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Financiamiento para el desarrollo: el combustible de la integración

La integración de los países va siempre de la mano con su desarrollo. Para la integración física hacen falta infraestructuras, carreteras y puertos. Para la integración económica se requieren políticas e instituciones comunes que hagan el proceso sencillo y armónico. Y para lograr esas dos cosas se necesita financiamiento. Un financiamiento sólido, estable, a salvo de las coyunturas económicas y enfocado en las áreas y necesidades que, por su tamaño o complejidad, no suelen ser rentables para la banca comercial o viables para los bancos nacionales de desarrollo.

De manera que para financiar la integración entre países -y su desarrollo- hace falta una institución sin fines de lucro, supranacional y  con una clara orientación a hacer posible los proyectos que ayuden a materializar esos objetivos: la integración y el desarrollo. El ejemplo más exitoso de una institución de este tipo lo tenemos en el Banco Europeo de Inversiones (BEI), una de las instituciones financieras supranacionales más grandes e importantes del mundo, tanto por sus logros como por el volumen de sus operaciones.

Los “dueños” del banco son todos los países miembros de la Unión Europea, que aportan proporcionalmente al capital del BEI de acuerdo con la contribución de cada uno al PIB global del bloque. Sus créditos están fundamentalmente orientados a integración, infraestructura, cambio climático, medio ambiente y PyMEs. Y ha sido fundamental en respaldar la consolidación de la Unión Europea, especialmente las áreas y países con menores niveles de desarrollo.

Su sólida calificación crediticia (AAA, según las tres principales calificadoras del mundo) explica que su principal método de obtención de fondos sea la emisión de bonos. Fondos que le permiten, a su vez, acometer los proyectos que los estados miembros no pueden acometer por sí mismos.

En América Latina, con sus luces y sombras, el modelo de integración más avanzado, con mayor institucionalidad y con mayor número de habitantes en la región es el MERCOSUR. La pregunta que me hago desde hace un tiempo es… ¿Podemos soñar con un banco de inversiones independiente o agencia financiera de desarrollo propia, confiable y con definida vocación por enfrentar los desafíos más urgentes de nuestra región y nuestro tiempo?

Creo que sí. El MERCOSUR acumula ya 30 años de logros a pesar de crisis políticas y financieras regionales y globales, además de agudas transformaciones sociales y políticas en sus países miembros. Esto solo prueba que nuestra vocación integradora es más grande que todos los desafíos que hemos enfrentado y que no es descabellado soñar con una institución que obtenga y distribuya los recursos necesarios para seguir avanzando por este camino.

Del sueño se derivan, naturalmente, la aproximación a la realidad y la siguiente pregunta: ¿necesita MERCOSUR una institución de estas características? La respuesta a mi juicio es un claro, rotundo e inequívoco sí. Las secuelas sociales y económicas de la pandemia, la crisis climática y los desafíos globales que representa el reajuste de los polos de poder global son evidencia de que debemos avanzar hacia un modelo propio de desarrollo y cooperación, en el que lo solución de nuestros problemas de hoy y las bases de nuestro futuro dependan cada vez menos de factores externos.

La urgencia y la importancia de los desafíos que tenemos por delante son también una oportunidad para la audacia, la creatividad y la innovación, tres factores que también tenemos en abundancia en nuestra región.

Mi conclusión es que sí necesitamos en MERCOSUR una fuente de financiamiento propia, confiable y segura para profundizar la integración, las comunicaciones, la logística, los proyectos de energías renovables y medioambientales, desarrollo de software, biomedicina y que por sobre todo apueste por achicar las asimetrías económicas y sociales de las regiones o países de menor desarrollo relativo. 

La integración necesita combustible, y este puede ser el camino.


Episodio relacionado de nuestro podcast:

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Presidente ejecutivo de FONPLATA - Banco de Desarrollo. Fue Pro Secretario del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y Subsecretario de Agricultura, Ganaderia y Pesca de Uruguay (1999-2000).

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