El 6 de noviembre fue inaugurada en Sharm el Sheij (Egipto) la vigesimoséptima Conferencia de las Partes, COP27. Se trata del evento anual más importante sobre cambio climático que reúne a jefes de Estado, ministros, alcaldes, activistas, representantes de la sociedad civil y directores ejecutivos para hacer frente a la emergencia climática. En la apertura de la COP27, el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, afirmó que la humanidad debe optar por la solidaridad climática, eligiendo entre cooperar o morir para evitar el suicidio colectivo. Sin embargo, los efectos del cambio climático son diferenciados y tienen más peso en regiones como América Latina, cuyo territorio es especialmente vulnerable a los desastres naturales, pese a ser responsable por solo el 10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.
El cambio climático define las transformaciones a largo plazo de las temperaturas y los patrones climáticos. Aunque estas alteraciones son históricas y muchas de ellas son naturales, en la era del Antropoceno, o nueva era geológica de la humanidad, se considera que la acción humana es la principal causa de los problemas ambientales, debido a la quema de combustibles fósiles como el petróleo, el carbón o el gas.
Si bien el concepto de Antropoceno goza de gran aceptación internacional, hay quienes creen, partiendo de posturas críticas, que el efecto destructivo de las actividades humanas sobre el medio ambiente no puede ignorar las relaciones políticas y económicas de poder, así como tampoco las desigualdades que las caracterizan en el capitalismo global. La noción de Capitaloceno, según estos cuestionamientos, resulta más apropiada para hablar de los impactos devastadores que causa nuestro modelo de producción y consumo, así como de las responsabilidades diferenciadas en la actual crisis ecológica. Más allá del contexto, los efectos del cambio climático son múltiples e incluyen consecuencias negativas sobre la economía, la salud y la seguridad, pero también sobre la producción de alimentos, la temperatura de los océanos y el nivel del mar o las migraciones.
El cambio climático en América Latina y el Caribe
En nuestra región, la publicación “Impactos del cambio climático en América Latina y el Caribe”, realizada por el Instituto Interamericano para la Investigación del Cambio Global (IAI) y Latinoamérica21, visibiliza algunos de los principales efectos de este fenómeno que van desde el derretimiento de los glaciares andinos hasta eventos meteorológicos extremos como las devastadoras inundaciones y sequías que han sucedido en Brasil, Venezuela y Perú, o los huracanes y tifones que afectan a países como Cuba y República Dominicana.
La obra es un esfuerzo de divulgación científica que busca visibilizar los heterogéneos efectos del cambio climático en la región, pero también aporta soluciones basadas en la ciencia y en la cooperación internacional. Así, es posible entender que el aumento del nivel del mar y el calentamiento y la acidificación de los dos grandes océanos que rodean el continente, el Pacífico y el Atlántico, producen consecuencias a las personas y los animales, además de pérdidas económicas. Un ejemplo es la plataforma continental del sur de Brasil, Uruguay y el norte de Argentina, una de las zonas calientes marinas más grandes del mundo. En esta área las pesquerías artesanales de países como Uruguay son particularmente vulnerables a los efectos del cambio climático que conllevan la reducción o la imposibilidad de la pesca, debido a la mortandad de los peces, así como las mareas rojas y los riesgos de intoxicación al consumo que estas implican, lo que genera fuertes pérdidas económicas y fuerza a la población local a cambiar sus modos de vida para sobrevivir o migrar.
El cambio climático, junto a la deforestación y a las transformaciones en el uso de los suelos, implica una mayor circulación y distribución geográfica de individuos, animales, virus y vectores de enfermedades como los mosquitos. Estas transformaciones, lejos de ser inocuas, multiplican el riesgo de nuevas enfermedades y el surgimiento de pandemias. Hoy, en América Latina, existen, por ejemplo, brotes de dengue en regiones frías de la región andina o en ciudades argentinas de clima templado como Córdoba, mientras que los problemas de financiación del sector sanitario y su escasa preparación ante los riesgos climáticos nos hacen especialmente vulnerables ante futuras pandemias.
La educación es otra de las áreas afectadas. La pandemia causó efectos negativos sin precedentes en el aprendizaje y la deserción escolar de los niños y jóvenes de la región. Fenómenos como el calor extremo también repercuten en la concentración, el desarrollo y el bienestar de los estudiantes, mientras que las inundaciones o los huracanes destruyen la infraestructura y el material escolar e impiden la posibilidad de que los alumnos reciban una formación adecuada. En 2020, el arrasador paso de los huracanes Eta e Iota ocasionó una crisis humanitaria en Centroamérica y destruyó centenas de escuelas en Nicaragua, Guatemala y Honduras.
El aumento de la migración proveniente del Caribe o América Central está directamente asociado con estos fenómenos y, si bien no se trata de una relación determinista, hasta el 2050 se prevé la migración de 17 millones de latinoamericanos por los efectos del cambio climático.
Vivimos un momento decisivo ante los retos de la emergencia climática. Aunque los efectos del cambio climático cobren más fuerza en regiones como América Latina y el Caribe, la ciencia no deja espacio para ambigüedades: el cambio climático es un desafío del presente que pone en peligro el bienestar y la sobrevivencia de las personas y del planeta.
Tal como mostró el reciente informe del IPCC (2022), con 1,1º de calentamiento el cambio climático ya ocasiona consecuencias generalizadas en todas las regiones del mundo y, si no logramos reducir a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) en esta década y fomentar políticas de adaptación de inmediato, las repercusiones serán catastróficas.
A este respecto, la cumbre COP27 representa una oportunidad única para la priorización de la agenda ambiental y climática, así como para la promoción de la solidaridad y la cooperación en diversos frentes. Ya no se trata de una elección: no hay alternativas para el planeta.
Autor
Cientista política. Profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad Federal Rural de Rio de Janeiro (UFRRJ) y del Postgrado en Ciencia Política de la UNIRIO. Doctora en Ciencia Política por la Universidad Complutense de Madrid.