Al cerrarse un largo ciclo de la dictadura de Juan Vicente Gómez, quien ocupó el poder en Venezuela entre 1908 y 1935 (cuando falleció), un joven intelectual venezolano acuñó la idea-frase de que el país debía “sembrar el petróleo”. Aquello devino en una suerte de mantra que se ponía de relieve, cada tanto, cuando Venezuela llegó a ser una potencia petrolera y se debatía sobre la necesidad de invertir aquellos cuantiosos ingresos en otros ámbitos de la vida económica, en aras de garantizar un desarrollo nacional no dependiente del crudo.
Fue Arturo Uslar Pietri, uno de las figuras intelectuales más relevantes de la Venezuela del siglo XX, quien en 1936 escribió por primera vez sobre la siembra del petróleo. Este país sudamericano, en este 2022, es la cruda imagen de una nación que podríamos catalogar de post-petrolera sin que efectivamente se haya producido un salto industrial o agrícola.
A fines de 2021, el más amplio estudio sobre la pobreza que se realiza en el país, el cual adelanta por varios años la Universidad Católica Andrés Bello, arrojó que la pobreza se ubicó en 94,5% y la pobreza extrema alcanzó 76,6%. Son imágenes de un país devastado, sin que haya ocurrido un conflicto bélico o un desastre natural de gran escala.
Como en toda crisis, hay múltiples variables que intervinieron para que Venezuela llegase a este punto. Dada la histórica dependencia del petróleo que tuvo la economía venezolana, sin duda un aspecto central en esta crisis generalizada tiene su explicación en la debacle de la estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA).
El discurso oficial del gobierno de Nicolás Maduro insiste en achacarle a las sanciones de Estados Unidos la situación catastrófica que vive la industria petrolera local.
Hay, sin embargo, una serie de decisiones que antecedieron la llegada de Maduro al poder, de hecho, que tuvieron lugar mientras gobernaba Hugo Chávez y que a mi modo de ver explican el desastre actual. El actual mandatario tuvo la responsabilidad de no revertir lo que decidió en su momento el chavismo con Chávez en el poder.
En 2003, luego de superar un paro de la industria petrolera que habían atizado líderes opositores, Chávez en un solo acto administrativo despidió a 18.000 trabajadores de PDVSA, desde altos gerentes, empleados administrativos e ingenieros petroleros, hasta obreros calificados. La razón fue que todos ellos, según la tesis esgrimida por el gobierno de entonces, estuvieron involucrados “en actividades de sabotaje y traición a la patria”.
En 2007, el entonces todopoderoso presidente de PDVSA, Rafael Ramírez, llamó a una purga ideológica dentro de la industria, pidiendo que se delatara a los traidores que sabotearon las operaciones. Aquello se selló con la frase “PDVSA es roja, rojita”, haciendo referencia al color emblemático del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).
Un año después, Chávez y Ramírez anunciaron con bombos y platillos que PDVSA se dedicaría a importar y distribuir alimentos, en el marco de lo que el gobierno llamaó “la guerra económica”. La ola masiva de expropiaciones de tierras y fábricas, junto a un control cambiario que llegaba ya a un lustro, colocaron en situación crítica a la históricamente débil producción nacional.
Todo aquello ocurrió mucho antes de las sanciones. En términos de capital humano, la empresa se descapitalizó de forma abrupta, en términos de clima laboral se impusieron las delaciones y además se dedicaron recursos y esfuerzos a un área completamente ajena, como lo era el tema alimenticio. Allí están algunas claves para entender la cruel paradoja que hoy embarga a los venezolanos.
Parados sobre un territorio que tiene la mayor reserva de petróleo del mundo, por encima de 300 mil millones de barriles, y una de las mayores reservas de gas natural, unos 200 mil millones de pies cúbicos, los venezolanos padecen recurrentes fallas en la distribución de gasolina y una crónica ausencia de gas doméstico. Hasta seis meses se puede tardar en ciertos municipios para hacerse de una bombona de gas para cocinar, según el observatorio ciudadano “La gente propone”.
En enero de 2022 se cumplieron tres años del establecimiento de sanciones de Estados Unidos contra PDVSA, y después de año y medio del peor momento de producción de crudo, el chavismo ha logrado retomar los niveles previos a las restricciones de Washington gracias a la sinergia con Irán junto a las exportaciones a China.
