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Nicaragua antidemocrática y ¿monárquica?

“Ella no es la vicepresidenta; es la co-presidenta”, dijo acerca de la nicaragüense Rosario Murillo. Pero lo dijo sin saber realmente cuán acertada resultaría su profecía. Porque quien pronunció estas palabras no fue Daniel Ortega en octubre de 2021, sino Agustín Jarquín en 2016, durante la campaña electoral que aupó a Murillo a la segunda magistratura del país.

Cinco años después, el presidente Ortega vino a confirmarlo: desde el 25 de octubre de 2021, la compañera Rosario es oficialmente –que no legalmente– co-presidenta. Algunos medios de comunicación, tanto nicaragüenses como prestigiosos diarios de ámbito internacional, se apresuraron a denunciar el golpe dado por Daniel Ortega. La denuncia partía de un hecho indudable: hay algo que no suena bien cuando un presidente inventa instituciones de primer orden político al margen de la Constitución. Pero “hay algo que no suena bien” no es suficiente. Y a eso se limitaron en general las columnas de opinión publicadas durante los últimos días. ¿Qué hay realmente detrás de ese anuncio? ¿Qué significa esa co-presidencia, y cómo se diferencia de la vicepresidencia?

Co-presidente sería una actualización de la monárquica asociación al trono. Es decir, el monarca incorpora paulatinamente a su heredero a las labores de reinado. Pero el poder permanece en última instancia en manos del titular, que puede modular esas delegaciones y, en principio, el heredero debe acatar sus decisiones. Es decir, se mantiene la asimetría de poder, tanto formal como real, a favor del titular.

La asociación al trono puede estar institucionalizada o no. Por ejemplo, en España, durante el lustro 2009-2014, el Rey Juan Carlos fue incorporando crecientemente a Felipe a las responsabilidades de la Corona. Ello ocurrió sin una institución formal llamada “Asociación al trono”, pero con máximo respeto por las instituciones formales. Aquí hay una primera clave: el comportamiento de los actores políticos puede permitir que una institución informal fortalezca las instituciones formales. O todo lo contrario: como vemos en Nicaragua, una institución informal puede significar la liquidación de las instituciones formales.

El ejemplo de España es particularmente útil para comparar y comprender, porque viene del universo hispanoparlante y del pasado reciente. Es decir que resulta relativamente cercano al caso nicaragüense. Pero el invento es en realidad antiquísimo: podemos rastrear la asociación al trono al menos desde la Antigua Grecia. Así, en un sentido institucional, Ortega no inventa nada. El problema es que sí lo hace en el plano metainstitucional. La asociación al trono en sistemas presidenciales ya existía: se llama vicepresidencia. Por lo tanto, Ortega reinventa una figura ya existente; pero su método de creación es informal. Más grave aún, en lugar de reemplazar la figura existente, la sitúa al lado, coexistiendo ambas. Y más grave aún, la figura creada por Ortega no tiene sustento constitucional; no nace de un acuerdo entre fuerzas políticas que representen a toda la nación; no se origina en un debate en el que se ponderen las ventajas y desventajas del nuevo cargo. Podemos decir, en última instancia, que no tiene la menor legitimidad democrática ni el menor anclaje en el Estado de Derecho.

Ahora bien, si Ortega decidió dar este paso, probablemente tuviera algún objetivo. Por lo tanto, intentemos encontrar en la asociación al trono la lógica detrás de este tipo de mecanismo. Aquella solía utilizarse con dos fines: que el heredero se fuera haciendo a las tareas de la Corona y que la población (hoy diríamos la ciudadanía) fuera conociendo al futuro rey. Es decir, que éste fuera ganando legitimidad. Ahora, Rosario Murillo es vicepresidente y esposa del presidente; por lo tanto, es probable que conozca sobradamente las tareas del Ejecutivo. Respecto del segundo objetivo, el propio Ortega afirmó durante el discurso en que la nombró co-presidente: “Todos los días se está comunicando con nuestro pueblo, dando a conocer todo lo que se está haciendo en beneficio de las familias nicaragüenses”. Cabe inferir de esto que el pueblo la conoce sobradamente. Por lo tanto, si ya domina las tareas de gobierno y la ciudadanía ya la conoce, ¿qué se adelanta con hacerla co-presidente? ¿Es quizá la co-presidencia algo sustancialmente nuevo, y no nos estamos dando cuenta?

