otro gol, únete al movimiento, juega tu rol que de esta tierra hay que volver a tomar el control».
También destaca “Eres mi hogar”, que expresa un sentido de pertenencia con líneas como: La tierra que al partirse al mundo unirá… Eres mi hogar, no existe otro amor, no existe otro lugar. La canción “Bandera” eleva el símbolo patriótico a una representación de esperanza y sacrificio: Azul como los yeguas que uniremos, el rojo de la herida por sanar, el blanco de la paz por la que soñaron los mártires que te levantarán. Y, finalmente, la icónica “Sé para tu patria” se convierte en un himno de resistencia y coraje: Deja a un lado el miedo que te para, el guerrero que hay en ti hoy se para, párate y sé para Panamá, sé para tu patria.
Estas canciones funcionan como verdaderos detonantes propagandísticos. Su efecto puede compararse con el uso de la música durante la Primera Guerra Mundial, cuando se componían canciones para animar al público a apoyar el esfuerzo bélico, una estrategia que también fue eficaz durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la propaganda política no debe interpretarse necesariamente como algo negativo; puede ser un recurso poderoso para fortalecer la identidad y la memoria colectiva de un país.
Impacto social y contrapropaganda
El teatro, como herramienta política, no es nuevo. Isidora Aguirre relató cómo Salvador Allende le pidió incorporar su obra “Los que van quedando en el camino” para fortalecer su campaña presidencial. 1903 funciona de manera similar: es un contrarrelato que refuerza el orgullo panameño frente a narrativas externas que hoy, en 2025, amenazan con resurgir. Quizás no sea la maquinaria propagandística de Trump, pero en Panamá, al menos, sigue funcionando como un recordatorio de nuestra capacidad de resistencia.
Desde la representación simbólica, la crítica social, la idealización de héroes o villanos, la simplificación de ideas complejas, hasta la movilización del público, quedan reflejados en la obra, que logra captar la esencia de estos mecanismos. Al final, la figura de Ascanio Arosemena, dirigente estudiantil asesinado en 1964 durante los incidentes del Día de los Mártires, cuando un grupo de estudiantes ingresó a Zona del Canal de Panamá bajo administración estadounidense, se erige como un símbolo que abarca a todas las generaciones de panameños que han luchado por la soberanía de su patria, dejando un mensaje profundo de unidad que resuena con fuerza en el corazón de todos los espectadores.