La elección del canciller de Suriname, Albert Ramdin, como secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA) por aclamación unánime refleja con claridad lo que los Estados miembros esperan de su gestión: un armador de consensos que devuelva el diálogo a la organización y evite la fragmentación en un contexto de incertidumbre global.
Albert Ramdin no es un reformista ni un líder carismático. Es un operador diplomático con vasta experiencia en la gestión de conflictos y la administración de organismos multilaterales. Su trayectoria en la OEA, CARICOM y como ministro de Relaciones Exteriores de Surinam le ha otorgado un profundo conocimiento del funcionamiento institucional y sus limitaciones. Así se convirtió en una opción idónea para tiempos de crisis.
Sin embargo, el perfil técnico y la tendencia a priorizar la estabilidad sobre el cambio pueden generar dudas sobre la capacidad de Ramdin para revitalizar la OEA. En este momento, la organización enfrenta cuestionamientos sobre su relevancia.
Con un presupuesto cada vez más limitado y una creciente fragmentación en la región, su gestión deberá centrarse en evitar la parálisis institucional más que en liderar un proceso de transformación. Lo segundo podría reivindicar una vez más la imagen de la OEA como un foro de diálogo con poca capacidad de incidencia real.
Apuesta por la estabilidad
La elección de Ramdin responde a una estrategia clara: consolidar un liderazgo pragmático que brinde estabilidad en un contexto regional difícil. En este marco, el surinamés, con una trayectoria consolidada en la mediación y construcción de acuerdos, emergió como la opción más confiable frente a alternativas más disruptivas. La alternativa era el canciller paraguayo, Rubén Ramírez Lezcano, quien proponía una reestructuración profunda del organismo en la búsqueda de su resignificación.
En un escenario marcado por tensiones regionales y restricciones presupuestarias, una figura del Caribe se apunta como apuesta por la prudencia. La prioridad será optimizar lo que ya existe en la OEA. En ese sentido, Ramdin representa una garantía de gestión eficiente en tiempos de crisis.
El respaldo del bloque del Caribe fue clave para posicionar a Ramdin, asegurándole 14 de los 18 votos necesarios y una campaña con mayor soltura. Más adelante, la decisión de apoyo de Brasil resultó decisiva, articulando el respaldo de un bloque de países progresistas que terminó por inclinar la balanza. Este giro también influyó en otros gobiernos que se sumaron a la corriente mayoritaria.
Sin embargo, reducir este proceso a una cuestión ideológica sería un error, ya que no explicaría el respaldo de Estados Unidos y sus aliados, cuyo apoyo terminó por consolidar el resultado. Aunque cada bloque tuvo razones distintas para votar al surinamés, todos coincidieron en un punto: el consenso, el diálogo y la búsqueda de soluciones.
Contrastes y geopolítica
A diferencia de su predecesor, Luis Almagro, cuyo liderazgo fue marcado por una postura confrontativa y personalista, Ramdin adopta un enfoque más discreto y negociador. Su manejo de temas sensibles como Venezuela, Nicaragua y Cuba sigue esa línea. En lugar de asumir posiciones tajantes, promete delegar el poder de decisión a la Asamblea General y a los órganos especializados, rescatando su función original como espacios de deliberación. Esta estrategia, sin embargo, será su mayor desafío, pues sus críticos la interpretan como un signo de inmovilismo ante crisis democráticas en la región.
Otro punto controversial de su elección fue el respaldo de China a su candidatura, a pesar de que Pekín solo funge como observador sin derecho a voto. No obstante, el apoyo de Estados Unidos en la Asamblea disipó la idea de que la elección respondía a una disputa geopolítica. Esto fue reafirmado por Mauricio Claver-Carone, asesor de Donald Trump. Descartó cualquier trasfondo estratégico para China y subrayó que, para Washington, Ramdin es un interlocutor confiable y Surinam un aliado clave.
El desafío de Albert Ramdin
Los países de la región optaron por asegurar una conducción sin giros abruptos ni apuestas inciertas. A pesar del apoyo unánime, el desafío de Ramdin no será menor. Deberá demostrar que la OEA sigue siendo un espacio relevante para la cooperación hemisférica.
Sus esfuerzos estarán centrados en preservar el funcionamiento del organismo sin grandes reformas estructurales, priorizando la estabilidad sobre la transformación. Más que liderar un cambio radical, su reto será evitar el declive de la OEA y reafirmarla como un foro útil para la gobernanza regional en tiempos de polarización y crisis.
*Texto publicado originalmente en Diálogo Político