La serie empieza los primeros días de enero. En su primer episodio, la Organización Mundial de la Salud (OMS) reporta que China ha venido descubriendo una serie de neumonías «atípicas» en la ciudad de Wuhan desde el 12 de diciembre del 2019: 59 casos, 7 de ellos fuertemente enfermos. Para la quincena del primer mes del año, el villano ya estaba identificado (al menos preliminarmente). Un coronavirus nuevo, desconocido, de cuya transmisión aún no se tiene evidencia de que pueda producirse entre humanos. Así que no teman. Aún.
El primer reconocimiento se hace a finales de enero. La OMS anuncia que ha encontrado evidencia de transmisión entre humanos en Vietnam y China, pero que esta es “limitada”; que el virus produce “síntomas leves en la mayor parte de la población”; que solo “el 20% de los casos se vuelve grave”; que solo “algunos han muerto” y que, por ahora, esta es básicamente “una emergencia china”. Difícil entender cómo una enfermedad leve, con limitado grado de transmisibilidad y escasa mortalidad, pueda ser considerada una “emergencia”. Pero eso es problema de China. Por ahora, sigan sin temer.
Ahora la asimetría entre el análisis y las recomendaciones de los expertos de la OMS y lo que está ocurriendo en el mundo real empieza a hacerse mucho más notoria. En un artículo que ahora ya es profético, Yaneer Bar-Yam, del Instituto de Sistemas Complejos de Nueva Inglaterra, y otros colegas, recomiendan adoptar el “principio de precaución” para lidiar con el virus. Es decir, ante el altísimo «riesgo de ruina» que supone un proceso tan complejo y riesgoso como el de la propagación de un virus desconocido, más vale sobreprevenir que sobrelamentar. Advierten, por ejemplo, de lo vital que es reducir drásticamente la movilidad del virus, especialmente cuando se sabe tan poco sobre este. El artículo se publicó el 26 de enero.
Para el 7 de febrero, 72 países ya han ejecutado algún tipo de control en el transporte, sobre todo internacional. Sin embargo, hasta a comienzos de marzo, la OMS sigue insistiendo en que, cualquier país que interfiera en el libre tránsito internacional, ha de informarle cuál ha sido la razón de ello en las siguientes 48 horas, tal como lo establece la Regulación Internacional sobre la Salud. Es decir, ante el riesgo de pandemia, incurrir en trámites burocráticos. Peor aún: sus expertos, en entrevistas dedicadas a resolver consultas del público y a «pelear la guerra contra las noticias falsas» (como la que da Carmen Dolea el 10 de febrero), recomiendan “no cancelar viajes” y exhortan a “no imponer restricciones al tránsito internacional”, inclusive dentro de China, el epicentro mundial.
Llegamos entonces al típico episodio en el que los protagonistas recuerdan flashbacks del pasado. En lo que ahora resulta una ironía monumental, el 3 de febrero, la OMS tuitea sobre un estudio realizado en septiembre del 2019, que concluía lo siguiente: “El mundo no está preparado para una pandemia respiratoria global que pueda matar hasta a 80 millones de personas, devastar economías y crear caos social”.
Ellos tampoco, evidentemente. Recién el 11 de marzo el problema es considerado una «pandemia», cuando dos días antes, el 9, no lo era porque solo 4 países reportaban el 93% de los casos. ¿Qué cambió en 2 días? Solo los expertos de la OMS lo saben. Ah, y solo a finales de marzo fue cuando (al menos a través de Twitter) exhortan a suspender los viajes internacionales. Ahora sí: teman.
Los expertos tienen una responsabilidad enorme de cara al público ‘no experto’. Si no saben, no saben. Pretender certeza donde no la hay es peligrosísimo»
Es evidente que el ahora bautizado COVID-19 es un virus cuyas características están siendo descubiertas y actualizadas día a día. Es imposible saber a ciencia cierta, hasta el día de hoy, qué recomendaciones específicas dar para combatirlo. Y sobre el futuro, ni Nostradamus. Sumado a eso, existe la natural tendencia de organismos internacionales a tratar de «mantener la calma» para que la gente no entre en pánico, que eso puede ser peor que la misma enfermedad. Pero los expertos tienen una responsabilidad enorme de cara al público «no experto». Si no saben, no saben. Pretender certeza donde no la hay es peligrosísimo.
Y esto es así por básicamente dos razones: primero, y más evidente, porque pierden credibilidad (hay una entrevista excelente de El Confidencial, de España, a Sergio Romagnani, científico italiano, en la que cuenta cómo lograron contener el virus en Véneto, pero ignorando expresamente las recomendaciones de la OMS). Y en un contexto de crisis sistemática como el actual, perder confianza en las instituciones es nefasto para el orden democrático. Pero, segundo, y más importante desde mi perspectiva, porque parte vital del control de la pandemia es la conducta humana. Por ejemplo, se requiere que la gente comprenda que el distanciamiento social es clave no solo para evitar que la tasa de contagios siga aumentando, sino primordialmente para no sobrecargar los sistemas de salud y que no haya riesgos en pacientes (o potenciales pacientes) diferentes a los ocasionados directamente por el coronavirus.
Sin embargo, la OMS, por un lado, indicaba que este nuevo virus producía síntomas leves, como de resfriado, y que era peligroso en ancianos, inmunodeprimidos, y en gente con comorbilidades; por el otro, es una “emergencia en China”, e Italia decide implementar un lockdown a escala nacional. ¿Quién puede procesar racionalmente ambos «hechos» a la vez? No debe sorprender entonces que la toma de decisiones de la gente se manifieste en un espectro donde predominan los extremos: es una gripecita, que por qué me obligan a estar en mi casa, o sálvese quien pueda y me acabo el papel higiénico de los supermercados.
Ante la ignorancia sobre un evento de tamaña magnitud, es mejor (y, diría, hasta racional) pecar de precavidos. Y los expertos de la OMS hacen mal en pretender tener certezas y dar recomendaciones que, en el extremo, hasta son contraproducentes (claros ejemplos son la reticencia a recomendar la suspensión de los viajes internacionales y su reciente campaña en contra del uso de máscaras). La serie aún no llega a su último episodio. Espero que termine en un final feliz o, al menos, responsable.
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Autor
Economista. Candidato a Doctor en Ciencias Conductuales por la Univ. de Warwick (Inglaterra). Máster en Estudios de Desarrollo por la London School of Economics and Political Science (LSE). Especialista en ciencias conductuales y en análisis y ejecución de políticas públicas.