Estados Unidos enfrenta una crisis histórica por el fentanilo, mientras Trump reactiva su guerra contra las drogas con una estrategia punitiva que presiona a América Latina y relega la prevención.
El conflicto va más allá del problema migratorio, es una sádica lucha racial y de clases. Y aunque es prematuro predecir su impacto en las políticas sociales y laborales de Estados Unidos, algo es cierto: revelan una ola de insatisfacción.
El cese de operaciones de USAID en Colombia advierte una verdad incómoda: la cooperación internacional podrá beneficiar a las comunidades en el corto plazo, pero jamás asumirá las responsabilidades del Estado.
El apoyo popular que reciben las grandes potencias por sus políticas imperiales no implica necesariamente una adhesión al belicismo. Pero, aunque mediatizados por múltiples factores, entre ambos posicionamientos hay vínculos evidentes.
El argumento humanitario para retirar a Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo ignora el alto costo humano de los grupos a los que respalda.
Si bien los principales desafíos de seguridad y estabilidad para EE. UU.—como el crimen organizado, el narcotráfico y la migración masiva—tienen su origen en América Latina, también la región posee la clave para su posible solución.