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Los “golpes institucionales” son golpes de Estado

No se puede entender lo que pasa en Brasil hoy sin remitir al golpe institucional de 2016. No se puede alcanzar la dimensión de la actual crisis brasileña sin considerar aquella ruptura institucional. Su consecución simbolizó el fin del periodo democrático brasileño iniciado en la década de 1980 (la Nueva República) y abrió las puertas para la elección del gobierno ultraconservador y autoritario de Jair Bolsonaro. Como precondición para discutir “frentes amplios”, “frentes democráticos” y salidas para la crisis, no se puede olvidar aquel hecho.  

Golpes y Neogolpes

Golpe de Estado es un concepto que existe desde el siglo XVII y que tomó distintas formas a lo largo del tiempo. Si el concepto es cambiante, ¿por qué este cambio no debería seguir ocurriendo? La literatura especializada mantuvo su entendimiento de golpe como sinónimo de un tipo de fenómeno frecuente durante el siglo XX en América Latina. Sin embargo, es urgente que el paradigma del golpe militar sea matizado, para que se pueda comprender lo que está pasando. Por ejemplo, los neogolpes sufridos por Manuel Zelaya en Honduras (2009), Fernando Lugo en Paraguay (2012) y Dilma Rousseff en Brasil (2016).

Es en el sentido de un nuevo tipo de golpe que adoptamos la definición de neogolpismo con el objetivo de comprender procesos de desestabilización y derrumbe de gobiernos legítimamente elegidos. Este nuevo tipo no implica el uso de la violencia física por parte de los militares y se procesa por medio de interpretaciones distorsionadas de las instituciones, combinando estrategias institucionales con la movilización de sectores de la sociedad civil a través de los medios de comunicación oligopolizados y de las redes sociales digitales. Estas características tienen la intención de revestir de alguna legalidad y legitimidad estrategias no-electorales de llegada al poder.

Un punto importante de los neogolpes es que son formas más procesuales y sutiles en el uso concentrado de la fuerza. Lo que se ha reforzado ahora es la utilización de las instituciones en su ejecución. Así, los neogolpes deben ser entendidos como un tipo de golpe que preserva ciertas apariencias legales, y que se procesa preferentemente por medio de las instituciones vigentes y del cumplimiento de ritos formales.

Estas formas más procesuales y sutiles son de más difícil identificación y condena. Sin embargo, son de hecho golpes, porque preservan su elemento esencial: son quiebres, rupturas, en las cuales sus agentes centrales integran el aparato estatal. Lo que ha cambiado desde la invención del concepto es en cierta medida la pluralización de sus agentes, pero principalmente el medio que se utiliza para su consecución: la apariencia de legalidad.  

Nuevas definiciones de golpe de Estado

Para una definición precisa se debe evitar nociones flojas como neogolpe o golpes del siglo XXI. Estos conceptos sólo definen el fenómeno por lo que no es: un golpe militar. Otros conceptos dan un paso adelante, definiendo el fenómeno por lo que efectivamente es, como la idea de “golpe parlamentario”.

Sin embargo, el parlamento no es su único agente. Tal vez no sea incluso el principal, dado el peso del poder judicial en la ejecución, reconocimiento y tintes de legalidad de todo el proceso. En los neogolpes se presentaron como agentes principales los sectores políticos conservadores, actuando por medio de los poderes legislativo y judicial con apoyo de la corporación militar.

Adicionalmente, son sustentados por la burguesía local, clases medias, sectores religiosos y oligopolios de comunicación con el soporte de think tanks internacionales de derecha y del gobierno estadounidense. Si tuviéramos que definir el concepto a partir de los agentes del golpe, podríamos terminar con un concepto descriptivo inutilizable: “golpe parlamentario-judicial-civil-militar…”.

