Del mismo modo que hoy se reabren debates en torno al comercio internacional, se pone en evidencia la fragilidad de ciertos consensos que dábamos por sentados.
Desde su regreso a la presidencia, Trump ha impulsado un nacionalismo económico extremo, una diplomacia transaccional y una postura agresiva hacia gobiernos opuestos a los intereses de Washington, incluyendo Sudáfrica.
Mientras el viejo orden agoniza, la cuestión central que preocupa hoy a las relaciones internacionales es la naturaleza del tipo de orden por venir. Está claro que no hay “fin de la historia” y tampoco está escrito que ella esté marcada por el “choque de civilizaciones”.
La región debe unirse para evitar caer en la lógica colonial, compartida tanto por EE.UU. como por China, que la posiciona como un mero proveedor de materias primas.
Si bien los principales desafíos de seguridad y estabilidad para EE. UU.—como el crimen organizado, el narcotráfico y la migración masiva—tienen su origen en América Latina, también la región posee la clave para su posible solución.
La agenda de política exterior del grupo dominante dentro del nuevo gobierno de EEUU es una mezcla poco coherente de mercantilismo, aislacionismo y revisionismo iliberales.