El encarcelamiento de Lula representa el fin de un ciclo político y cultural en Brasil, un proceso histórico iniciado hace más de medio siglo con el golpe de Estado de 1964. Horas antes de entregarse a la justicia, el expresidente dio un histórico discurso en el Sindicato de los Metalúrgicos en la ciudad de São Bernardo do Campo, que pareció deslegitimar el “escenario de conflictos” políticos y culturales de los últimos 40 años en Brasil.
Aquella tarde, Lula se dirigió al círculo más activo de militantes que vestían camisetas rojas y agitaban banderas del Partido de los Trabajadores (PT). El apoyo al expresidente, que había generado ciertas expectativas, finalmente se había reducido a un campamento a las afueras del edificio de la Policía Federal de Curitiba. El hombre que habló desde la tarima no fue el expresidente y estadista reconocido mundialmente, sino el militante combativo que acusaba al sistema de justicia, a la Policía Federal y a los medios de una persecución política. De esta manera, Lula retomaba el “escenario de conflictos” de hace 40 o 50 años entre la derecha y la izquierda, y la elite y el pueblo. Para él, quienes lo estaban condenando eran las mismas fuerzas políticas y sociales reaccionarias que habían sobrevivido a lo largo de la historia.
Lula, el “lulismo” y el PT materializaban, así, la versión política de una generación que se desarrolló a la sombra de la dictadura militar y que a partir de 1989 pasaría a la actividad política oponiéndose fervientemente al gobierno de Collor de Mello y a los períodos neoliberales de Henrique Cardoso. A lo largo de esos años, el líder sindical de los metalúrgicos en el estado de São Paulo se plegaría a diferentes agrupaciones sindicales, intelectuales y representantes de la Teología de la Liberación para fundar el PT, con el que llegaría a la Presidencia de la república en el año 2003.
Este periplo político se había teñido de una fuerte impronta cultural y estética, caracterizada por cierto tipo de música, indumentaria, gustos literarios y maneras de expresarse propios de la “cultura de resistencia”, además de una nueva militancia política propia de una izquierda hípster y juvenil más actual. Este carácter, fundamental para comprender la situación actual de la sociedad brasileña, aportaría la única materia prima pasible de escenificar la adhesión emocional a la figura de Lula y al proceso político y cultural entendido como “lulismo”.
Las antiguas referencias estéticas ya no trascendían más allá de las generaciones que la habían visto crecer y no emocionaban políticamente
Sin embargo, el “carisma pop” de Lula había sufrido el progresivo desgaste que anticipaba una nueva realidad política, cultural y estética en el país. Las antiguas referencias estéticas ya no trascendían más allá de las generaciones que la habían visto crecer y no emocionaban políticamente como lo habían hecho veinte años atrás.
El Brasil de la globalización y del nuevo individualismo explotó frente a la estética militante desarrollada durante los últimos 50 años, retirándole su carácter vanguardista tanto político como estético. Las diferentes realidades se fueron superponiendo y en la actualidad parecería ser que la simbiosis de la cultura brasileña con una realidad global dejó atrás las emociones políticas de antaño para concentrarse en nuevas experiencias.
Foto de PT – Partido dos Trabalhadores en Trend Hype / CC BY