Con las terceras elecciones en poco más de tres años, se consolidó en Portugal la tendencia de crecimiento de la extrema derecha que afecta a toda Europa y que ha estado presente desde el inicio de la crisis política en 2023, con la dimisión del primer ministro António Costa (PS). Este escenario tiene implicaciones directas para la comunidad brasileña, la mayor comunidad inmigrante residente en el país, que se encuentra cada vez más en el centro de las narrativas políticas y sociales, muchas de ellas marcadas por la xenofobia, el racismo y el nacionalismo.
El contexto electoral portugués de 2025 reforzó la centralidad del tema migratorio, especialmente en lo que respecta a los brasileños. Con 58 diputados electos, Chega, un partido liderado por el nacionalista André Ventura que difunde narrativas antiinmigratorias, igualó en número de parlamentarios al Partido Socialista (PS), compartiendo la posición de segunda fuerza política portuguesa. A la cabeza, el partido de centroderecha Alternativa Democrática (AD) alcanzó 89 representantes a la Asamblea de la República, una cifra muy inferior a los 116 necesarios para una mayoría que le permita gobernar sin alianzas.
El cambio en el clima político ya se está reflejando en el día a día. A principios de mayo, el gobierno portugués anunció que notificaría a 18.000 inmigrantes indocumentados para que abandonaran el país. Tras la notificación, el inmigrante tiene hasta 20 días para abandonar el país bajo pena de detención. En este caso, la mayoría de los afectados proceden de países como India, Pakistán, Bangladesh, Nepal y Bután. Además, inmediatamente después de las elecciones del 18 de mayo, se implementó un nuevo sistema de control fronterizo, que ha provocado esperas de hasta 5 horas en el aeropuerto de Lisboa, con informes de personas que enfermaron y necesitaron asistencia.
Actualmente, más de 400.000 brasileños con residencia regularizada residen en Portugal, según el Servicio de Extranjería y Fronteras (SEF). Esta cifra asciende a más de medio millón si se incluyen también las personas sin regularizar o con doble nacionalidad. Aunque legalmente integrados, los brasileños fueron blanco constante de ataques durante la campaña electoral, con narrativas que los vinculaban con el «parasitismo» del sistema de bienestar social y la inseguridad urbana. En debates televisados, Ventura incluso propuso revocar beneficios legales para los inmigrantes, como el acceso automático al Servicio Nacional de Salud (SNS), y reevaluar las nacionalidades ya concedidas.
Un fenómeno que merece atención es la adhesión de algunos brasileños residentes en Portugal al discurso antiinmigratorio promovido por Chega. Si bien constituyen la mayor comunidad extranjera del país, ciertos segmentos de esta población se han adherido a narrativas que estigmatizan a otros inmigrantes, especialmente a los de Asia y África. Esta postura constituye un intento de diferenciación y asimilación, en el que estos brasileños buscan distanciarse de grupos aún más marginados, con la esperanza de lograr una mayor aceptación en la sociedad portuguesa. Así, terminan adhiriéndose a discursos que, en cierta medida, también los perjudican.
Es en este contexto que los resultados de las encuestas cobran aún más relevancia: a partir del 18, Chega ya no es solo un partido de protesta ni un nicho ideológico. Con una sólida representación y un discurso consolidado, Ventura se posiciona como un actor central en las articulaciones políticas de la derecha portuguesa. Aunque Alternativa Democrática ha descartado oficialmente una alianza formal con Chega, existen claros indicios de un acercamiento estratégico, especialmente en temas como la seguridad pública, la inmigración y la revisión de las políticas sociales.
Del lado brasileño, la tensión va en aumento. En los últimos años, muchos han reportado un aumento de la hostilidad en su vida cotidiana: en redes sociales, en el trabajo y en los servicios públicos. El discurso de Chega parece conectar con sectores de la sociedad portuguesa que, ante la crisis económica y el aumento del coste de la vida, han llegado a ver a los inmigrantes como chivos expiatorios de problemas estructurales, como el bajo PIB y los altos alquileres.
Al mismo tiempo, la participación política de los brasileños en el país sigue siendo débil. Si bien tienen derecho a voto en las elecciones locales después de cinco años de residencia legal, pocos lo ejercen. En las elecciones legislativas, donde la participación requiere doble nacionalidad, las tasas de abstención son extremadamente altas. La brecha entre la presencia demográfica y la presencia política es uno de los elementos que debilita la capacidad de respuesta colectiva ante el auge de la extrema derecha.
El panorama que se desarrolla en Portugal no difiere mucho del que se observa en otros países europeos: la normalización del discurso de odio como estrategia electoral, el avance institucional de la extrema derecha y la vulnerabilidad de las poblaciones migrantes. En el caso portugués, la novedad es que este avance se produce en un país históricamente visto como acogedor, plural y culturalmente vinculado a Brasil.
A través de una investigación etnográfica y documental —que incluyó la observación de 150 publicaciones de activistas antiinmigración en X, entrevistas con jóvenes miembros de Chega durante el 5.º Congreso del partido en 2023 y el análisis de informes oficiales—, identificamos cómo, desde su fundación en 2019, Chega ha construido, en plataformas digitales, repertorios comunicativos basados en la preservación de la identidad nacional, el pánico moral y las jerarquías étnico-raciales. Este proceso ha cobrado forma en el nuevo clima social registrado desde finales de 2022, materializado en carteles como «Portugal necesita una limpieza» y tesis de reemplazo poblacional y «remigración» (deportaciones masivas, como las de Trump en EE. UU.).
Lo que está en juego, por lo tanto, no es solo la posición de un partido, sino la idea misma de Portugal como una sociedad abierta y democrática. La respuesta a esta amenaza no solo provendrá de las disputas parlamentarias, sino también de la capacidad de movilizar a la sociedad civil, a la prensa y también a los propios inmigrantes, quienes deberán transformar su presencia social en una fuerza política activa. El futuro de los brasileños en Portugal y de la democracia portuguesa dependen de ello.