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La izquierda latinoamericana: entre símbolos e ineficacia

La izquierda latinoamericana, triunfante en las urnas por su discurso de justicia social, enfrenta ahora un desgaste acelerado por su incapacidad para traducir sus símbolos en resultados de gobierno.

Los presidentes en funciones de la izquierda latinoamericana a los que nos vamos a referir realizaron campañas electorales que pusieron en el centro el tema de la justicia social. Siendo países con enormes desigualdades, era de esperar el resultado: todos ellos alcanzaron más del 50% de los votos emitidos. El chileno Gabriel Boric obtuvo el 55,9%; el colombiano Gustavo Petro, el 50,4%; el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, el 50,9%; y la mexicana Claudia Sheinbaum, el 59%.

Hay que reconocer que la disputa del voto en todos estos países fue más o menos intensa y que, en Colombia y Brasil, fue necesaria una segunda vuelta para definir al vencedor de la contienda presidencial. En cambio, en Chile y México, la elección presidencial se define por mayoría simple.

En todos estos países —omito el resto de los que celebran elecciones democráticas por razones de espacio— los mensajes políticos estaban cargados de emotividad contra la política y los políticos tradicionales, que con sus políticas neoliberales habían marcado el rumbo. Las ideas fuerza y los símbolos redondeaban la propuesta renovadora y justiciera.

Boric ofreció en campaña la idea de una “renovación generacional”, con el símbolo de la “ciudadanía y juventud”, para alejarse estratégicamente de la generación post Pinochet. Petro, por su parte, enarboló el dualismo de “cambio estructural/potencia de vida” y, como símbolo verde, la “justicia ecológica y territorial”. Lula da Silva habló de “esperanza y unidad” y reivindicó el símbolo “obrero-pueblo-esperanza”. Sheinbaum, en tanto, abanderó la continuación de la Cuarta Transformación, cuyo símbolo más potente fue el de la “honestidad y la ciencia”, bajo la máxima feminista de “llegamos todas” a la Presidencia de la República.

En su primer año, todos ellos obtuvieron importantes apoyos. Sin embargo, como veremos con el paso del tiempo, la emoción se desvanece y se refleja en los niveles de aprobación, lo que ensombrece su futuro político cuando, en tres de los cuatro países, se celebren elecciones entre 2025 y 2026.

Chile tendrá elecciones presidenciales nuevamente en noviembre de este año; Colombia y Brasil, en mayo y octubre de 2026, respectivamente; mientras que México lo hará en 2030.

De mantenerse los resultados promedio de los estudios demoscópicos sobre la matriz aprobación-desaprobación presidencial, así como las calificaciones de las políticas públicas, se perfilan coaliciones y elecciones altamente competitivas, lo que da oportunidades a la oposición de volver al gobierno. Sin embargo, hay que considerar algunas variables decisivas.

Por ejemplo, en Chile, existe una oposición de derecha y centroderecha fuerte, aunque dividida, pero unida en su crítica al gobierno en temas de seguridad, economía, orden público y reformas constitucionales incumplidas.

En Colombia, la oposición de centroderecha, las fuerzas uribistas y las coaliciones regionales, igualmente fuertes, han dificultado al presidente Petro mantener una mayoría sólida. Incluso, la coalición que lo apoya ha perdido fuerza legislativa y ahora está en minoría en la Cámara de Representantes. Los ejes de la crítica opositora apuntan a la política de seguridad, las reformas estructurales y la percepción de un constante debilitamiento institucional.

En Brasil, tras la gran expectativa que provocó el regreso de Lula por tercera vez a la Presidencia, las encuestas no parecen beneficiarlo. La oposición, encabezada principalmente por fuerzas asociadas al expresidente Bolsonaro y por movimientos de derecha, cuestiona muchas de las políticas públicas. Además, en el Parlamento existe una gran fragmentación política, lo que obliga constantemente al presidente Lula a construir alianzas para avanzar en las reformas estructurales, especialmente aquellas destinadas a fortalecer las políticas sociales de bienestar.

Finalmente, Sheinbaum, aunque apenas está en su primer año de gobierno, mantiene altos niveles de aprobación, si bien ha descendido de 80% en enero a 70% en octubre. La oposición —integrada por el PAN, el PRI y Movimiento Ciudadano— hace esfuerzos por presentarse como alternativa y recuperarse en 2027, buscando construir sobre las reformas constitucionales y reglamentarias que han generado incertidumbre en sectores importantes de la sociedad. Incluso, desde la administración Trump se percibe un retroceso en el Estado de Derecho y las libertades públicas, debido a la elección popular de los integrantes del Poder Judicial y a la nueva Ley de Amparo, que, especialistas, advierten pasa de proteger al ciudadano a proteger al gobierno.

Gabriel Boric, llega al final de su gobierno con un nivel de aprobación de solo 22% y una desaprobación del 66%; Petro tiene 34,1% de aprobación y 61,6% de desaprobación; Lula, 41% de aprobación y 56% de desaprobación; mientras que Sheinbaum mantiene 70% de aprobación y 30% de desaprobación.

La izquierda latinoamericana es reconocida por tener un poderoso mensaje de justicia social ante poblaciones seriamente depauperadas, que ven en este tipo de gobernantes la esperanza de mejorar sus niveles de vida y bienestar. Sin embargo, ese poderoso mensaje suele contrastar con su limitada capacidad para generar resultados eficaces en materia de empleo, salud, educación o seguridad.

Es decir, la izquierda cuenta con un mensaje poderoso en las campañas electorales porque toca las fibras más sensibles de sociedades empobrecidas y desiguales. No obstante, a la hora de gobernar, sus políticas sociales y clientelares exigen una creciente demanda de recursos públicos que llega a ser insostenible. Y si bien momentáneamente hay una mejoría en los bolsillos de las familias, en el mediano y largo plazo genera pobreza, porque no se puede sostener el gasto social. Y los índices de empleo no llegan a compensar la demanda social. Quizá es lo que explica, en algunos de ellos, los niveles de desaprobación. 

En definitiva, esto, como bien lo señala el profesor Manuel Alcántara, provoca una fatiga democrática, porque al final deriva en una democracia de baja calidad, donde los ciudadanos sienten que fueron manipulados, usados y defraudados con narrativas y símbolos de justicia social. Esto debilita a la izquierda y abre la puerta a otras opciones con discursos pragmáticos y “salvadores del desastre” provocado por quienes todavía están en el poder.

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Profesor de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México

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