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La alargada sombra de Lula

El documental Democracia en vértigo, que recibió una nominación para los premios Oscar de 2020, se ha convertido desde su estreno en una referencia para el sector mayoritario de la izquierda brasileña. En este, la directora Petra Costra traza un relato de la crisis política y social que acabó con trece años de gobierno del Partido dos Trabalhadores (PT) a través del proceso de impeachment contra Dilma Rousseff. Esta explicación coincidiría en gran medida con aquella que el propio PT ha ido tejiendo para dar sentido al turbulento periodo que comprende desde las masivas manifestaciones populares de junio de 2013 hasta la llegada de la extrema derecha al poder, gracias a la victoria electoral de Jair Bolsonaro en 2018. A grandes rasgos, dicho relato establecería que la brusca salida del poder de este partido solo se produjo después de un espurio proceso de juicio político a la presidenta, espoleado por las movilizaciones de sectores conservadores que estaban dirigidas por grandes grupos mediáticos y empresariales, y apoyadas por la conducción partidista de la operación Lava Jato que acabó encarcelando a Luiz Inácio Lula da Silva cuando este lideraba las encuestas para las elecciones de 2018.

Por tanto, no cabría otra explicación posible para la crisis política que la de la conjunción de grupos con oscuros intereses y escaso respeto por las normas democráticas para alejar del poder al PT a cualquier precio. La normalidad democrática, de esta forma, solo será alcanzada una vez que el partido vuelva a ganar una elección. Esto ocurrirá simplemente en el momento en que no se ponga ningún impedimento a la candidatura de Lula, de forma que se volverá a hacer que Brasil sea “feliz de nuevo”, como rezaba su eslogan de campaña en 2018.

Algunos detalles de este documental han pasado, sin embargo, bastante más inadvertidos para aquellos simpatizantes y dirigentes del PT que consideran Democracia en vértigo como un retrato canónico de la actual realidad política brasileña, pero olvidándose de matices que podrían complementar esta visión. En una de las escenas en que se rescata la primera victoria electoral de Rousseff en 2010, esta aparece cuando acaba de recibir la noticia de que fue electa yendo a rendir pleitesía a Lula en un tono reverencial que no se correspondería ni a la importancia del cargo de jefa del Estado ni a la cultura igualitaria de un partido de orígenes trabajadores. En una escena posterior, la ya expresidenta confiesa que ella nunca se postuló como sucesora de Lula y afirmó que fue él quien la eligió en contra de su voluntad como fruto de una política de hechos consumados, que sería el rasgo característico de la personalidad del histórico líder del PT.     

La figura de Lula ha sido el eje sobre el cual ha pivotado toda la política brasileña desde la década de 1970″

De ambos fragmentos se pueden inferir características reveladoras del estilo de liderazgo de Lula, quien, gracias a su carisma, permitió a la izquierda brasileña conectar electoralmente con los amplios sectores populares y excluidos, por primera vez en la historia, pero que hoy en día puede suponer el principal talón de Aquiles a la hora de articular a una oposición efectiva frente al gobierno de Bolsonaro.

La figura de Lula ha sido el eje sobre el cual ha pivotado toda la política brasileña desde la década de 1970, presente en todas las citas electorales desde 1989, ya fuese como principal aspirante, como candidato a batir o apadrinando a la candidatura más fuerte. Sin embargo, no deja de ser significativo que, quien ha sido protagonista principal en la creación y consolidación del PT —uno de los pocos partidos latinoamericanos con un mínimo grado de institucionalización—, haya sido incapaz de aceptar un proceso de sucesión interno que permitiera la extensión de su programa más allá del personalismo que supone su hiperliderazgo.

Actualmente, Lula se encuentra en libertad, pero aguardando sentencia firme, después de que el Tribunal Supremo dictase su liberación, aunque contradiciendo, así, su propia jurisprudencia que impidió a Lula ser candidato en las elecciones de 2018. Una vez que salió de la cárcel, la atención mediática se concentró de nuevo en el expresidente, quien ahora lucha por rescatar el legado de sus gobiernos, así como denunciar los desmanes cometidos por el juez Sergio Moro —actual ministro de Justicia del gobierno de Bolsonaro— en las investigaciones de la operación Lava Jato, que acabaron llevándole a prisión y condicionando el resultado de la más reciente disputa presidencial. Asimismo, Lula se presenta como candidato in pectore para la disputa de 2022, y, gracias a su capacidad de atracción mediática, se ha convertido en el principal referente de la oposición frente al presidente Bolsonaro.  

No obstante, esta pretensión de continuar acaparando el centro de la escena política no deja de ser problemática, incluso para los propios intereses de Lula y del PT. En términos de estrategia electoral, no parece la mejor opción la insistencia en un candidato cuyo horizonte jurídico no está en absoluto despejado, habida cuenta de los distintos procesos que todavía permanecen abiertos contra él. Esto puede llevar al PT a cometer el mismo error de la elección de 2018, cuando se quedó sin tiempo efectivo para construir una candidatura alternativa después de haber sido encarcelado. También puede ser un error estratégico confiar en un liderazgo que, si bien tiene una capacidad única para movilizar el voto popular, se trata de una figura sumamente polarizadora entre la opinión pública. En estas circunstancias, el bolsonarismo, que está perfectamente adaptado al debate visceral, podría sacar réditos, habida cuenta de que muchos de sus apoyos lo son más por la oposición al lulismo que por una adhesión real. 

Dado que la derecha moderada ha sido prácticamente devorada por el clima de radicalización que encumbró al poder al presidente Bolsonaro, cualquier intento por rescatar la democracia brasileña de su progresivo declive debe partir, al menos desde la iniciativa, de la centro-izquierda. Sin embargo, y aunque Lula pueda tener motivos para sentirse agraviado, basar todo su discurso en la denuncia de conspiraciones, sin tratar de plantear un programa más consistente que aquella apelación voluntarista de “volver a hacer feliz a Brasil de nuevo”, puede hacer que el PT caiga peligrosamente en el ensimismamiento.

Democracia en vértigo aporta un relato, basado en hechos contrastados, pero para entender de una manera más global la actual crisis de la democracia brasileña, es necesario abrirse a otras interpretaciones complementarias. Cabría preguntarse, por tanto, por qué en pleno siglo XXI la figura del líder carismático, a caballo entre los hiperliderazgos construidos por la política 2.0 y el caudillismo tradicional, continúa teniendo un vínculo tan fuerte, polarizando el debate público y dificultando una renovación constructiva de la vida política.


Episodio relacionado de nuestro podcast:

Foto de midianinja en Foter.com / CC BY-NC-SA

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Profesor de Políticas Públicas en la Univ. Federal Fluminense - UFF (Brasil). Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Salamanca. Fue investigador de postdoctorado en el Instituto de Estudios Sociales y Políticos de la Universidad del Estado de Rio de Janeiro (IESP/UERJ).

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