El 6 de febrero y ante nada menos que 25 candidatos de izquierda a derecha, el electorado tico entró al “pasillo de los cereales” para terminar dándose cuenta de que, a pesar de la diversidad de envoltorios, no había mayores diferencias. Los escogidos fueron un candidato de derecha populista y antisistema, Rodrigo Chaves, y un expresidente, José María Figueres, que representa un partido de tradición de centroizquierda y bases socialdemócratas pero que hoy en día puede calificarse de centroderecha.
La elección entre un candidato acusado de corrupción y de complicidad en todos los males del país, y otro sin mayor experiencia en la Administración pública y acusado de acoso sexual, implica una decisión particularmente difícil para los ticos, pues se traduce en escoger por más de lo mismo o probar un sabor nuevo como el populismo, con todos los riesgos que ello implica, con un candidato inexperto, de corte mesiánico, prepotente, autoritario y matón.
El contexto político es complicado. Costa Rica tiene un Gobierno impopular que ha llevado adelante una inefectiva lucha contra la histórica pobreza. Las instituciones y los valores costarricenses tradicionales de solidaridad y justicia social han estado bajo ataque, mientras que la sociedad, cada vez más desigual, está cansada y desgastada por la pandemia y la corrupción. Esta ha sido tierra fértil para que germinara el trumpismo en el país.
Tal y como sucedió en Estados Unidos, Polonia, Brasil o El Salvador, ha aparecido en Costa Rica un mesías que cuenta exclusivamente con las soluciones para resolver los problemas del país. Apalancado en un manejo casi virtuoso de las redes sociales y cargado de verdades a medias, Chaves se presenta como alternativa viable, y capitaliza el descontento.
El sistema democrático corre riesgo cuando el pueblo, ansioso y voluble, se presta a la manipulación populista de los discursos a medias tintas que invocan al cambio con cantos de sirena. La tentación de una mano fuerte al timón es grande y nos hace olvidar temporalmente que la solución a los problemas de la democracia es más democracia. Sin embargo, el cambio por el cambio nunca lleva nada bueno. Basta con ver los desastres y la agudización de las crisis en los países donde el trumpismo se ha instaurado.
La realidad es que esa mano firme debe operar en un sistema repleto de contrapesos que la mantienen en jaque. No obstante, la defensa ante el desmantelamiento de las instituciones no siempre es efectiva, ya que invariablemente el mesías cuenta con el apoyo de elementos, que insertados en las instituciones, se convierten en agentes de cambio. Y ahí radica el principal peligro.
El trumpismo se caracteriza por dar voz al extremismo, por sembrar la polarización, por construir una realidad paralela y por socavar las bases institucionales y la moral en la que se apoya la sociedad de derecho en que vivimos. Y en ese contexto, el uso meticuloso de las redes sociales le permite manipular a sectores de la sociedad para favorecer los intereses del mesías y sus seguidores.
Otra característica del trumpismo es la lealtad ciega de los seguidores a pesar de las descaradas mentiras de su líder. Esto ha quedado en evidencia ante la timorata reacción del electorado con respecto a la serie de acusaciones sin sustento de Chaves. Esta es una actitud recurrente entre los seguidores de los líderes populistas que quieren tapar el sol con un dedo mientras idolatran al matón.
¿Hasta dónde llegan el cinismo y la decepción? ¿Será que, como al mismo Trump, el aparente éxito profesional de Chaves le ha dado licencia para hacer y decir lo que le viene en gana sin importar las consecuencias?
Debido a su profundo desconocimiento de la función pública, Chaves se permite hacer aseveraciones y propuestas absurdas e incendiarias que son abrazadas apasionadamente por un pueblo cada vez más debilitado. Esta vulnerabilidad nos lleva a pensar que Costa Rica ha dejado de ser aquella nación idílica de solidaridad ciudadana y justicia, y de respeto institucional, para convertirse en una nación ―polarizada y dividida― de valores cuestionables.
Este triste fenómeno tiene raíces profundas. La incapacidad de los sucesivos Gobiernos de solucionar los problemas más básicos y el mal manejo del erario han generado las condiciones para el desarrollo de un trumpismo tico.
Finalmente, la prensa tampoco está exenta de culpa. La incapacidad de cuestionar propuestas inviables se combina con la circulación de contenidos sin sustento. Y al igual que la prensa norteamericana, la prensa costarricense oxigena de manera irresponsable el mensaje de discordia, simplemente porque vende.
Quiero pensar que esto no es más que una nube pasajera y, tomando prestadas las palabras del poeta tico don Isaac Felipe Azofeifa, espero que no sea otra cosa sino un preludio a un nuevo amanecer.
*La versión original de este texto fue publicado en La Revista CR, de Costa Rica
Episodio relacionado de nuestro podcast:
Autor
Economista y funcionario en banca y finanzas en el área de riesgo y aplicaciones analíticas. Postgrado en Ohio State University.