La naturaleza es fundamental para la salud de las personas y las comunidades. Pero cuando se menciona la palabra biodiversidad a los responsables de las políticas, no se les ocurren interconexiones prácticas en materia de salud. De hecho, nuestros sistemas de gestión de los ecosistemas y los de gestión de la salud pública están tan separados que empezar a integrarlos puede resultar desconcertante, por no decir abrumador.
La biodiversidad —o las capas de especies de flora y fauna, las relaciones entre las especies y los ecosistemas mismos— debe pensarse en términos amplios. La diversidad de estos seres, sus interacciones y sus hábitats es lo que hace que la naturaleza sea tan valiosa para nuestra salud y bienestar. Se necesita una composición de diferentes funciones que desempeñan las plantas, los animales, los hongos y otras especies para garantizar un medio ambiente y unos ecosistemas saludables. Si queremos que nuestras políticas cambien para captar el valor de la biodiversidad en su totalidad, los departamentos de ecosistemas y de salud pública deben unir fuerzas.
La Organización Panamericana de la Salud (OPS) informa que entre el 13 % y el 19 % de la carga de enfermedad de la región se debe a factores ambientales. Como en otras regiones, se sabe que esta cifra es una subestimación. Por ejemplo, algunas enfermedades que se presentan en la edad adulta y en etapas más avanzadas de la vida pueden ser resultado de exposiciones en la infancia o de exposiciones acumuladas a lo largo de muchos años, y son difíciles o imposibles de atribuir. Los factores ambientales que influyen negativamente en las vías de señalización complejas de ciertos órganos, como el sistema renal, el sistema reproductivo o la cognición en el cerebro, son aún más difíciles de medir. Es posible que la ciencia aún no tenga las herramientas para hacerlo. Incluso los países más equipados carecen de la capacidad de rastrear ciertas exposiciones a la degradación ambiental, y si pudieran hacerlo, tal vez faltarían laboratorios y pruebas para evaluar esas enfermedades asociadas.
Nuestros sistemas alimentarios nos muestran lo importante que es unir fuerzas y comenzar a pensar en términos amplios sobre la biodiversidad y la salud.
Los tamales son un alimento ancestral que se sigue disfrutando en toda América hoy en día, pero las formas de alimentación están cambiando. En Guatemala, la preparación de un tamal consiste en mezclar masa de maíz con hierbas, frijoles u otros ingredientes, envolver la mezcla cuidadosamente en hojas de plátano o de maíz y luego hervirlo. Esta práctica se transmite a través de las mujeres de la familia y depende del acceso a ingredientes y plantas locales y también del conocimiento ecológico y alimentario tradicional. Sin embargo, cada vez es más común prepararlos con materiales plásticos.
Tradicionalmente se usan las venas de una hoja o cáscara para atar el paquete y evitar que se deshaga durante la cocción en la olla hirviendo, así como para mantenerlo cerrado antes de abrirlo para comerlo. Sin embargo, en la actualidad, los hilos de plástico están empezando a reemplazar esta función. Además, también se usan bolsas de plástico como sustituto de las hojas de plátano para cubrir los tamales cuando se colocan en capas dentro de la olla para cocinarlos. La razón esgrimida es que las hojas y cáscaras tradicionales pueden haberse vuelto ligeramente más caras y más difíciles de conseguir en el mercado. Sin embargo, surge una pregunta: ¿cuál es el costo real de la exposición a los químicos que el plástico libera en los alimentos durante la cocción? Además, ¿qué impacto tendrá que el agua sobrante de la olla, contaminada con estas sustancias, se tire al suelo, donde podría generar una mayor exposición no solo para las personas, sino también para los insectos, las aves, las mascotas y otros seres vivos?
Este problema es multidimensional. ¿Qué es lo que modifica la disponibilidad local de hojas de plátano y cáscaras de maíz? ¿Qué provoca cambios en las prácticas alimentarias tradicionales y sustituye el conocimiento de utilizar materiales naturales por los sintéticos? ¿Hay regulaciones locales o nacionales para el uso y la eliminación del plástico, incluidas las prácticas de calentarlo o quemarlo? ¿Existe una comprensión compartida entre los gestores de ecosistemas y los funcionarios de salud pública acerca de que el plástico libera sustancias químicas nocivas y persistentes, conocidas como “eternas”, que afectan negativamente a la salud humana y de otras especies? ¿Alguien está llevando a cabo programas educativos dirigidos a las mujeres sobre los riesgos asociados al uso de plásticos en la preparación de alimentos? Además, ¿los ecologistas y los expertos en biodiversidad están monitoreando cómo esta contaminación está alterando el microbioma, los hábitats o las especies locales?
