El 11 de marzo la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunció que el COVID-19 era oficialmente una pandemia: se había alcanzado la “propagación mundial” de la nueva enfermedad. El virus, surgido de la mezcolanza de fluidos animales en un mercado de Wuhan, se había contagiado de vaya a saber qué bicho a probablemente un comerciante, y de este a otro, o a un cliente, o quizá a un proveedor para rápidamente esparcirse entre los recovecos de la ciudad china. A su paso, el novel virus dejó una estela de enfermos que enfermaron a nuevos enfermos que desbordaron la metrópolis y se esparcieron en buses, trenes y barcos por la superficie de la tierra. Sin embargo, fue el avión, —auténtico agente globalizador del virus— quien en un abrir y cerrar de ojos polinizó el planeta de coronavirus. En semanas la enfermedad apareció en pequeñas poblaciones de la selva amazónica, el desierto del Sahara o la tundra siberiana. Sin embargo, el virus no avanzaba homogéneamente por el mundo. Como si se tratara de una superposición cartográfica, el mapa de la pandemia más bien reproducía a grandes rasgos la geografía de la globalización.
prestar atención a su relación estructural con la globalidad es una buena forma de entender la pandemia.
La globalización es un fenómeno que se basa en el aumento continuo de la interconexión entre países, regiones y ciudades del mundo. Y el avance de este proceso —en construcción— es medido por el Índice de Globalización de KOF, de la Escuela Politécnica Federal de Zúrich, que evalúa las dimensiones económicas, políticas y sociales de la globalización. En este sentido, la propagación del virus refleja en cierta medida la dimensión social de la globalización, cuyas principales características son la movilidad y la densidad de población. Y si bien existen infinidad de factores que alteran el comportamiento de la propagación como las políticas públicas, la infraestructura, las formas de vida, la economía, el clima, la geografía o el azar, prestar atención a su relación estructural con la globalidad es una buena forma de entender la pandemia.
Bélgica, por ejemplo, líder absoluto del índice de mortalidad por COVID-19 con 83,9 fallecidos cada 100.000 habitantes, es año a año una fija en el podio de los países más globalizados. Los cinco países más globalizados del mundo —Suiza, Países Bajos, Bélgica, Suecia y Reino Unido— se encuentran, según datos de la Universidad John Hopkins actualizados al 7 de junio, entre los diez países con mayores índices de mortalidad. Y si se prefiere, los diez países con mayores índices de mortalidad se encuentran entre los 23 más globalizados.
La globalización, sin embargo, si bien es un fenómeno que atañe a los países en su conjunto, es un proceso que afecta particularmente a los grandes centros urbanos. Estados Unidos, por ejemplo, con una extensión continental y una población de más de 300 millones de habitantes presenta una enorme heterogeneidad interna que se ve reflejada en la incidencia de la globalización y, por lo tanto, en la propagación del virus. Los estados de Nueva York y Nueva Jersey acumulan más del 40% de los fallecidos de Estados Unidos por el COVID-19 a pesar de representar juntos menos del 10% de la población. Esto se debe a que la ciudad más globalizada del mundo (según el Global Cities Index de ATKearney), Nueva York y su área metropolitana que se extiende entre ambos estados, ha sido el principal foco del virus a nivel global.
Según un artículo de la revista médica The Lancet, al 24 de abril las más elevadas tasas de mortalidad acumulada a los 30 días del inicio de la epidemia se habían dado en Nueva York, con 81,2 muertos cada 100.000 habitantes, la Comunidad de Madrid con 77 muertos, Lombardía donde se encuentra la globalizada Milán con 41,4, Île-de-France, conocida como la región parisina con 26,9 y el Gran Londres con 23 muertos cada 100.000 habitantes. Entre estas metrópolis se encontraban las tres ciudades más globalizadas del mundo: Nueva York, Londres y París.
En una comparación más amplia, el coronavirus ha trazado una frontera sanitaria entre los países de Europa Occidental y los mucho menos afectados del centro y este de Europa que presentan interconexiones considerablemente más débiles. África por su parte, la región menos preparada para contener la pandemia, tenía todos los boletos para ser devastada por la enfermedad. Sin embargo, según el Centro de Prevención de Enfermedades de la Unión Africana (CDC), en el continente menos globalizado del planeta se contabilizaban al 8 de junio en el entorno de las 5.000 muertes y los 200.000 contagios. Números semejantes a los de Perú.
En el caso de África, su estructura demográfica es uno de los factores manejados para explicar la contención del virus hasta el momento, así como una mayor resistencia debido a una exposición histórica a virus similares. Pero existen más factores que influyen en la propagación del virus como el orden cronológico de la pandemia que permitió a los gobiernos de los países menos globalizados contaran con más tiempo para implementar políticas públicas. Mientras que el no-liderazgo de gobernantes populistas y negacionistas de la enfermedad como Trump y Bolsonaro probablemente facilitó la dispersión del virus.
América Latina, con una enorme heterogeneidad social, se encuentra en una situación donde en un país como Brasil coexisten tribus amazónicas no contactadas y una megalópolis como San Pablo que se encuentra entre las 42 ciudades más globalizadas del mundo. Las enormes desigualdades socio-económicas de la región, que se traducen en índices de conectividad drásticamente distintos entre territorios, hace de América Latina una región más impredecible desde el punto de vista de la circulación del virus.
Sin embargo, la situación actual reafirma las tendencias globalistas del coronavirus en América Latina. Las megalópolis como San Pablo, Río de Janeiro, Ciudad de México, Buenos Aires, Lima, Bogotá o Santiago de Chile, con altos índices de globalidad, representan los principales focos de la pandemia en la región. Y Guayaquil, la primera ciudad latinoamericana en verse desbordada por la enfermedad, si bien no clasifica entre las más globalizadas, es el segundo mayor puerto del pacífico y la urbe más poblada de Ecuador, país de origen de la mayor comunidad de emigrantes latinoamericanos en España, uno de los principales focos mundiales y con quien Ecuador mantiene un enorme flujo.
El coronavirus no es un indicador matemático, simplemente se mueve con las personas por lo que en cierta medida representa la movilidad humana, uno de lo indicadores de la globalización. Es verdad que con el tiempo nuevos focos podrían superar los existentes. África podría llegar a ser el pronosticado desastre y la región amazónica, que ya se encuentra entre las regiones más afectadas de América Latina y menos conectadas, convertirse en el epicentro mundial del coronavirus. Sin embargo, el orden cronológico de la expansión del virus SARS-CoV-2 es inamovible y permanecerá allí para recordarnos la importancia de leer la globalidad para entender la pandemia.
Foto de fneitzke en Foter.com / CC BY-NC-SA
Autor
Periodista, Máster en Periodismo de la Universidad de Barcelona y en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Complutense de Madrid.