Viaje a Ítaca» es un videopodcast de entrevistas conducido por el Dr. Manuel Alcántara, en el cual entrevista a prominentes Miembros de Club de Madrid. El objetivo de este proyecto es compartir las opiniones de estos líderes sobre la política internacional, regional y de sus respectivos países, basándose en su experiencia personal en el ámbito político y de liderazgo, a través de conversaciones amenas y distendidas.
En esta edición inaugural, el Dr. Manuel Alcántara conversa con el economista, político y escritor uruguayo de origen español, Enrique Iglesias. Desde su activismo político en Uruguay hasta su labor internacional en el Banco Interamericano de Desarrollo y la Secretaría General Iberoamericana, Iglesias se ha convertido en una figura clave para comprender la América Latina contemporánea
¿Cómo ves hoy el escenario mundial?
El momento que estamos viviendo es preocupante con dos grandes conflictos sangrientos en Ucrania y Medio Oriente. Pero inicio diciendo algo que digo a la gente joven: hemos dejado atrás, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, quizás, los 75 años más creativos de la historia de la humanidad. Demoramos miles de años para tener 2.5 billones de personas en la tierra y en 75 años le pusimos otros cinco. Por otro lado, en las Naciones Unidas había 51 países y en 75 años se han creado muchos más países hasta llegar a casi 200. Hay que reconocer que la humanidad fue capaz, dentro de un cierto clima de paz, de construir un mundo mucho mejor que aquel que nos dejó la guerra.
Esta realidad, sin embargo, está entrando en crisis y mi impresión es que no hemos sido capaces de articular sistemas capaces de entender cómo administrar en forma colectiva esta nueva sociedad. De manera que la primera preocupación es que esta realidad está en peligro debido a las grandes dificultades de liderazgo de esa comunidad.
Y es que hasta hace relativamente poco había un líder indiscutido, Estados Unidos. Hoy países que hace apenas un cuarto de siglo se les denominaba en vías de desarrollo como China o India tienen otra dimensión y otra capacidad para intervenir en los problemas. Esto hace que comience a sentirse los impactos de la acomodación de los nuevos liderazgos.
En este escenario, el elemento disparador de estas transformaciones tiene que ver con la revolución digital que es interpretada por algunos autores como algo que va a transformar las relaciones entre los seres humanos para bien. Pero hay otra versión muy negativa que pone el acento en la deshumanización ¿cómo te sitúas tú en esta polaridad?
Un poco en el medio porque ciertamente el mundo ha hecho un avance y tiene una capacidad muy importante a futuro si se maneja adecuadamente. Por otra parte, tenemos los peligros que se están señalando que comienzan a generar divisiones y tensiones muy fuertes. El planeta está sometido a estas nuevas confrontaciones ideológicas y esa lucha por el poder nos puede llevar a tensiones muy fuertes que terminen afectando la coexistencia social y política del mundo.
Estoy mucho más preocupado por el futuro inmediato de lo que estuve nunca. Me da la impresión que estamos perdiendo la capacidad de dialogar, de tomar decisiones conjuntas, de convivir en la diversidad. Todo eso se ha ido debilitando y estamos entrando mucho más en los individualismos, en las visiones parciales. No fuimos capaces de corporizar el gran ideal de Naciones Unidas. Creo que la diligencia internacional no está respondiendo a los grandes desafíos, pero también a las grandes oportunidades que tiene el mundo de hoy.
En este sentido, me impresionaron mucho las palabras del Secretario General de la ONU, António Guterres, cuando dijo que la sociedad había cambiado enormemente y sin embargo nuestras instituciones políticas, la propia democracia, seguía anclada en paradigmas de hace más de medio siglo. Por ejemplo, el Consejo de Seguridad está paralizado, el derecho a veto hace que las cosas se detengan, simplemente todo sigue sin cambiar.
Yo era Canciller de mi país cuando se aprobó en Uruguay la creación de la Organización Mundial de Comercio, fue un sueño que venía de 1947 y se alcanzó recién en 1985, se creó un verdadero sistema multilateral. Hoy el gran objetivo no se ha alcanzado y al contrario estamos retrocediendo. Me da pena porque mi generación vivió las grandes ilusiones de unas Naciones Unidas que pusieran orden, justicia y abrieran oportunidades. Y en la medida en que se complejiza la situación internacional se hace más necesario tener un organismo donde todo el mundo crea, y eso es lo que está fallando.
Centrándonos en la realidad de nuestra región. ¿Cómo ves su escenario actual?
Lo veo con preocupación en materia política. Hay muchos desencuentros de los partidos políticos, hay actividades que son claramente antidemocráticas en varios países y eso realmente me preocupa porque creo que esa no es la idea de las ilusiones democratizadoras de América Latina de las últimas décadas. Cada país es una realidad, pero hoy la democracia está muy debilitada en muchos países. Las instituciones se han debilitado en el sentido de poder ejercer cierta autoridad moral o cierto poder de convicción y esto afecta la capacidad de actuar. Perdemos poder de actuación colectiva a medida que no tenemos sistemas políticos capaces de hablar y cooperar entre sí.
Eso lleva necesariamente a la pérdida de fuerza de América Latina en las relaciones internacionales. No tenemos voz colectiva para poder incidir de alguna forma en la construcción un mundo mejor. Hay dos problemas muy presentes en la región que, de alguna manera, son problemas globales: el crimen organizado y la migración. Sin un planteamiento de estos problemas a nivel mundial los países de América Latina tienen poco que hacer.
El crimen organizado, por ejemplo, afecta de una forma u otra manera a todos los países y se extiende entre países. Sentimos que esos factores de desestabilización atraviesan las fronteras, no están concentrados. Incluso países que fueron muy tranquilos hoy están sufriendo los impactos de estas fuerzas ocultas.
¿Qué hay que hacer? No lo sé, lo que sí sé es que los gobiernos tienen que tomar conciencia y asociarse para actuar. Tienen que cooperar para actuar juntos en todo lo que se pueda.
Ahora me gustaría que abordar tu experiencia personal como funcionario público. No de la política partisana sino de la que se ocupa de lo público, de las relaciones de poder, de solucionar problemas y la búsqueda de consensos.
Yo empecé trabajando en un banco privado y terminé siendo gerente general de esa institución. Fue una experiencia magnífica porque tomé contacto directo con la realidad económica y la vida de una empresa. El sector privado es fundamental, tiene un papel central en el sistema productivo. Una de las cosas que tenemos que aprender es a entender la mecánica del sector privado para atender también el papel fundamental que tienen los estados de preservar la ley, la justicia y la equidad. Tener un diálogo con el sector privado, que no ignore ese compromiso que tiene el sector público con su sociedad es un poco el funcionamiento de la democracia.
Ese diálogo es el tema más importante y mi pequeño país hoy de alguna manera lo está logrando. Las instituciones públicas tienen su labor, las privadas también, pero el estado tiene que estar presente en un diálogo permanente preservando el interés general y respetando el interés privado.
Yo, quizás, por haber tenido experiencia en ambos ámbitos encuentro en mi experiencia un cierto equilibrio. Yo gocé mucho de la vida privada, pero gocé mucho más de la vida pública. El mundo de hoy necesita objetivos globales, el tema del clima, la preservación de los recursos naturales, la justicia llevada al fondo de la sociedad donde prevalece la pobreza. Todos estos conceptos son muy complejos de abordar. Por ello necesitamos estados con experiencia, con capacidad de acción y una colaboración importante con el sector privado que tiene que respetar estas prioridades.