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De pandemia, periferia y poder

La pandemia provocada por el Covid-19 es uno de los eventos más complejos que enfrenta el capitalismo global desde la Segunda Guerra Mundial (como plantea Naciones Unidas). Según información recopilada por la Universidad Johns Hopkins, la pandemia ha causado más de tres millones de víctimas mortales confirmadas. De hecho, comparada con las enfermedades que más fallecimientos provocaron en 2019 según información de la Organización Mundial de la Salud, la Covid-19 ocupa el cuarto lugar.

Pese a un impacto tan amplio, la situación no golpea a todos por igual. La pandemia se combina con otros problemas globales preexistentes, surgiendo así una crisis multidimensional. En particular, la crisis sanitaria agrava las grandes desigualdades del mundo y viceversa. Un ejemplo es el escaso acceso a las pruebas para diagnosticar la Covid-19 en los países de ingresos bajos y medio-bajos. Pese a representar al 46,8% de la población global, dichos países solo han accedido al 21,6% de las pruebas aplicadas en el mundo. África Subsahariana es un caso drástico pues, pese a representar al 14% de la población, solo participa del 1,4% de las pruebas.

De acuerdo a un estudio de próxima divulgación, realizado por el autor de este artículo sobre la economía política de la crisis Covid-19, otro ejemplo dramático de cómo la pandemia y la periferia capitalista crean el peor de los mundos se refleja en un potencial “apartheid de vacunas”.

El acceso a las vacunas contra la Covid-19

La combinación de sistemas globales de patentes, la concentración de las capacidades científicas y técnicas en pocos países, e incluso los intereses de grandes farmacéuticas, limitan enormemente la capacidad de las naciones empobrecidas de acceder a vacunas contra la Covid-19. Revisando información para 164 países puede encontrarse una relación directa entre ingreso por habitante y vacunación: a nivel promedio, cada incremento de 1% en el ingreso per cápita se asocia a un incremento de 1,34% en la tasa de vacunación.

El hecho de que las regiones más pobres del mundo no logren vacunar ampliamente a su población mientras que las regiones más ricas adquieran vacunas hasta en exceso tiene claros efectos. Mientras que en Israel o Estados Unidos se plantea el levantamiento de restricciones gracias a la vacunación, la crisis de la Covid-19 crea un infierno en Brasil y la India. Claro que, además de la combinación de pandemia y periferia, también son relevantes los manejos irresponsables de la crisis. Tanto Jair Bolsonaro en  Brasil, como Narendra Modi en la India, han realizado un manejo desastroso de la situación.

Pero la  crudeza de la crisis Covid-19 trasciende dicha irresponsabilidad. Solo preguntemos ¿cómo pueden los países empobrecidos administrar con eficiencia una pandemia global cuando son víctimas históricas de procesos de intercambio desigual, sobreexplotación laboral, extractivismos, acumulación por desposesión y demás problemas estructurales?

El resultado de todos estos factores lleva a que estos países se desenvuelvan en condiciones de enorme incertidumbre. El mercado laboral latinoamericano ejemplifica esta cuestión. A inicios de la pandemia, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) estimaba que 54% de población trabajadora estaba empleada en la informalidad, enfrentando la incertidumbre de garantizar su subsistencia diaria en las calles ante la amenaza de contraer el virus y las diversas medidas de confinamiento.

Paradójicamente, hasta los propios efectos de la pandemia en el empleo son inciertos. A diferencia de otras crisis, luego de un año las estimaciones de la OIT sugieren que el empleo informal se ha reducido con mayor fuerza que el empleo formal. Y la incertidumbre aumenta al incluir en el análisis otras complejidades que vive la región como la fragilidad fiscal, el difícil acceso a financiamiento externo, e incluso la inestabilidad política e institucional.

Pandemia, periferia e incertidumbre son tres dimensiones que deben tomarse en serio al comprender la economía, la política y, en general, los fenómenos sociales durante la crisis Covid-19. La pandemia como el problema inmediato por superar para salvar vidas; la periferia como una región que debería recibir atención prioritaria en términos de pruebas, vacunas y apoyo financiero internacional; y la incertidumbre como el nuevo paradigma dominante en etapas de crisis prolongadas.

Por cierto, a nivel económico, los períodos de crisis y profunda incertidumbre se agudizaron, pero no se iniciaron con el coronavirus. Ya como resultado de la crisis financiera internacional de 2008-2009 surgieron importantes cuestionamientos a la forma de pensar y hacer economía. Entre esos se puede destacar las 33 tesis para la reforma de la economía difundidas en 2017 por el grupo Rethinking Economics y el New Weather Institute.

De esas 33 tesis pueden destacarse dos. La primera de ellas es la Tesis 14 que indica que los “salarios, beneficios y retornos sobre activos dependen de un amplio abanico de factores, entre ellos el poder relativo de trabajadores, empresas y propietarios de activos, y no simplemente en su aportación relativa a la producción”. La Tesis 18 considera que “los mercados a menudo muestran una tendencia hacia el aumento de la desigualdad”.

Una crisis de distribución del poder

Si la crisis financiera motivó esos cuestionamientos, la crisis Covid-19 –de mayor impacto humano– exige cuestionamientos más profundos. En esa discusión urge resaltar, como sugiere R. Horton en un artículo en The Lancet, que la crisis Covid-19 ha generado disputas sobre el ejercicio del poder en las sociedades: “gobierno central versus gobierno local, jóvenes versus mayores, ricos versus pobres, blancos versus negros, la salud versus la economía”. Es decir, la crisis Covid-19 no es solo una crisis sanitaria o económica, es también una crisis de distribución del poder.

Si no discutimos esa distribución del poder, seguiremos entrampados en falsas dicotomías que esconden el hecho de que el mundo posee ingentes riquezas que podrían utilizarse durante la crisis. Los economistas Saez y Zucman estiman que solo en Estados Unidos el 10% de contribuyentes concentra casi el 80% de toda la riqueza (porcentaje que ha ido creciendo desde la década de los años 80). En Latinoamérica, los economistas Alarco Tosoni y Castillo García estiman que para 2016, apenas 87 mil millonarios alcanzaron un patrimonio neto de 373 mil millones de dólares, monto superior al PIB nominal de Venezuela, Colombia o Perú.

Tales riquezas podrían financiar la subsistencia de poblaciones marginadas durante la pandemia con medidas como, por ejemplo, impuestos a grandes ingresos y riquezas, rentas básicas universales, seguros universales de salud, y similares. Pero si no cambian las relaciones de poder –locales y globales– dichas medidas quedarán solo como buenas intenciones que morirán asfixiadas en la pandemia…de la incertidumbre.


Episodio relacionado de nuestro podcast:

Foto por Galería fotográfica PCM Perú. em Foter.com

Autor

Economista y profesor de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Central del Ecuador. Investigador de economía política teórica, ecuatoriana y mundial. Candidato a Doctor en Economía del Desarrollo por FLACSO-Ecuador.

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