En enero, en una entrevista que concedió al periodista Ignacio Ramonet y que transmitió la televisión gubernamental de Venezuela, Maduro aseveró que se llegó –de nuevo, tras el impacto de las sanciones de EEUU- a un millón de barriles de petróleo por día.
La cifra, que apenas representa un tercio de la producción que tenía Venezuela antes de que el chavismo llegara al poder en 1999 representa, sin embargo, una victoria económica y simbólica para el régimen de Maduro. Lo peor parece haber pasado para el gobernante venezolano, al menos en materia de presión internacional y aplicación de sanciones por parte de Estados Unidos.
Francisco Monaldi, director del programa de energía de América Latina de Rice University, en Houston, si bien pone en duda de que se haya alcanzado la cifra de un millón de barriles por día por parte de PDVSA, reconoce que en 2021 el chavismo logró revertir el impacto negativo que tuvieron las sanciones.
Atrás ha quedado junio de 2020, el peor momento para la producción y exportación de petróleo en Venezuela, cuando se agudizó el cerco comercial que impuso en enero de 2019 la administración de Donald Trump. Hace año y medio el entonces presidente estadounidense logró -tras presiones directas- que la rusa Rosneft dejase de transportar y comercializar crudo y derivados venezolanos.
Según las cifras de PDVSA, en junio de 2020 la producción apenas fue de 392 mil barriles por día. Una cifra que colocó a Venezuela en sus niveles de producción de ocho décadas atrás.
La caída abrupta de 2020 no fue por una disminución del potencial o capacidad de producción, sino por la incapacidad de vender el crudo a los precios (que habían bajado) y evadir las sanciones. La suba se debe a que subió significativamente el precio y PDVSA fue capaz, con la ayuda de Irán, de crear una estructura de evasión de sanciones sustituyendo a Rosneft. Además, Irán empezó a suplir los diluyentes que antes traían los rusos, ha explicado Monaldi.
Los altos precios, y una política no declarada de flexibilización de sanciones por parte de Estados Unidos, han permitido al chavismo comercializar con un poco más de comodidad su petróleo. “Casi todo el petróleo venezolano termina por los caminos oscuros en China, a descuento, y una porción menor va a Cuba”. En esencia, no hubo incremento del potencial de producción, al cierre de 2021, sino que se recuperó la producción que habían tenido que cerrar porque no podían vender”, sostiene Monaldi.
Rafael Quiroz, economista especializado en la materia y profesor de posgrado de la Universidad Central de Venezuela, sostiene que en diciembre último se produjeron 800 mil barriles diarios, y no el millón que anunciara Maduro.
Asimismo, Irán ha tenido también un papel para lograr normalizar el suministro de gasolina, tras largos meses con escasez intermitente en diversas regiones, especialmente fuera de Caracas y las grandes ciudades del país.
Desde mediados de 2020 no hay ningún taladro de perforación operando, por tanto, no se han perforado nuevos pozos, coinciden en señalar los expertos, con lo cual será difícil elevar la producción por encima del millón de barriles diarios que sostiene el gobierno de Maduro.
A juicio de Quiroz, la recuperación de la industria petrolera venezolana requiere de inversiones por el orden de 40-50 mil millones de dólares, con inyección de recursos que sean sostenibles en el tiempo. Esto parece inviable, bajo el actual esquema económico y político en Venezuela.
Al concluir el año 2021, la firma Sustainalytics, que analiza globalmente al sector energético, ubicó a PDVSA como la empresa peor posicionada entre 253 productoras de petróleo por su falta de estrategia ambiental, social y de gobernanza.
Es un duro contraste al comparar con el pasado reciente. A fines de los 1990, antes de que Chávez llegara al poder en febrero de 1999, PDVSA se ubicó como la cuarta empresa petrolera más importante del mundo de acuerdo con el ranking del American Petroleum Institute.
Venezuela no sólo no pudo sembrar el petróleo, para diversificar su economía, sino que ni siquiera pudo sostener su condición de país petrolero.
Episodio relacionado de nuestro podcast:
Autor
Periodista y politólogo. Doctor en Ciencia Política por la Universidad Simón Bolívar, (Caracas). Investigador asociado de la Universidad Católica Andrés Bello. Fundador y director de Medianálisis.