Los resultados de la primera vuelta de las elecciones brasileñas son un fiel reflejo de lo que está sucediendo a nivel político en Latinoamérica: la aparición y consolidación de nuevos actores en la arena política, que sustituyen a los que tienen un perfil más tradicional. Un fenómeno que se expande por la región y que en Brasil tampoco es una novedad.
En las elecciones presidenciales de 2018 Jair Bolsonaro rompió con el dominio del Partido de los Trabajadores (PT) y del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), que se disputan la presidencia en Brasil desde 1994. A pesar de ser diputado federal desde 1991, Bolsonaro siempre había sido un político minoritario, defensor del régimen militar y de la tortura, y que aparecía en el escenario mayor de la política brasileña con una plataforma antisistema y reaccionaria, «para cambiar todo lo que hay».
Tras su primer período, con una actuación catastrófica durante la pandemia de Covid-19, que causó la muerte de casi 700.000 brasileños, Bolsonaro llegó a la segunda vuelta habiendo recibido más de 50 millones de votos el pasado 2 de octubre.
En el Congreso Nacional de Brasil, entre los 10 diputados federales más votados del país, no hay ninguno del PT o del PSDB, pero sí figuras como Nikolas Ferreira, un youtuber de extrema derecha que cumplirá su primer mandato en la Cámara habiendo recibido casi 1,5 millones de votos en Minas Gerais. Pero también está Guilherme Boulos, otro que se estrenará en el cargo habiendo recibido algo más de un millón de votos en São Paulo. Boulos es, de hecho, un nuevo exponente de la izquierda brasileña, procedente de un pequeño partido que hace unos años sólo recibía votos en algunos barrios liberales de Río de Janeiro (Partido Socialismo y Libertad – PSOL).
Desde un punto de vista histórico, vemos que, entre las elecciones de 2010 y 2022, el PSOL de Guilherme Boulos creció un 366% en el Congreso Nacional, habiendo pasado de 3 escaños a 14. Mientras tanto, el PSDB cayó más de un 75%, pasando de 54 escaños a sólo 13 elegidos en las elecciones de este año. El Partido Liberal (PL), que Jair Bolsonaro abrazó para el balotaje, eligió 99 diputados, un crecimiento del 141% en relación a 2010.
La emergencia de los outsiders en la región
En la región la emergencia de políticos outsiders también está ampliamente difundida. La segunda vuelta de las elecciones peruanas de 2021 fue disputada por dos candidatos ajenos al establishment: Keiko Fujimori y Pedro Castillo, quien terminó ganando sin haber sido nunca elegido para ningún otro cargo administrativo en la política peruana.
En Chile, también el año pasado dos políticos no tradicionales se presentaron a la segunda vuelta: Gabriel Boric y José Antonio Kast. Boric, de un partido creado en 2017, ganó con el 55% de los votos. La candidata Yasna Campillay, apoyada por el tradicional Partido Demócrata Cristiano (PDC), el Partido por la Democracia (PPD) y el Partido Socialista (PS), sólo obtuvo el 11% de los votos en la primera vuelta. El PDC, el PPD y el PS formaron la famosa concertación, que gobernó Chile entre 1990 y 2010.
En Colombia, ya en 2022, la batalla final fue entre Gustavo Petro y Rodolfo Hernández, de la peculiar Liga de Gobernantes Anticorrupción. Petro, llamado «el primer presidente de izquierdas de la historia de Colombia», y su vicepresidenta Francia Márquez, activista negra, feminista y defensora del medio ambiente, ganaron con algo más del 50% de los votos. Y en El Salvador, el propio Nayib Bukele fue elegido presidente en 2019 rompiendo con 30 años de dominio de los partidos tradicionales del país (ARENA y FMLN).
El descontento de los latinoamericanos con las élites políticas
Una buena explicación a este fenómeno es el resultado del último informe del Latinobarómetro 2021 que señala un enorme descontento de los latinoamericanos con las élites políticas tradicionales y los partidos obsoletos que, desde la transición democrática, han sido incapaces de hacer frente a los problemas crónicos de la región, como la desigualdad, la corrupción y la violencia. En este contexto, las consecuencias para los regímenes democráticos latinoamericanos son claras, con una caída de 14% en el apoyo a la democracia medido por Latinobarómetro entre 2010 y 2020.
En este marco, se pueden destacar algunos aspectos sobre los cuales es necesario reflexionar. En primer lugar, está claro que no basta con derrotar a las plataformas antidemocráticas. También es necesario hacer que las instituciones funcionen para el pueblo (y no sólo para las élites). Hoy defendemos instituciones que se han mostrado incapaces de contemplar universalmente los derechos básicos de los ciudadanos, y lo hacemos sólo porque no tenemos otra opción mejor.
En segundo lugar, es importante comprender lo que muchos autores entienden como cambios en la cultura política que se producen en paralelo a las transformaciones en la infraestructura de las comunicaciones. Los medios digitales, para bien o para mal, han traído nuevas formas de participación y nuevos formatos de información política, que presionan a los partidos tradicionales frente a nuevos actores más adaptados a la dinámica de Internet.
Autor
Profesor de comunicación política en la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro (PUC-Rio). Investigador asociado del Instituto Nacional de Ciencia y Tecnología en Democracia Digital (INCT.DD).