En la actualidad, el grupo BRICS -originalmente Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica- atraviesa un momento político destacado. En la reciente cumbre celebrada en Sudáfrica, el grupo formalizó su invitación a seis nuevos miembros: Argentina, Arabia Saudí, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán. Se consolida así el carácter geopolítico de los BRICS, ya que incluyen, por un lado, a un aliado histórico de Estados Unidos en Oriente Medio, Arabia Saudí, y, por otro, a Irán, que sufre las sanciones estadounidenses. China ha mediado recientemente en la reanudación de las relaciones diplomáticas entre ambos.
Los BRICS se han constituido como una plataforma política y económica desde finales de la década de 2000. Su ascenso reforzó el arraigado imaginario de «modernización» y «desarrollo» en el Sur Global, dando lugar al optimismo sobre la capacidad de estos países para convertirse en una alternativa a la hegemonía occidental. Hoy, las tensiones -y las expectativas- sobre el papel internacional de los BRICS han crecido en la esfera geopolítica. Desde un punto de vista histórico, es importante que América Latina y África apoyen la diversificación de asociaciones económicas que puedan contrarrestar la omnipresencia de Estados Unidos y Europa.
Podemos analizar los BRICS desde al menos tres dimensiones. La primera es la «visión desde arriba», cuando analizamos el sistema internacional como un entorno formado por Estados nación relativamente cohesionados y con un interés nacional que buscan preservar o aumentar su poder en un entorno de competencia entre ellos. Este enfoque, se confunde con los análisis geopolíticos de los BRICS. Desde esta perspectiva, los BRICS buscan acumular capacidades económicas, políticas y militares frente a las potencias tradicionales, en particular Estados Unidos y Europa.
En sus inicios, en el contexto de la crisis financiera de 2008, los BRICS trataron de actuar de forma coordinada en los foros multilaterales para pedir reformas en las instituciones de gobernanza económica y política mundial, especialmente el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, pero también (por parte de Brasil e India) en el Consejo de Seguridad de la ONU. Esta agenda reformista ha sido un punto de tensión con las potencias occidentales, que han tratado de retrasar o incluso impedir tales reformas en instituciones creadas en la posguerra, despertando las expectativas de algunos segmentos sociales sobre el potencial «contrahegemónico» de los BRICS.
Las cuestiones relativas a la seguridad internacional ya ganaban terreno en cada cumbre de los países BRICS. Sin embargo, las tensiones geopolíticas cobraron protagonismo con la elección de Donald Trump en Estados Unidos en 2017, cuando este país centró su atención en contener la expansión tecnológica de China. En 2022, con la invasión rusa de Ucrania, el mundo volvió a representarse como «Occidente contra Oriente», y la alianza China-Rusia, en el seno de los BRICS, marcó definitivamente el tono geopolítico, más que económico, de la agrupación. Desde esta perspectiva, el grupo se está convirtiendo cada vez más en una alianza geopolítica, más que económica.
Otra forma de ver los BRICS es desde una perspectiva «horizontal» (o lateral), es decir, analizando las relaciones intra-bloque, tratando de identificar convergencias y asimetrías entre los países. En el ámbito de la salud, por ejemplo, los BRICS han intentado aumentar su cooperación, estableciendo grupos de trabajo y memorandos de entendimiento. Al mismo tiempo, la pandemia puso a prueba la cooperación, y los países BRICS no coordinaron una posición conjunta sobre la flexibilización temporal de las patentes de vacunas en los debates de la Organización Mundial del Comercio.
En trabajos anteriores mostramos que existen asimetrías económicas entre los países, dada la preponderancia económica de China. En las relaciones comerciales, por ejemplo, tres de los países BRICS -Brasil, Rusia y Sudáfrica- mantienen superávits comerciales con China, pero sus exportaciones se componen principalmente de productos agrícolas y minerales primarios: soja, mineral de hierro, petróleo crudo y refinado, carbón, manganeso y otros hidrocarburos. India, el único país BRICS con déficit comercial con China, también suele exportar productos primarios a su socio asiático, así como medicamentos. Por su parte, las exportaciones intra-BRICS de China consisten en piezas de teléfonos, máquinas de procesamiento de datos y semiconductores. En este sentido, las relaciones comerciales intra-BRICS se remontan a la tradicional división internacional del trabajo, con China en su centro. Esta interdependencia asimétrica tiende a perpetuar la desindustrialización de la economía brasileña a medio plazo, ya que Brasil ha perdido su lugar frente a China como principal exportador de productos manufacturados a otros países sudamericanos.
Una tercera forma de analizar los BRICS se basa en sus relaciones con otros países y regiones en desarrollo de África, Asia y América Latina. Se trataría de una visión «vertical» (o bottom-up), ya que cada país BRICS actúa como una potencia regional que busca influir y acumular poder económico con otros de la «periferia». En ocasiones, la actuación de las grandes empresas multinacionales de los BRICS en África y América Latina reproduce prácticas de explotación de materias primas, mano de obra y recursos naturales, generando nuevos ciclos de acumulación y expropiación. Según expertos, la influencia económica de China en África ha llevado a una reformulación de las relaciones intraafricanas: en lugar de las ideas del panafricanismo, estas relaciones se retratan ahora a través de la lente del «Sur Global» y la «Cooperación Sur-Sur», siendo esta una narrativa que lleva los intereses chinos al continente.
Por su parte, el experto Carmody (2015) sostiene que el capital sudafricano y el chino generalmente trabajan juntos para explotar los recursos naturales y dominar los mercados en África. Tanto en África como en América Latina, algunos analizan las relaciones con China como desiguales y dependientes del comercio y la inversión, que sirven para garantizar el suministro de materias primas del país asiático y promover la apertura de mercados para la venta de productos y servicios de alta tecnología por parte de empresas chinas.
Para Brasil, éste es un momento de oportunidades y desafíos. Un BRICS fuerte y ampliado es bueno para Brasil como miembro fundador del bloque y líder regional en Sudamérica. Al mismo tiempo, el grupo está aumentando su fuerte base económica en los combustibles fósiles, así como un mayor déficit democrático, lo que supone un reto para Brasil en su intento, por un lado, de ser protagonista en las negociaciones sobre el clima e impulsar una transición energética justa y, por otro, de difundir ideas de democracia y derechos sociales, como pretende el actual gobierno de Lula. El país debe mantener su relativa autonomía frente a las tensiones internacionales entre las potencias y negociar mejores condiciones en las relaciones intra-BRICS. La transferencia de tecnología Sur-Sur y la cooperación efectiva en áreas como la salud, el medio ambiente, la agricultura y la energía son fundamentales para lograr mejores condiciones sociales de vida y de trabajo para la mayoría de nuestras poblaciones.
Autor
Doctora en Relaciones Internacionales por el Instituto de Relaciones Internacionales de la PUC-Rio. Profesora de la Universidad Federal Rural de Río de Janeiro (UFRRJ) y Directora del BRICS Policy Centre (2021-2023).