Entre el 16 y el 19 de abril se realizó en el Palacio de las Convenciones en La Habana el VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC). Cita quinquenal, —no siempre cumplida— del órgano más poderoso de la isla para examinar el rumbo del país y elegir nuevos miembros para el Buró Político y el Comité Central del Partido. Para este año, la principal novedad era el retiro anunciado de Raúl Castro.
Aunque se especuló sobre una posible dilación de la decisión, debido a la grave crisis que vive la isla, Raúl Castro dimitió a su cargo el primer día de la cita cumpliendo con su palabra y abriendo la posibilidad para un cambio en el rumbo del país. Sin embargo, los días venideros demostraron que la suerte estaba echada y que Miguel Díaz-Canel, sucesor de Raúl en el puesto de Primer Secretario, se encargaría de garantizar la continuidad.
Los titulares de los principales medios globales discurrieron entre “una nueva era sin Castro” y “sale Castro, queda el castrismo”. De un lado, expresiones categóricas que auguraban vientos de transformación y la posibilidad de un giro en la política que ha regido en la isla desde 1959. Y por el otro, expresiones de continuismo que ponían en evidencia que la impronta de 62 años de dictadura no quedaría atrás solo por la salida de uno de sus patriarcas.
Aunque ambos titulares tienen algo de cierto, el hecho es que más allá del simbolismo del apellido Castro, los cambios realizados por el Congreso buscan la continuidad. Las esperanzas de millones de cubanos se frustraron al ver que la nomenclatura de la isla lanzó señales de mantener la hoja de ruta que hasta ahora ha llevado a la isla a la dramática situación en la que se encuentra, con largas colas para el abastecimiento, una devaluación cada vez mayor, un comercio en divisas que vende a ciudadanos que ganan en moneda nacional y una ola represiva contra artistas, activistas y periodistas.
El Buró Político quedó compuesto por 14 miembros, de los cuales solo tres son mujeres, mientras que el Comité Central redujo su número de integrantes dado que salieron 88 y entraron 55 nuevos miembros. Este cambio, en cierta medida implica una renovación generacional, pero de ninguna manera significa un cambio en la hoja de ruta.
Un ejemplo del continuismo es el de Humberto López, conductor del programa Hacemos Cuba, que hasta ahora se ha ocupado de vilipendiar a artistas, activistas y periodistas independientes en horario estelar de la televisión cubana y quien ahora es premiado con su incorporación en el órgano del Partido. Todo parece indicar que la demostración de aptitudes “revolucionarias” como censurar, perseguir, atacar, o reprimir a ciudadanos que se manifiestan libremente tiene recompensa.
Por otro lado, las manifestaciones opositoras y las denuncias ciudadanas son duramente reprimidas. Este es el caso de Luis Robles, el joven que se manifestó con un cartel en rechazo a la dictadura y pasó meses en prisión. Zanahoria para los “revolucionarios” y garrote para los opositores y disidentes.
El caso de López no es el único. Mayra Arevich pasó de ser la presidenta de ETECSA —Empresa de Telecomunicaciones de Cuba— a convertirse en la nueva Ministra de Telecomunicaciones, y Jorge Luis Perdomo, que hasta la fecha estaba en ese cargo, pasó a ser Viceprimer Ministro. La primera fue promovida por poner la empresa de telecomunicaciones a disposición para bloquear a quienes disienten del régimen e impedir sus comunicaciones con el exterior; y el segundo por promover la censura y defensa del Decreto Ley 370 (llamada Ley Azote) por medio del cual se ha perseguido, multado y sancionado a activistas y periodistas en la isla.
Los mensajes son claros y el Congreso del Partido ha lanzado señales de continuidad en su evento a puerta cerrada. Sin embargo, la militarización de La Habana y las largas colas de abastecimiento son señales de un Partido desconectado con la ciudadanía. Mientras muchos esperaban alguna muestra de apertura que permitiera liberar la economía y hacer frente a la devaluación, inflación y desabastecimiento, los ciudadanos de a pie, como lo señala la periodista Yoani Sánchez, empiezan a ver que la única salida es “huir”. No se trata de un asunto de debilidad, sino de desesperanza y resignación.
Solo queda esperar que las expresiones alternativas, el malestar y la efervescencia social, como la experimentada recurrentemente en el barrio San Isidro, se extiendan lo suficiente como para presionar a la dictadura a alterar el rumbo. Si ha de haber una salida para Cuba, esta está en manos de la ciudadanía y no de un Partido envejecido y desconectado con la realidad.
Foto de Cubadebate em Foter.com
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Autor
Profesor e investigador del Programa Cuba de la Univ. Sergio Arboleda (Bogotá). Candidato a Doutor en Estudios Políticos y Rel. Internac., Univ. Nacional de Colombia. Editor de Revista Foro Cubano. Coord. del Observatorio de Libertad Académica de Cuba (OLA).