Se debe buscar una definición centrada en el medio utilizado. Podemos hacer dos preguntas sobre un golpe: ¿quién lo hace? y ¿cómo se hace? A la primera pregunta, podemos contestar que siguen siendo agentes del mismo Estado, lo que es esencial al concepto de golpe desde el principio. La transformación que está ocurriendo guarda relación con la segunda pregunta, el ¿cómo se hace? De este modo, son conceptos mejores los de golpe blando o suave, que enfocan el “cómo se hace”: de un modo sutil, no violento.

El nuevo tipo de golpe procura principalmente simular que no es un golpe. Antes, los golpes podían parecerse a golpes. Ahora que la democracia tiene valor hegemónico, aunque sea en su concepción elitista, liberal, los golpes deben asemejarse a procesos democráticos. De esta manera, preservados ciertos simulacros formales, no se puede afirmar categóricamente que la democracia ha sido violada.

Si los neogolpes son aquellos que no pueden parecerse a golpes, eso se obtiene con su procesamiento (distorsionado) por parte de las instituciones. Por ende, mi sugerencia de llamarlos “golpes institucionales”.

El golpe institucional brasileño de 2016

Es precisamente lo que ha pasado en Brasil en 2016, con el derrumbe de un gobierno elegido un año y medio antes, sin denuncias de crímenes relacionados a la mandataria, más allá del oscuro argumento de las “pedaladas fiscales” realizadas en su gobierno y en todos los anteriores.

Con una larga campaña mediática anticorrupción y masivas manifestaciones callejeras protagonizadas por las clases medias, se obtuvo el clima para la consecución del golpe, una vez más, sin cualquier denuncia de corrupción a la mandataria objeto del juicio político. De hecho, se trató únicamente de un juicio político. Un voto de desconfianza a un gobierno minoritario, típico de regímenes parlamentaristas. Pero en este caso fue realizado en un régimen presidencialista…

Esto no sería posible sin la asociación criminal (ahora muy bien documentada) de fiscales federales y de un juez de primera instancia, con informaciones privilegiadas cedidas por el Estado norteamericano: la Operación Lava Jato. Con la divulgación de diálogos hackeados entre ellos, se percibe todo el arreglo y la condena previa establecidos desde el principio de aquella operación, así como sus objetivos políticos finales.

Y ahora se sabe también que se realizó con el apoyo de los militares y su movilización para articular la candidatura de Bolsonaro en 2018, así como la prisión y suspensión de la candidatura de su principal oponente: Lula. Un golpe sin violencia explícita no significa que se procesa sin la participación de los militares.

Las revelaciones del libro de memorias recién publicado de Eduardo Villas Bôas, en aquel momento Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, explicitan la participación de la corporación en todo el proceso. Simplifican la comprensión del papel de las Fuerzas Armadas brasileñas en el actual gobierno, que se configura cada día más como de naturaleza militar. Indican, una vez más, la tutela que los militares brasileños siempre ejercieron sobre el Estado, su veto a los procesos de democratización, su naturaleza autoritaria y anti-pueblo.

Con la explicitación de la militarización del gobierno Bolsonaro, se evidencia el callejón sin salida de la democracia brasileña. Para una redemocratización, será necesario revisitar el golpe institucional. Un principio auspicioso de esa revisión ha sido la anulación de las condenas de Lula en el Supremo Tribunal Federal, y la probable declaración de sospecha sobre los actos del exjuez Moro por el mismo Tribunal.

Ambas medidas constituyen, por ahora, las primeras buenas noticias en muchos años. Algo se mueve. Esperemos por la reacción del bolsonarismo y de los militares.


Episodio relacionado de nuestro podcast:

Foto de midianinja em Foter.com / CC BY-NC-SA

Autor

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Profesor de Ciencia Política de la Univ. Fed. del Estado de Rio de Janeiro (UNIRIO). Vicedirector de Wirapuru, Revista Latinoamericana de Estudios de las Ideas. Postdoctorado en el Inst. de Est. Avanzados de la Univ. de Santiago de Chile.

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