Diego Armando Maradona ganó la Guerra de las Malvinas en 1986. Desarmado, usando sólo su pie y mano izquierda. No consta que después de esos Cuartos de Final del Mundial Inglaterra haya devuelto las Malvinas a Argentina. Pero ahí se sintetizó la unidad nacional, la historia argentina expresada en 90 minutos. Por cierto: qué suerte tuvimos de no tener un árbitro asistente de vídeo (VAR) en 1986. Digámoslo: sólo esa mano hizo que Diego fuera mejor que Lionel Messi, nada más importa.
Sin embargo, poco después, apareció de nuevo nuestro ángel retorcido, napolitano, vengando al sur de Italia por toda la humillación infligida por el norte. Dos campeonatos de Italia, una Copa de Italia, una Copa de la UEFA, y el mundo entero a los pies del Díez y de aquel legendario equipo del Nápoles. Nunca más el Sur podría ser humillado. Pero no hay registro que desde entonces la dependencia del sur de Italia haya disminuido.
Sin embargo, sepa paciente lector (a), que este artículo no habla sobre Maradona (sería imposible tratar un tema tan grandioso). Sólo me he referido a dos momentos de su carrera para demostrar que el fútbol y la política no pueden separarse. Como todo es política, no tendría sentido esperar que el fútbol fuera «neutral» en relación con las disputas y conflictos que nos acosan. Esto sólo hace un poco ridículos a ciertos jugadores que insisten en decir que no tienen nada que ver con la política, que sólo quieren jugar al fútbol. Pensándolo bien, en muchos casos, es mejor que sólo jueguen al fútbol.
El fútbol no puede devolver las Malvinas a Argentina, ni puede poner fin a la explotación del sur de Italia. No puede acabar con la desigualdad, el hambre y la pobreza en el mundo. Pero es fundamental como catalizador, como símbolo, como agregador. Basta con pensar en la identidad brasileña, históricamente asociada (dentro y fuera del país) a la samba, el carnaval, el «hombre cordial», Macunaíma, la selección brasileña y poco más.
Con esto, llegamos por fin al tema central de este texto: la selección brasileña. Nada más lógico que introducir este tema hablando de Maradona, ¿no?
Política y símbolos nacionales en Brasil
Quiero hablar más concretamente de la camiseta de la selección brasileña. En el punto álgido de la represión de la dictadura militar, se temía que una victoria en el Mundial de 1970 reforzara el régimen. Sin embargo, el malestar entre los opositores a la dictadura se disipó en cuanto Rivelino marcó el primer gol contra Checoslovaquia en el partido inaugural de aquel Mundial. A partir de entonces, la camiseta amarilla volvió a ser patrimonio del pueblo, hasta conseguir el tricampeonato. Es obvio que la dictadura brasileña intentó aprovecharse de la victoria. ¿Y cómo podría ser de otra manera?
En 1984, durante el movimiento a favor de las elecciones Diretas Já que ayudó a derrotar al régimen, «todo el mundo estaba en las calles con camisetas amarillas», celebrando, en un solo frente, la esperanza de un país democrático y más justo. Ahí estaban nuestra camiseta amarilla y nuestra bandera como símbolos amplios e inclusivos.
Sin embargo, en los últimos años, las manifestaciones atravesadas por discursos de odio y violencia se han apropiado de la camiseta amarilla de nuestra selección. Miles de personas salen a la calle vestidas de verde y amarillo, con la camiseta de la selección, empuñando la bandera nacional y los símbolos militares. Esperan salvar a Brasil de la corrupción, del comunismo y de la disolución de las costumbres. En 2015 y 2016, exigieron el derrocamiento de un gobierno legítimo y recién elegido.
Hoy en día son menos numerosos, muchos se avergüenzan ciertamente de haber participado en las protestas del pasado. Han dejado las manifestaciones teñidas de los colores de nuestra bandera (verde y amarillo) para los más radicales, los miles que exigen la intervención militar, el cierre del Tribunal Supremo y del Congreso Nacional, el encarcelamiento de los izquierdistas, la persecución de los profesores adoctrinadores, la vuelta de la Monarquía y quién sabe qué más.
Salen a la calle convocados por un gobierno autoritario, dirigido por un presidente cuyas manos están manchadas de sangre. Un gobierno que busca a diario asociarse a los símbolos nacionales, con la clara intención de consolidar la idea de que los verdaderos patriotas, que la verdadera nación está formada por quienes lo apoyan. La oposición debe ser excluida, porque no es brasileña.
La izquierda, los demócratas en general, en lugar de buscar la reconquista de los símbolos nacionales secuestrados, se resienten y actúan como si el nacionalismo y la identidad nacional fueran piezas de museo. O acumulan resentimiento hacia la Selección Brasileña y sus jugadores (Neymar en particular). Ya no se habla de la camiseta de la selección brasileña, sino de la «camiseta de la CBF». Pero la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF) nunca ha sido un ejemplo de gestión, transparencia y honestidad. Y eso nunca fue motivo para rechazar a la selección brasileña, que es patrimonio del pueblo.
Hasta hace poco veíamos manifestaciones de oposición básicamente «rojas». Más recientemente, se puede ver un esfuerzo incipiente para empezar a recuperar la camiseta de la selección y la bandera brasileña de su secuestro por la extrema derecha. Pero el malestar continúa, y llevará tiempo revertirlo. Ahora mismo miro por la ventana y veo una bandera brasileña en un balcón. Puedo garantizar que es un Bolsonarista. ¿Cómo superar esto?
Imaginen una manifestación en Argentina en la que la multitud no vaya vestida de albiceleste, coreando consignas directamente sacadas de las canchas de fútbol. Imaginen a la izquierda argentina toda vestida de rojo, marchando en la Plaza de Mayo. Tendrían que imaginar mucho, pues es casi inconcebible.
Recordemos entonces que el fútbol y la política son inseparables, como todo en la vida es inseparable de la política, nos guste o no. La camiseta de la selección brasileña no es un símbolo de fascismo y reaccionarismo. Es un símbolo de belleza. En todo el mundo. Eduardo Galeano dijo que el fútbol brasileño está «abierto a la fantasía, prefiere el placer al resultado. A partir de Friedenreich, el fútbol brasileño que es verdaderamente brasileño no tiene ángulos rectos, del mismo modo que las montañas de Río de Janeiro y los edificios de Oscar Niemeyer». Eric Hobsbawm se preguntaba quién, habiendo visto a la selección brasileña en sus días de gloria, negaría al fútbol la condición de arte.
Nada mejor que asociar este símbolo con el pueblo brasileño, la democracia y la justicia social.
Foto de rogeriobromfman en Foter
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Autor
Profesor de Ciencia Política de la Univ. Fed. del Estado de Rio de Janeiro (UNIRIO). Vicedirector de Wirapuru, Revista Latinoamericana de Estudios de las Ideas. Postdoctorado en el Inst. de Est. Avanzados de la Univ. de Santiago de Chile.