Jair Bolsonaro y Hugo Chávez, a pesar de representar extremos opuestos del espectro político, tienen un rasgo en común: ambos usaron discursos y símbolos religiosos para presentarse como “salvadores de la patria”, cada uno asumiendo el papel de líder elegido por una misión divina en medio de crisis políticas e institucionales. Con narrativas que mezclan fe y política, lo que llamamos populismo mesiánico, tanto Bolsonaro como Chávez consiguieron transformar sus imágenes públicas usando elementos religiosos para legitimar sus acciones y conquistar seguidores.
El populismo es un fenómeno complejo y multidimensional, que puede verse como un movimiento, una estrategia o una ideología, y que a menudo se opone a la democracia liberal justificando la transgresión de sus principios en nombre de la voluntad popular. Se manifiesta en liderazgos que polarizan la sociedad entre “pueblo” y “élite”, promoviendo la centralización del poder, la desconfianza institucional y la retórica de crisis y amenaza.

El populismo mesiánico, en particular, enfatiza el culto a la personalidad del líder como salvador histórico, utilizando la movilización emocional y la manipulación mediática para consolidar su dominio y limitar a la oposición. Lo encarnan líderes carismáticos que se posicionan como salvadores ante élites consideradas corruptas o como amenazas externas, y movilizan discursos religiosos y simbólicos para legitimar su poder. En Brasil, el apoyo evangélico fue clave para Bolsonaro, mientras que, en Venezuela, Chávez contó con el apoyo de la Iglesia católica y de los movimientos cristianos de izquierdas.
Ambos casos ponen de manifiesto la sacralización del líder y la polarización política que socava los cimientos de la democracia liberal.
El populismo mesiánico de Bolsonaro: el enviado de Dios
Con el crecimiento de los evangélicos en Brasil, Bolsonaro construyó su imagen como líder mesiánico, utilizando simbología cristiana para presentarse como un salvador en una batalla espiritual contra el mal, el comunismo y la corrupción. Hubo dos elementos centrales que reforzaron su narrativa providencial y su conexión con la base evangélica, que lo ve como un defensor de la familia tradicional y de los valores cristianos: su bautismo en el río Jordán, en Israel, en 2016, y la supervivencia del ataque durante la campaña de 2018.
El bautismo en el río Jordán, un lugar sagrado para el cristianismo, simbolizó el renacimiento espiritual y el compromiso público con la fe, lo que reforzó su legitimidad entre los evangélicos y amplió su base política. El ataque sufrido en 2018 fue interpretado como un martirio que precedió a su victoria electoral, y consolidó su imagen como líder protegido por Dios y destinado a salvar Brasil. La reacción en las redes sociales puso de manifiesto la polarización y la construcción de narrativas conspirativas en torno al episodio, y la figura de su agresor, Adélio Bispo, fue demonizada para reforzar la dicotomía entre el bien y el mal.
La dualidad bien-mal sigue una lógica sacralizante: moralmente, Bolsonaro encarna el bien, y Adélio el mal; narrativamente, Bolsonaro es presentado como el salvador, y Adélio como la amenaza. Simbólicamente, Bolsonaro representa el biel, y Adélio es asociado al diablo. En el discurso, Bolsonaro aparece como figura legitimadora, mientras que Adélio se vincula con la violencia y el miedo.
El mesianismo de Hugo Chávez: la santificación del comandante eterno
Chávez surgió en el contexto de la crisis institucional venezolana de los años 90, presentándose como un líder antiestablishment y promotor de la “Revolución Bolivariana”. Su estrategia combinaba la movilización popular a través de programas sociales y el desmantelamiento institucional para centralizar el Poder Ejecutivo. La relación con las fuerzas armadas y el uso de discursos simbólicos fortalecieron su identidad política, que incorporó elementos espirituales y redentores, asociándose con el libertador Simón Bolívar y creando una religión política secular que persistió tras su muerte.
Tras su muerte, Chávez fue santificado popularmente, con la creación de una capilla dedicada a él y la incorporación de símbolos religiosos católicos y elementos del chavismo en las prácticas devocionales. Hay murales, imágenes de “los ojos de Chávez” y oraciones adaptadas que ejemplifican esta fusión entre lo político y lo sagrado, lo que consolida su figura como entidad espiritual y símbolo moral de la revolución. Esta sacralización popular, aunque no reconocida oficialmente por la Iglesia católica, refuerza la continuidad del carisma y la autoridad política del líder fallecido.
La relación entre religión y política es central en la construcción de populismos mesiánicos en América Latina, donde líderes como Bolsonaro y Chávez utilizan elementos religiosos para legitimar su poder, movilizar emociones colectivas y consolidar identidades políticas. La instrumentalización de símbolos sagrados, narrativas de misión divina y episodios de martirio o santificación refuerzan el vínculo carismático con sus seguidores y desafían las instituciones democráticas tradicionales. A pesar de las diferencias ideológicas, ambos casos ilustran cómo la política y la religión se entrelazan para conferir significado y trascendencia a los proyectos de poder en la región.