Aunque Ortega insinuó lo contrario, está claro que esa co-presidencia no es de dos iguales. Ante el disenso, quien tiene la última palabra es el presidente. Es decir: la co-presidencia es un cargo que convive en el Ejecutivo con el presidente; que tiene menor poder formal y real que él; que desempeña tareas delegadas por el primer mandatario; y cuyo poder y capacidad ejecutiva será directamente proporcional a la confianza que le tenga el presidente.

¿Qué es la vicepresidencia? Es un cargo que convive en el Ejecutivo con el presidente; que tiene menor poder formal y real que él; que desempeña tareas delegadas por el primer mandatario; y cuyo poder y capacidad ejecutiva será directamente proporcional a la confianza que le tenga el presidente.

(Tras la invención en la Argentina de Cristina Fernández de la vicepresidencia con más poder real que la presidencia, quizá no podamos dar por sentado que el presidente siempre tiene mayor poder que el vice. Pero éste no parece ser el caso en Nicaragua. Ni siquiera parece que tengan el mismo poder: Ortega predomina claramente. Así que sigamos adelante con el análisis).

¿Podemos decir, entonces, que co-presidencia y vicepresidencia son lo mismo? Sí y no. De los párrafos anteriores se colige lo que tienen en común, que es casi todo. Pero hay entre ellos una diferencia radical: mientras la vicepresidencia es un cargo real, la co-presidencia es virtual. Por ejemplo, imagínese el lector que Ortega quiere remover al vicepresidente: no puede. La Constitución no contempla esa posibilidad. Imagínese, en cambio, que quiere desplazar al co-presidente: ¡hecho! Desearlo, anunciarlo y materializarlo son una misma cosa.

Puesto que el cargo no existe formalmente, no se le puede asignar un presupuesto, una oficina, un equipo. Pero en el caso concreto de Murillo, el engaño es sutil, puesto que vicepresidente y co-presidente coinciden en la misma persona. Así, se puede proclamar que determinadas funciones, títulos o presupuestos han sido asignados al co-presidente, cuando en realidad lo han sido a la vice. Esa coincidencia en la misma persona oculta parcialmente la farsa — al menos ante los ojos que quieran dejarse estafar.

Como siempre, en política debemos pensar en el futuro; en lo que pasaría si lo que hoy es excepcional, con el tiempo se convierte en norma. Así, ¿qué pasaría si la tradición de nombrar un co-presidente se establece, pero el día de mañana hay un vice y un co-presidente que no coinciden en la misma persona?

Un hecho se presenta meridiano: la maniobra de Ortega liquida la vicepresidencia y las instituciones en general. Viene a decir: esta misma persona, con las mismas funciones, tiene poco valor político si sólo ostenta el título de vice; por eso hay que crearle uno más importante: la co-presidencia. Y viene a decir también: el cargo de vice, respaldado por la Constitución, por la historia y por el voto popular, tiene menos valor que un cargo inventado mágicamente por la palabra del presidente.

La Francia de los Capetos agregó a la asociación al trono un segundo mecanismo: la consagración anticipada, por la que el heredero coronado anticipadamente recibía el título de rex junior. Teniendo en cuenta las reminiscencias del régimen nicaragüense con una monarquía absoluta, Ortega podría haber sido más generoso con su compañera: más que co-presidenta, Rosario Murillo merece la investidura de regina junior.


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Politólogo y Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Salamanca. Especializado en la sucesión del poder y la vicepresidencia en América Latina.

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