Evo Morales es un animal político que adolece de incontinencia verbal. Sus mensajes, ya sea a través de medios de comunicación tradicionales como la radio, por donde emite sus discursos políticos, o por redes sociales, como Twitter y Facebook, no dejan indiferente a nadie. A partir de esta radicalidad discursiva, —factores endógenos— Morales mantiene su vigencia en la esfera pública nacional, mientras que en la esfera internacional sus vínculos y los reconocimientos de algunas de sus políticas —factores exógenos— le permiten desplegar ideológicamente su discurso y mantener su influencia política.
Los factores exógenos
Empecemos por estos últimos. El reconocimiento del alcance económicos y los cambios constitucionales durante la gestión de Morales como presidente, son como vitaminas para su discurso, pues nutren su imagen pública internacional.
La elección de Pedro Castillo en Perú ha fortalecido en Sudamérica la corriente progresista representada por los expresidentes Rafael Correa y Evo Morales. De hecho, según Pedro Francke, portavoz económico de Castillo, “el país que más se asemeja al sistema económico que el nuevo gobierno pretende construir es Bolivia”. No es casual que Evo asistiera como invitado especial a su toma de posesión y participara en los actos protocolares ocupando lugares reservados para autoridades locales o jefes de Estado.
Por otro lado, la imagen de Morales también se ha visto impulsada a partir de la nueva Convención Constitucional en Chile. Bolivia es el gran ejemplo de construcción de un Estado plurinacionalidad, un tema que Chile, cuya Constitución no reconoce la existencia de pueblos originarios, tiene pendiente y que no fue abordado por ninguna de las tres Constituciones anteriores. “Cada día queda más claro que Chile se va a definir como un Estado plurinacional, como en su momento lo hizo Bolivia”, afirma el académico Javier Couso, de la Universidad Diego Portales de Chile.
Factores endógenos
Evo, como político de raza, necesita mantenerse vigente en el campo político y sentirse vivo luego de más de una década gobernando. Es un actor que sabe ser y hacer en el campo político y en ese marco, su radicalidad discursiva es una forma de retornar a sus orígenes para cobrar vigencia y presencia desde los márgenes del Estado. De esta manera, logra incidir en el proceso de las decisiones políticas del gobierno de Luis Arce, desde donde es considerado como el líder simbólico y perpetuo del denominado proceso de cambio.
No obstante, desde la perspectiva del antagonismo, la recargada virulencia discursiva que encarna es sintomática de su malestar político permanente desde que renunció al cargo de presidente, tras la rebelión ciudadana de 2019 surgida de la desafección política acumulada por más de tres años de autoritarismo y negación de la alternancia en el poder.
En otras palabras, la polarización discursiva que azuza manifiesta su enemistad política con quienes categoriza como agentes de la derecha, imperialistas, separatistas, racistas y oligarcas. Este discurso es amplificado y estilizado por sus fieles escribanos, nacionales y extranjeros, para conservar su identidad política nacional-popular-indígena mediante la construcción constante de un enemigo público.
El poder judicial determinado por el poder político
La teoría del golpe de Estado es utilizado para justificar las acciones políticas del gobierno nacional (MAS) contra sus opositores y el principal trofeo de guerra es la detención de la expresidenta Jeanine Áñez. Un nuevo acápite ha sido el envío de armas por parte del gobierno de Mauricio Macri a la agrupación “Alacrán” de la Gendarmería Nacional boliviana para reprimir las protestas sociales en contra del gobierno interino de Añez en noviembre del 2019.
Así, el golpe de Estado se ha convertido en un argumento político que determina la actuación de la justicia boliviana contra los opositores, criminalizándolos. Esto ha sido incorporado en el discurso de Morales, que además señala a actores extranjeros como colaboradores de sus enemigos políticos internos, lo cual fortalece su estrategia discursiva.
La polarización, sin embargo, ha sido espoleada recientemente por un problema históricamente irresuelto: la inequitativa distribución de la tierra. Aprovechando el interés público que concita la problemática, Morales acusó, nuevamente, al departamento de Santa Cruz de separatista pero con una connotación más punzante: golpista. El 3 de julio publicó un tuit donde señalaba que “la mal llamada cumbre de la tierra, organizada por grupos irregulares vinculados a sectores separatistas y golpistas de logias de Santa Cruz, busca enfrentamiento y derramamiento de sangre entre hermanos bolivianos”, y en ese marco, la justicia “debe sancionar a sus financiadores y operadores”.
El discurso político-ideológico de Evo Morales, aupado por los factores mencionados, y que se enmarca bajo el criterio político de dividir el tablero entre amigos y enemigos, busca imponer el pensamiento único y debilitar el pluralismo político. “No habrá reconciliación con fascistas, racistas, salvo que entiendan que nuestra ideología y nuestro programa está bien para Bolivia”, afirmaba recientemente con el claro propósito de posicionarse como candidato a presidente para el próximo periodo.
A pesar de que su radicalidad discursiva no tiene nada de nuevo, llega donde otros no llegan como ser los sectores populares, colectivos de indígenas y campesinos, mientras que el centro político permanece debilitado. Sin embargo, lo más preocupante de la estrategia de Morales es que exacerbe la polarización social con el propósito de ganar una nuevas elecciones nacionales motivado por el revanchismo.
Autor
Cientista político. Integrante del Centro de Investigación Política de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma Gabriel Rene Moreno (Santa Cruz de la Sierra). Publicó el ensayo Rebelión y Pandemia. Proceso político-electoral en Bolivia 2019-2020" Editado por Plural.