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¿Y si nos vamos todos a la China?

“El verdadero desafío para los Estados Unidos es preguntarse si están preparados para vivir con otro país (China), con una historia diferente, una cultura diferente, quizás un sistema diferente, pero sin ningún deseo de competir con los Estados Unidos por el predominio a escala global. ¿Están los estadounidenses listos para vivir con nosotros en paz?” (embajador de China en EE. UU., Cui Tiankai). Esta es la interrogante que hace el embajador al finalizar su entrevista con MSNBC y en un ambiente de creciente tensión entre los dos países. No hubo respuesta a la pregunta del embajador, pero quedó en el aire, reverberando en distintos rincones del mundo. Entre ellos, Latinoamérica.

La tensión es multifacética. Muchos piensan que se debe, sobre todo, a la coyuntura preelectoral en los EE. UU. En el libreto de Donald Trump, siempre es importante tener un enemigo. En 2016 era el muro para detener la invasión de los hispanos; ahora son los chinos. Sin duda, este factor preelectoral está agudizando las tensiones en un juego muy peligroso para la paz y la seguridad mundial. La cuestión es calibrar cuánto de ello se desvanecerá si en noviembre gana el candidato demócrata Joe Biden y, si con ese resultado, las pistolas se volverían a enfundar.

Aunque las encuestas apuntan a la posibilidad de que Biden gane, ningún decisor de política exterior puede descartar aún la reelección de Trump. Sin embargo, aun ante una eventual victoria demócrata, muchas de las críticas a la situación de los derechos humanos, el espionaje industrial, la ambición territorial en el mar del sur de China, el ataque a las libertades en Hong Kong y la evidente y nueva influencia china en el mundo seguirán afectando la política exterior norteamericana. En consecuencia, también su opinión respecto a las relaciones de China con Latinoamérica.

Existen varias enmiendas y acciones legislativas con sustento bipartidista en el Congreso que nos indican que la tensión con China es más profunda. Por ejemplo, está la enmienda a la Ley de Política hacia Hong Kong de 1992, ahora titulada Ley sobre los Derechos Humanos en Hong Kong. Igualmente, está el apoyo a la Ley sobre los Derechos Humanos de los Uigures o las precauciones tomadas en torno a los Institutos Confucio. 

El ascenso de un nuevo poder económico a escala mundial, necesariamente afectará la presencia y la acción de las otras grandes potencias»

Por otro lado, el conflicto tiene que ver con un clásico reajuste en el equilibrio de poderes que seguirá alimentando respuestas y contrarrespuestas políticas. El fenómeno del ascenso de un nuevo poder económico a escala mundial, necesariamente afectará la presencia y la acción de las otras grandes potencias, sean estas Estados Unidos o la Unión Europea.

China es un país de 1.4 mil millones de personas, en un vasto territorio, pero con una superficie cultivable que abarca solo el 12%. Su economía debe proveer a esa inmensa población y mantener la promesa de progreso y bienestar. La magnitud del desafío es tal que únicamente con un crecimiento de su área de influencia puede mantenerse a flote. El despliegue actual de la nueva Ruta de la Seda (One Belt, One Road Initiative) es sintomático de esa gran China que quiere asegurar sus vasos comunicantes con el mundo mediante una red de puertos, telecomunicaciones y otras infraestructuras para fomentar el comercio y asegurarse insumos y mercados para poder seguir creciendo y avanzando. En América Latina, China ha encontrado economías complementarias, fuentes de minerales y metales, petróleo y alimentos.

El punto es que, si bien China se esfuerza por darle a dicho despliegue un carácter exclusivamente económico, sus movimientos atizan las sensibilidades geopolíticas. El hecho de que China haya firmado un borrador de acuerdo económico y de seguridad con Irán es un ejemplo y expone su total desacuerdo con la estrategia estadounidense de poner máxima presión en Teherán. Por otro lado, el hecho de que en América Latina el principal recipiente del crédito y financiamiento chino sea Venezuela también agudiza las tensiones.

El primer ministro de Singapur escribió en Foreign Affairs que para los países del sudeste asiático sería un grave problema tener que elegir entre Estados Unidos y China, y abogó por mejorar la relación y establecer un marco de cooperación y competencia, de manera de frenar el desliz hacia una competencia aguerrida. Algo similar, aunque quizás no tan urgente o grave, se debe plantear en América Latina. China ya es el mayor acreedor de América Latina y ha superado la cifra total de préstamos concedidos por el Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Mundial y la Comisión Andina de Fomento. El intercambio comercial se ha incrementado sustancialmente y ha llegado a alrededor de 300 mil millones de dólares. China ha incrementado su inversión directa extranjera en el período de 2012 a 2017 a 65 mil millones de dólares. Esta es una de las razones por las cuales el gobierno de Trump esta proponiendo como presidente del BID a Mauricio Claver-Carone, un cubano-americano conservador. 

En realidad, la región tiene dos opciones: tratar el asunto China-EE. UU. en un ambiente crecientemente caótico e impredecible, como está sucediendo en este momento con el gobierno de Trump, o tratarlo en un ambiente más estructurado y con la ventaja de poder entablar un diálogo más razonable con una administración demócrata. Pero, en ambos casos, el tema va a tener que pasar a otro nivel en la política exterior de los países latinoamericanos.

Hay que tener una sana desconfianza de las intenciones de Xi Jinping»

Para ello, Latinoamérica deberá reconocer algunas pautas que nos parecen de importancia cardinal. Por un lado, tener una mayor coordinación regional en cuanto a la postura de los países con respecto a cómo encarar un marco de cooperación y competencia entre las dos grandes potencias. Hoy por hoy, dicha coordinación no existe, y hay evidentes diferencias políticas. ¿Por qué Colombia y Brasil apoyan una presidencia americana en el BID, y otros buscan alternativas? Por el otro, hay que tener una sana desconfianza de las intenciones de Xi Jinping. La negociación para minimizar los costos y maximizar los beneficios de la relación con China está a la orden del día. Eso depende de evitar que la relación comercial y el financiamiento prolonguen la primarización de la economía latinoamericana y de abrir las puertas a un mayor valor agregado en la cadena de suministros. También está la necesidad de ejercer una mayor presión para que los créditos de China no vengan como paquetes atados en los que los proveedores de ese país son los únicos beneficiarios de las inversiones.

Por último, y muy importante, plantearíamos un aspecto más bien político. El embajador de China en EE. UU. habló de compartir el mundo con un país diferente en cuanto a historia, cultura y “sistema”. En ese sentido, América Latina debería compartir el mundo con China y expresar de manera clara su diferencia; que en el mundo no solo hay comercio, sino también democracia, libertad, derechos. La región obviamente tiene interés en profundizar las relaciones, pero en lo que se refiere a principios se debería ubicar en el lado opuesto a los “sistemas” autoritarios, como el chino. La región no es el gran emblema del Estado de derecho democrático y representativo, pero hoy por hoy, salvo las conocidas excepciones, la región puede abogar por la necesidad de mantener la vigencia de consensos basados en los derechos humanos, con democracia, libertades públicas, justicia social y pluralismo.


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Cientista político, profesor del Programa de FLACSO en Paraguay y consultor en planificación estratégica. Fue director regional para A. Latina y el Caribe del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA). Magister en Ciencias Políticas por FLACSO–México.

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