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Europa ausente y América Latina dividida: ¿se ha agotado el diálogo?

Europa se ausenta y América Latina se fractura en la IV Cumbre UE-CELAC, dejando en duda si el diálogo birregional aún tiene futuro.

A inicios de noviembre se celebró en Santa Marta (Colombia) la IV Cumbre entre la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y la Unión Europea (UE). Si se considera el hiato de ocho años entre las reuniones al más alto nivel, de 2015 a 2023, la celebración de esta cumbre apenas dos años después de la última en Bruselas, cumpliendo los plazos establecidos, puede considerarse un logro. Sin embargo, la cumbre dejó un precedente: en más de 26 años de diálogo, por primera vez, quien preside la Comisión Europea –Ursula von der Leyen– no asistió a la cita. No solo eso, sino que tampoco asistieron Emmanuel Macron, Friedrich Merz o Giorgia Meloni. Se trata de un gesto simbólico sumamente negativo. Reportes atribuyen esta ausencia a la influencia del gobierno estadounidense, lo que responde a la política exterior de “bullying” de Donald Trump.

La falta de participación de Von der Leyen, cuya gestión se encuentra debilitada, subraya la impotencia europea frente a un escenario global adverso donde un antiguo aliado se ha convertido en una potencia revisionista. Del lado latinoamericano, las ausencias también fueron notorias: solo se destacó la asistencia de Luiz Inácio Lula da Silva y, por supuesto, del anfitrión Gustavo Petro.

En términos comparativos, la IV Cumbre CELAC-China, celebrada unos meses antes, registró una participación más amplia tanto cuantitativa como cualitativamente, con varios presidentes latinoamericanos y el presidente chino, Xi Jinping, presentes. Este contraste podría señalar que la relación con China se percibe hoy como más estratégica y políticamente significativa que la tradicional alianza con Europa.

La Declaración Final Conjunta de la Cumbre UE-CELAC se emitió el primer día. Una interpretación plausible es que, en el plano diplomático, ya se había asumido que las posiciones de las partes no permitirían avances adicionales, por lo que se decidió formalizar de inmediato el consenso alcanzable.

La declaración revela un hecho inédito: varios países se desvincularon total o parcialmente del texto. En 2023, los sesenta países participantes refrendaron la declaración final, con una sola excepción: Nicaragua, que rechazó el apartado referido al conflicto en Ucrania. En cambio, en el documento de la Cumbre de Santa Marta se registró un número significativamente alto de desvinculaciones en diferentes temas.

Pero la desvinculación que muchos de los países comparten corresponde al párrafo 10, referido a la caracterización de la CELAC como “zona de paz”. Esta objeción puede interpretarse como una forma indirecta de deslegitimar las preocupaciones de varios gobiernos de ALC frente a las incursiones militares realizadas por la administración de Trump en el Caribe. Otro inciso que varios se negaron a firmar fue el que incluye el pedido de poner fin al embargo contra Cuba. Finalmente, otra coincidencia entre este grupo de países fue la oposición al apartado relativo al conflicto en Gaza.

Sin aspirar a resolver el dilema del vaso medio lleno o medio vacío, la cumbre de 2025 deja planteados interrogantes inquietantes. Ad intra, ¿la notable cantidad de desvinculaciones de países latinoamericanos refleja una aceptación madura de la diversidad regional, o más bien confirma que la CELAC ya no es —si alguna vez lo fue— la voz colectiva de ALC? ¿Qué queda entonces de su lema “unida en la diversidad”? Quizás sea hora de invertir los términos: diversidad, sí; unidad efectiva, prácticamente ninguna.

Esta constatación admite dos lecturas: puede entenderse como una verdad incómoda pero necesaria para reconstruir consensos desde cero, o como un diagnóstico tan negativo que impide imaginar una base mínima para la acción colectiva. En este punto, la pregunta se vuelve inevitable: ¿la CELAC es un esquema resiliente o simplemente un esquema que sobrevive por inercia? ¿Qué queda del regionalismo posliberal o poshegemónico? ¿No estaremos, acaso, ante la fase más frágil y vulnerable del regionalismo latinoamericano en décadas?

 Lula da Silva reconoció la polarización y la profunda fragmentación de la región, pero no propuso iniciativas concretas que permitan superarlas. La pregunta es inevitable: ¿existe alguna estrategia real para transformar este reconocimiento en acción, o estamos simplemente ante un inventario de problemas sin soluciones a la vista? ¿Dónde están los liderazgos? Brasil, sumido en sus propias fracturas internas, no consigue traccionar voluntades para relanzar la integración sudamericana y, aparentemente, tampoco para articular una conducción regional más amplia.

Y, hacia afuera, las preguntas resultan aún más incómodas: ¿qué margen real conserva la CELAC para actuar como interlocutor regional frente a terceros países o bloques? ¿Cuánto del supuesto espacio euro-latinoamericano estuvo realmente representado en esta cumbre UE–CELAC? ¿Estamos ante el agotamiento del formato mismo? ¿Existe espacio para construir consensos y cooperación en otros ámbitos? ¿De qué modo países con intereses estratégicos en la región —en particular China— podrían interpretar este nivel de fragmentación como una ventana de oportunidad para profundizar su influencia y moldear las dinámicas de cooperación regional a su favor?

La relevancia estratégica del espacio euro-latinoamericano, en la gestión de presiones externas y en la navegación de los cambios en el equilibrio de poder global, debería crecer, no a pesar de este giro, sino precisamente por él. Todavía queda margen para ver si la vinculación UE-CELAC —por más discutida o imperfecta que sea— puede ser un espacio clave para la acción estratégica y la cooperación, y una herramienta valiosa para equilibrar y contrarrestar fuerzas externas.

Autor

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Profesora e Investigadora de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario (Argentina). Directora del Grupo de Estudio sobre la Unión Europea en la UNR.

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