Los signos de un viraje global hacia políticas conservadoras, por derecha e izquierda iliberales, son cada vez más visibles. Se oponen al liberalismo (en su triple contenido de economía de mercado, Estado de derecho y poliarquía), pero también a la política progresista de la izquierda democrática. Amplias franjas de la ciudadanía mundial, incluyendo a los sectores populares, se ven hoy seducidos por liderazgos y discursos de derecha autoritaria, fundamentalista y xenófoba. Como ha señalado la historiadora Anne Applebaum en El ocaso de la democracia: la seducción del autoritarismo: “La nueva derecha ha roto con el obsoleto conservadurismo con minúscula ―el conservadurismo burkeano―, sospechoso de cambiar rápidamente en todas sus formas. Aunque odia el término, la nueva derecha es más bolchevique que burkeana: son hombres y mujeres que quieren derrocar, sortear o socavar las instituciones existentes, destruir todo lo que existe”.
Las derechas con vocación autoritaria están abrazando formas políticas que mezclan la limitación de derechos e instituciones ―tradicionalmente ligados al modelo democrático― con variantes de capitalismo de acusados rasgos patrimonialistas y proteccionistas. John Keane, partiendo de la teoría política, y Bálint Magyar, partiendo de la política comparada, han caracterizado las nuevas alianzas de poder con estos grupos como “poligárquicos” al fusionar el liderazgo de un caudillo, sus redes familiares y empresarios que lucran con los contratos y recursos nacionales, administrados por el Estado.
Estas derechas, de giro reaccionario, reivindican una forma de hacer política que está enfrentada al consenso liberal. Postulan a un pueblo identificado con el arraigo, las periferias sociales y territoriales, las viejas identidades y costumbres, la lealtad a la familia, la comunidad y la patria. Manifiestan una crítica y una ruptura con el consenso de la derecha democrática en su dupla liberal-conservador, consolidada en la posguerra, en su forma desarrollada de Europa Occidental y sus variantes limitadas de EE. UU. y Latinoamérica.
La extensión de las políticas neoliberales desde los años ochenta erosionó dicho consenso. Pensadores identificados con el liberalismo, como Martin Wolf, autor de The crisis of democratic capitalism; José María Lassalle, y Francis Fukuyama, autor de El liberalismo y sus desencantados. Cómo defender y salvaguardar nuestras democracias liberales, han denunciado que lo neoliberal conduce, a menudo, a una distorsión de los contenidos, metas y agendas amplias de un liberalismo integral, postulando una absolutización (o, al menos, preeminencia excesiva) de la búsqueda de la ganancia individual por delante de los otros derechos y libertades que constituyen integralmente la condición ciudadana. Luego, las crisis económicas ―sociopolíticas y culturales― de 1997 y 2008 amplificaron los cuestionamientos al modelo del individualismo posesivo.
Sobre ese trasfondo, el actual auge del populismo de derechas (expresión políticamente organizada, eficaz y activa de la derecha autoritaria) se vincula, en parte, con el debilitamiento de la vertiente liberal de los sectores conservadores. Pero no es el único factor por tomar en cuenta. En la historia de las derechas se encuentra una tradición que apela a las identidades étnicas particulares y a la política nativista que rechazan tanto al individualismo liberal como a los colectivismos universalistas. Otro factor que ha facilitado la irrupción del populismo de derecha es la aparición de nuevas “batallas culturales”, que tienen en las “redes sociales” online su campo inicial y recurrente de confrontación.
En estos populismos de derecha, la polarización se establece en términos horizontales entre los de “dentro” y los de “fuera” de la comunidad, haciendo énfasis en las diferencias entre el “pueblo”, entendido como un organismo homogéneo, frente al otro, “extraño”, “extranjero”, generalmente a partir de criterios culturales o religiosos. Su mensaje es social y culturalmente antipluralista. Al sujeto “pueblo” se le define y moviliza contra el extranjero, en defensa de una idea de comunidad homogénea que se presenta como amenazada desde fuera, incluso por quienes, distintos, conviven en el mismo espacio.
La ruptura de la “comunidad originaria”, desde la perspectiva de las derechas, ocurre por una supuesta penetración de agentes externos. En la medida que marca una creciente distancia con los sectores liberales, se impone un discurso contra las élites globalizadoras a las que tildan de “progresistas”. Los populistas de derecha tienden a separar a las élites políticas de las élites económicas, y su discurso de confrontación es fundamentalmente cultural, religioso o étnico, y político, oponiendo pueblo a élite, pero soslayando la confrontación económica, tan recurrente en la izquierda. Para estos movimientos, los enemigos recurrentes del “pueblo” son tanto la élite tecnocrática, etiquetada como amenaza a la soberanía democrática, como los inmigrantes, presentados como amenaza a la cultura tradicional.
La defensa de la comunidad tradicional en las derechas, reinventada o recreada, se sostiene no solo sobre el retorno a la comunidad nacional homogénea y armónica, donde las tradicionales jerarquías estaban aseguradas, sino que se constituyen contra la tolerancia a prácticas que consideran “desviadas” de la norma, y se movilizan contra el matrimonio de parejas del mismo sexo, o contra el feminismo. De esta manera, los populismos de derecha se oponen a los cambios culturales que se han dado en la sociedad occidental desde los años sesenta en lo que se refiere a tolerancia y diversidad sexual y cultural. Una vez que las derechas se desprenden de sus convicciones liberales, se legitima la confrontación contra la institucionalidad que garantiza el ejercicio de los derechos, sobre todo de las minorías.El populismo de derechas, como movimiento y agenda políticos, encuentra asidero intelectual en ciertas ideologías y mentalidades que emergen en las sociedades democráticas, y desafían el consenso liberal democrático. El libertarianismo radical (este ha catapultado a candidatos como Javier Milei e intelectuales como Agustín Laje, autor de La batalla cultural. Reflexiones críticas para una nueva derecha), el fundamentalismo evangélico (encuentra en predicadores de EE. UU. y Latinoamérica, tribunas para su difusión) y el etnonacionalismo iliberal y xenófobo (representado por intelectuales como Ben Shapiro, autor de The Right Side of History: How Reason and Moral Purpose Made the West Great, y Ryszard Legutko, autor de The demon in democracy: totalitarian temptations in free societies, con epígonos criollos) delinean una alternativa que amenaza el consenso construido dentro de nuestras sociedades multiculturales, libres y democráticas.
Autor
Doctor en Historia y Estudios Regionales, Universidad Veracruzana (México). Máster en Ciencia Política, Universidad de la Habana. Especializado en procesos y regímenes autocráticos en América Latina y Rusia.