El mundo está sufriendo retrocesos democráticos, ya sea por el cierre explícito de regímenes y golpes militares, o por maniobras apoyadas en la institucionalidad pero que ignoran la voluntad de las urnas. O incluso aumentando las prerrogativas burocráticas y legales en detrimento de los gobiernos elegidos. América Latina, en particular, está experimentando un retroceso desde el agotamiento del ciclo progresista.
¿El fin de la era de las democracias en América?
En 2017 escribí el texto «El fin de la era de las democracias en América», un juego de palabras obvio con la obra de Alexis de Tocqueville. Sostuve entonces que el continente enfrentaba tanto la acción conspirativa de sectores neoliberales como el cierre de regímenes en países gobernados por la izquierda como Nicaragua y Venezuela.
En una ola comparable a la de los años 30, crecen en el mundo los movimientos fascistas y fundamentalistas religiosos, a menudo tratados con el eufemismo de «populismo de derechas». Lo mismo ocurre en las Américas.
Jair Bolsonaro es el rostro más evidente de este proceso, equiparándose a homólogos como Viktor Orbán (Hungría), Recep Erdoğan (Turquía), Rodrigo Duterte (Filipinas) y Narendra Modi (India). Pero incluso en Uruguay, donde la democracia se considera más estable y de mayor calidad, un general retirado como Guido Manini Ríos apareció de forma competitiva y desordenó la composición partidista del Parlamento.
Al mismo tiempo, la persecución jurídica y política (el llamado lawfare) de los expresidentes se produjo en Ecuador, donde Lenín Moreno dio un giro a la derecha y Rafael Correa tuvo que exiliarse en Bélgica; en Argentina, contra Cristina Fernández de Kirchner; y en Brasil, contra Lula, que estuvo encarcelado durante 580 días.
Fin de un ciclo y comienzo de tensos equilibrios
Tras un aparente giro a la derecha después de la marea rosa, lo que parece ocurrir hoy es un tenso equilibrio entre dos bloques. El triunfo de Alberto Fernández, con Cristina como vicepresidenta, frente a Mauricio Macri en 2019 no fue un mero suspiro de esperanza en medio de la asfixia generalizada de la izquierda.
El panorama de la política mexicana también ha cambiado con la victoria de López Obrador en las elecciones de 2018. En Bolivia, el MAS volvió al poder, aún sin Evo Morales, con la victoria de Luis Arce y en Chile, varios sectores de la izquierda tuvieron una victoria abrumadora en la Asamblea Constituyente elegida en marzo.
La impresionante movilización contra las reformas neoliberales que intentó llevar a cabo Iván Duque en Colombia, y la represión policial de la misma demuestran que el uribismo ya no tiene la comodidad de la que disfrutó en la década pasada. A su vez, el regreso de Lula a la elegibilidad y su favoritismo frente a Bolsonaro en las encuestas barajan las cartas del tablero político brasileño.
Perú como campo de batalla
El empate entre estos dos bloques se ha materializado en las elecciones presidenciales peruanas. Keiko Fujimori, hija del exdictador Alberto Fujimori, quedó en segundo lugar por tercera vez consecutiva, siempre con un apoyo cercano a la mitad de los votos válidos en la segunda vuelta.
Incluso con el ex autócrata condenado por violaciones de los derechos humanos y corrupción, el Fujimorismo siguió siendo una fuerza política competitiva. Una encuesta realizada en mayo de 2013 por el instituto Ipsos Apoyo mostró a Fujimori como el mejor presidente de los últimos 50 años para el 30% de los entrevistados. Pero también como el segundo peor, con el mayor rechazo entre el 18% de los encuestados.
En su primer intento de llegar a la presidencia en 2011, Keiko obtuvo el 48,5% frente a Ollanta Humala. Volvió a perder en 2016 contra Pedro Pablo Kuczynski (PPK), un neoliberal, pero por un margen más estrecho: 49,9%.
Tras la renuncia de PPK y la destitución de su sucesor, Martín Vizcarra, las elecciones de 2021 volvieron a terminar en un casi empate. Esta vez, sin embargo, con el 49,8% de los votos, perdió ante el candidato con mayores credenciales de izquierda: el profesor y sindicalista Pedro Castillo.
Keiko acusó de fraude al proceso electoral, siguiendo el ejemplo del también derrotado Henrique Capriles en Venezuela en 2013, Aécio Neves en Brasil en 2014, Guillermo Lasso en Ecuador en 2017 y Carlos Mesa en Bolivia en 2019.
Bolsonaro ya anticipa una posible derrota en 2022 y acusa a las urnas electrónicas utilizadas en Brasil de estar amañadas, abogando por la adopción de papeletas impresas, una medida que podría facilitar la coacción política en zonas dominadas por el crimen organizado.
La preocupación presente en los bestsellers sobre la muerte de las democracias en general no es realmente la de las rupturas democráticas. Se trata, más bien, de la angustia por el hecho de que los representantes tradicionales del mercado se queden cada vez más sin espacio. Las victorias de Lacalle Pou en Uruguay en 2019 y de Guillermo Lasso este año en Ecuador no son suficientes para ocultar que la vieja fórmula funciona menos.
Apelan a falsas equivalencias, clasificando cualquier postura mínimamente crítica con el capitalismo o el imperialismo como «populismo de izquierdas» y la extrema derecha como «populismo de derechas». Señalan la polarización como equivalente al riesgo de ruptura democrática, mientras que ven repetidamente las destituciones y los golpes de Estado como reacciones comprensibles y no antidemocráticas, aunque extremas, de la oposición contra los grupos políticos ajenos al establishment.
Esta derecha neoliberal, que fue la protagonista de la fase inicial del «fin de la era de las democracias en América» que mencioné antes, es ahora un actor secundario. Otros actores protagonizan las disputas, con o sin ataques a la democracia, desde la derecha.
Despreciada por el electorado y preferida por el mercado, esta derecha pretende hacer posible una «tercera vía». Sin embargo, cuando no es posible, la vieja división derecha-izquierda vuelve a hablar con más fuerza.
Así fue cuando votaron para presidente al defensor de la tortura Jair Bolsonaro contra el profesor Fernando Haddad, candidato del Partido de los Trabajadores en 2018. Es así como el escritor Mario Vargas Llosa decidió flexibilizar su vieja rivalidad con los Fujimori y declaró su apoyo a Keiko, quien, según él, era un «mal menor» frente al profesor Pedro Castillo.
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Autor
Profesor de la Escuela de Ciencia Política de la Univ. Federal del Estado de Rio de Janeiro (UNIRIO). Doctor en C. Política por IESP/UERJ. Coord. del Centro de Análisis de Instit., Políticas y Reflexiones de América, África y Asia (CAIPORA / UNIRIO).