El dato más importante que arrojó el ejercicio de revocación de mandato fueron los quince millones de votos que recibió el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) a favor de su continuidad. Dado que el ejercicio fue promovido por y desde el gobierno, la cifra puede ser interpretada como el voto duro de AMLO o, si se prefiere, una medida de la capacidad del oficialismo de movilizar a sus votantes. ¿Quince millones son pocos o muchos?, se preguntará usted. Según se vea. Algunos pensamos que no son tantos, ya que equivalen al 16 por ciento del electorado. Una cifra nada despreciable ni mucho menos, pero que pone en duda la supuesta enorme popularidad del presidente. Este dato hace pensar que quizá estamos aquí frente a un fenómeno bien conocido en México: la discrepancia entre popularidad y apoyo electoral al presidente. La lección de la consulta sería pues que si bien AMLO y su partido parecen imbatibles en medios de comunicación y redes sociales, electoralmente es perfectamente posible vencerles.
Empecemos diciendo que esta revocación, oficialmente denominada como Proceso de Revocación de Mandato del Presidente de la República electo para el periodo constitucional 2018-2024, fue una gran pantomima. La historia se remonta a agosto de 2021 cuando se aprobó la Ley Federal de Revocación de Mandato. Esta ley fue pensada para darle a la ciudadanía una herramienta para inconformarse con el ejecutivo y, en última instancia, removerlo del cargo de forma pacífica y legal. Pero ya se sabe que el camino al infierno está lleno de buenas intenciones, y lo que se pensó como una herramienta de democracia directa para empoderar a la ciudadanía fue capturada por el gobierno para movilizar a sus bases. En efecto, y contra toda lógica, la revocación de mandato del presidente fue promovida desde un inicio por el mismo gobierno de AMLO. El mundo al revés.
Es claro entonces que este ejercicio no califica realmente como una consulta de revocación, puesto que no responde a una genuina demanda ciudadana. Se trató más bien de un ejercicio de movilización gobiernista como los que vemos en países semi-autoritarios. Dicho lo anterior, sin embargo, desde el análisis político el ejercicio fue de gran valor pues permitió observar con nitidez el verdadero músculo electoral del presidente. Digo músculo electoral y no popularidad porque si algo quedó patente en la jornada del 10 de abril es que la una y la otra cosa no son iguales. La diferencia es clave puesto que una de las estrategias que AMLO utiliza para dividir y paralizar a la oposición es señalar que tiene niveles récord de popularidad.
Y aquí ojo: esta afirmación se ha demostrado claramente como un mito. En efecto, a estas alturas de sus sexenios, los presidentes Salinas, Zedillo, Fox y Calderón tenían similares niveles de aprobación rondando el sesenta por ciento (la abrupta caída en popularidad de Peña Nieto es la excepción, no la regla). A pesar de ello, los voceros del oficialismo repiten todos los días que este presidente es el más popular en la historia de México. El mismo AMLO incluso gusta de compartir encuestas en sus conferencias matutinas que lo ubican como uno de los líderes mundiales con niveles más altos de aprobación. No es ningún accidente, por el contrario se trata de una deliberada estrategia para crear una narrativa favorable a su gobierno.
El otro aspecto clave que la consulta demostró, fue constatar que AMLO sigue siendo un político muy capaz de torcer la ley para salirse con la suya. Ejemplos sobran. Empecemos por decir que el Instituto Nacional Electoral (INE) detectó que una de cada cuatro firmas de petición para llevar a cabo la consulta eran falsas. Sigamos por el hecho de que el presidente le recortó al INE el presupuesto para llevar a cabo la consulta bajo el argumento de la austeridad. Y terminemos por decir que ni él ni su partido respetaron la veda electoral (la ley establece que los partidos no podrán inmiscuirse en la campaña de revocación).
Repito: nada de esto es accidental. El politólogo Alberto Simpser en su libro “Why Governments and Parties Manipulate Elections: Theory, Practice, and Implications”, señala que los actores políticos en el poder pueden violan las reglas de forma abierta y sin tapujos para mandar un poderoso mensaje: tengo el poder y la audacia de brincarme la ley, y háganle como quieran. De acuerdo a Simpser, “la manipulación electoral puede potencialmente producir mucho más que simplemente ganar la elección en cuestión. Específicamente, la manipulación excesiva y descarada tiene una serie de efectos previstos que incluyen, entre otros: desalentar a los partidarios de la oposición de acudir a votar o protestar; […] disuadir a las élites políticas de oponerse al partido gobernante o incluso de entrar en la contienda política.”
Todo lo anterior arroja datos clave. Primeramente, que el voto duro de AMLO es hasta cierto punto relativamente pequeño, nada despreciable claro está pero tampoco imbatible. Segundo, es muy probable que estemos asistiendo a un caso de magnificación deliberada de la imagen de AMLO como un presidente popular en base a dos estrategias. La primera sería la construcción de una narrativa en torno a su persona como un presidente excepcionalmente popular —hemos visto ya que los datos señalan que se trata de un mito. Segundo, su forma de actuar como un político muy dispuesto a saltarse las reglas del juego electoral a la vista de todos, lo que le daría una ventaja psicológica.
Narrativa y psicología son importantísimas en las refriegas políticas, nadie lo niega. Pero los números mandan. Y lo que nos dicen es que a este presidente se le puede vencer electoralmente. ¿Es AMLO pues una especie de Mago de Oz de la política mexicana?
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Autor
Cientista político y economista. Doctor por la Universidad de Toronto. Editor Senior en Global Brief Magazine. Especialista en Diseño de Investigación Social en RIWI Corp. (Real-Time Interactive World-Wide Intelligence).