Los problemas multidimensionales representan una oportunidad para que los gobiernos colaboren en cuestiones interrelacionadas. Enfrentar los desafíos ambientales y de salud mediante la integración de los dos campos de especialización, así como de los ministerios correspondientes, permite compartir soluciones de manera más efectiva. Este enfoque fomenta una perspectiva integral sobre el medio ambiente y la biodiversidad, al mismo tiempo que se trabaja de manera eficiente para mejorar la salud.
La biodiversidad es un activo económico, social y ambiental de gran importancia para todos los países, que abarca interacciones complejas desde la escala genética hasta la planetaria. Merece un sitio destacado para los pensadores de sistemas que analicen las interrelaciones entre la salud en el gobierno nacional. En muchos países, así como en gobiernos subnacionales y locales, el departamento encargado de la degradación ambiental es distinto del que se ocupa de los impactos en la salud. Esto tiene que cambiar.
Algunos países de las Américas están empezando a trazar un camino en cuestiones interrelacionadas. Por ejemplo, Antigua y Barbuda cuenta con un “Ministerio de Salud, Bienestar y Medio Ambiente” dedicado a garantizar el acceso universal a la atención sanitaria y a salvaguardar el medio ambiente, “asegurando que los servicios de protección ambiental se ofrezcan de manera eficaz y eficiente, conforme a las normas internacionales, regionales y nacionales”. Otros países están desarrollando herramientas para evaluar algunas amenazas ambientales. Quince países de las Américas (Argentina, Barbados, Bolivia, Brasil, Canadá, Colombia, Guatemala, Honduras, Jamaica, México, Nicaragua, Paraguay, Perú, Trinidad y Tobago y Estados Unidos) cuentan con fichas de puntuación de salud ambiental recientes (2023-2024) que analizan el aire, el agua, el clima, los productos químicos, la radiación y los riesgos laborales. Se podrían complementar estos esfuerzos con una categoría específica para la biodiversidad.
El sector de la educación también está estudiando cómo promover las intersecciones en materia de biodiversidad y salud. Un reciente mapeo de instituciones de educación superior evaluó la investigación integrada, las alianzas y las redes en todo el mundo sobre 6 interrelaciones entre biodiversidad y salud (servicios ecosistémicos —por ejemplo, polinización, seguridad y disponibilidad de alimentos, nutrición, agua y calidad del aire—, adaptación al cambio climático y reducción del riesgo de desastres, el microbioma humano, medicina tradicional/farmacéutica, bienestar espiritual, cultural y físico, y enfermedades infecciosas emergentes). Los hallazgos muestran que la región de América Latina y el Caribe ocupa el quinto lugar entre 6 regiones con iniciativas de este tipo. Sin embargo, mientras que América del Norte ocupa el primer lugar, se centran principalmente en solo 2 de las 6 interrelaciones revisadas (servicios ecosistémicos y adaptación al cambio climático) y tienen iniciativas limitadas en otras interrelaciones. Como se señaló en la evaluación del mapeo, los temas estrechamente relacionados con la diversidad biocultural y el conocimiento ecológico tradicional, como el bienestar espiritual, cultural y físico, el microbioma humano y las medicinas tradicionales/farmacéuticas, no estuvieron bien representados por la mayoría de las instituciones. Las instituciones de educación superior de América Latina y el Caribe, donde conviven aproximadamente 500 grupos étnicos diferentes, 50 millones de indígenas y casi 450 lenguas, podrían ver esto como una oportunidad para informar sobre una importante brecha.
Para abordar el dilema del tamal y otros desafíos ambientales y de salud en nuestra vida diaria, necesitamos más pensamiento sistémico y más pensadores sistémicos sobre biodiversidad y salud. Los gobiernos y las instituciones educativas y de salud deben normalizar la colaboración entre expertos en ecosistemas y salud pública. Y esta es la razón y el objetivo del Plan de Acción Mundial sobre Diversidad Biológica y Salud, adoptado por 196 países en noviembre de 2024. Iniciar una acción mundial que refleje que “la humanidad es parte de la naturaleza, no está por encima de ella” requerirá mucho trabajo. Pero se podría empezar con una acción tan simple como proteger la integridad de cómo elaboramos los alimentos básicos en casa.
*Un texto producido en conjunto con el Instituto Interamericano para la Investigación del Cambio Global (IAI). Las opiniones expresadas en esta publicación son las de los autores y no necesariamente las de sus organizaciones.
Autor
Biólogo, Médica en medicina familiar (PA), analista de políticas. Asesora consultora de las Naciones Unidas en materia de medio ambiente y salud. Escritora principal, Boletín de Negociaciones de la Tierra (Instituto Internacional para el Desarrollo Sostenible). Instructora de salud planetaria, Edinburgh Futures Institute. Experta Visitante de The New Institute.