Algunos gobiernos, en nombre de la democracia, toman decisiones públicas que irónicamente pueden llegar a acabar con ella y hasta desatar los demonios en el mundo.
La autonomía no es un regalo ni una declaración de intenciones: es una construcción política, económica y cultural que requiere determinación y voluntad política.
Lo que está en juego con el proyecto trumpista es la realización del potencial de autocratización y, en última instancia, el derecho a ser ciudadano estadounidense.
La nueva gran mentira es que Trump ganó de manera aplastante y esto lo autoriza a poner el mundo patas arriba. Pero en democracia ganar elecciones no es un cheque en blanco para borrar el pasado o la legalidad.
Desde una perspectiva de derechos humanos, lo que estamos presenciando en Estados Unidos es un profundo retroceso en la política de acogida de los migrantes, lo que pone de relieve el actual colapso de la hospitalidad cosmopolita liberal kantiana.
La agenda de política exterior del grupo dominante dentro del nuevo gobierno de EEUU es una mezcla poco coherente de mercantilismo, aislacionismo y revisionismo iliberales.