El genocidio de Gaza permite medir la capacidad de comprensión y asombro de la comunidad internacional. Las afiliaciones previas en la contienda global han dirigido el alinderamiento automático con uno u otro bando. Sin mayores cuestionamientos morales, los regímenes y regiones conformes con el dominio global estadounidense aprueban el apoyo sistemático de Washington a Israel, a lo cual se opone la mayor parte de la comunidad internacional.
El poder central y sus opositores
Estados Unidos cuenta con aliados irrestrictos en el G 7 y la OTAN. Esos países se autoproclaman gestores de un mundo libre y democrático; sin embargo, desempeñan un dominio militar, económico, político e ideológico. Aquel que ose salirse de esos límites pasa a ser renegado y puede llegar, dependiendo del caso, en objeto de sanciones comerciales, cerco militar o, simplemente, se lo ocupa y destruye hasta convertirlo en Estado paria.
Los países más afectados por dominio militar y económico estadounidense fueron los primeros en unirse a la demanda de Sudáfrica contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia, el 29 de diciembre de 2024, por el crimen de genocidio en violación del Convenio de 1948. Asimismo, estos países apoyan la orden de arresto contra el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu y su ministro de defensa Yoav Gallant, emitida por la Corte Penal Internacional.
La respuesta de las diferentes regiones
Muchos organismos regionales condenan el genocidio en forma reiterada. La Organización de Cooperación del Golfo, la Organización de la Conferencia Islámica y la Organización de Cooperación de Shanghai han pedido a Israel parar la guerra, facilitar la ayuda humanitaria y respetar la integridad del pueblo palestino. En cambio, la declaración del G 7, en mayo, empezó por condenar los ataques iraníes contra Israel, sin mencionar el ataque israelí a la embajada iraní en Siria. En julio, la cumbre de la OTAN en Washington recalcó la necesidad de seguir elevando el gasto militar para contener a Rusia, China, Irán y Norcorea, sus principales antagonistas.
De los 193 países en la ONU, 145 reconocen el Estado Palestino. El 75 %. El tercio restante corresponde a Estados Unidos y sus aliados, excepto España, Irlanda, Noruega y Suecia. Por regiones, los 55 miembros de la Unión Africana defienden los derechos del pueblo palestino a la autodeterminación, obstruida por la ocupación israelí. Por eso, secundaron en masa la demanda sudafricana ante la CIJ.
En Asia, la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, una vez iniciado los ataques por parte de Israel, pidió la intervención del Consejo de Seguridad para detener la guerra y asegurar el ingreso de Palestina como miembro pleno de la ONU. Y la Organización de Cooperación de Shanghai, que reune 26 países, condenó la intolerancia religiosa, racista y xenofóbica y la destrucción de Gaza por el ejército israelí y pidió parar la guerra y reconocer el Estado Palestino. En términos similares se pronunció la Organización de la Conferencia Islámica.
¿Qué pasa con América Latina?
En América Latina y Caribe, el genocidio profundizó la fractura política regional ya que los representantes de los países no han tenido una posición uniforme de condena a los ataques de Israel.
Quienes se solidarizan con Palestina y denuncian la barbarie tienen claro por lo menos cuatro cosas. En primer lugar el levantamiento y la violencia desde Palestina es la reacción a un regimen de ocupación y colonización violenta iniciada desde el siglo XIX por parte de migrantes judíos, posteriormente, armados por Gran Bretaña, para escalar la eliminación de la población local.
En segundo lugar, que la reacción desmedida israelí a los atentados de octubre de 2023, va más allá del típico genocidio, y se trata de un exterminio como lo define la Comisión de la ONU. En tercer lugar, Israel puede emprender guerras simultáneas en Palestina, Líbano y Yemen porque cuenta con el respaldo militar, financiero y mediático de Estados Unidos y sus aliados. Y finalmente, la única vía para detener los ataques es debilitar la posición de Israel, mediante el aislamiento económico y político, y por medio del involucramiento de Naciones Unidas en el conflicto.
La solidaridad hacia Palestina, el reconocimiento de su Estado soberano y la condena a la brutal ofensiva israelí ha sido enarbolada por dos países de la región: Brasil y Colombia, a los cuales se suman los regímenes de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Ambos recabaron el pronunciamiento colectivo de CELAC, en marzo; sin embargo, solo 19 de los 33 países miembros aprobaron la carta del Secretario de la ONU pidiendo la aceptación del Estado Palestino como miembro de pleno derecho.
Los países con una posición ambigua justifican su ambivalencia con el argumento de la neutralidad, aunque en el fondo guardan sus temores a incomodar al capital bancario y corporativo transnacional. Son los casos de México y Chile. La solidaridad mexicana con la causa palestina data de 1947, en 2012 votó a favor del ingreso a la ONU como Estado Observador, No Miembro. Y en 2024, si bien López Obrador respaldó a Sudáfrica en la demanda ante la CIJ, se negó a formalizar el reconocimiento del Estado palestino y a calificar la ofensiva israelí de genocidio. Por su lado, Boric en Chile habla de una neutralidad, a todas luces ficticia, porque desconoce el plan expansionista israelí. Mientras que Argentina y Paraguay se han opuesto al llamado de la Asamblea General de la ONU al cese al fuego.
La reacción desproporcionada de Israel al ataque de Hamás en octubre de 2023 motivó medidas contrastantes de los países y organizaciones regionales que revelan la fractura política que sufre la comunidad internacional. Los países llamados centrales, muy alineados con el poder hegemónico estadounidense, avalan el genocidio palestino, bajo el argumento de la defensa legítima; en tanto que la mayoría de países asiáticos y africanos y sus organizaciones regionales condenan la ocupación de Palestina y abogan por su reconomiento pleno en la ONU. En América Latina prima la polaridad, con medidas que van desde el rompimiento de relaciones diplomáticas hasta el aplauso a la arremetida israelí.
Autor
Doctor en Filosofía y profesor de la Universidad Externado de Colombia, Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales (FIGRI). Miembro Red Colombiana de Relaciones Internacionales (RedIntercol)