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¿Adiós a la ciudad de clase media?

Pocos matrimonios explican el avance hacia la modernidad como el de las clases medias y las ciudades. Las ciudades son epicentros de capital y creatividad, reúnen los mejores empleos, talentos, escuelas y universidades. Es donde se hospedan los espacios de desarrollo cultural, artístico y científico, prosperan los emprendimientos comerciales o tecnológicos, florece la innovación social y fructifica la movilización política progresista.

Esas mismas condiciones favorecen la multiplicación de las clases medias y atrae sectores rurales o suburbanos con aspiraciones económicas, cívicas o intelectuales. Cuanto más urbano el contexto, más oportunidades de movilidad social y de crecimiento de las clases medias; asimismo, el ensanchamiento social de las costumbres burguesas facilita la consolidación del espacio y espíritu metropolitano.

Metropolitanización y aburguesamiento social caminan juntos»

Metropolitanización y aburguesamiento social caminan juntos, un matrimonio con varios hijos célebres. De las libertades civiles a la democracia política. De la sofisticación cultural e intelectual a la meritocracia como criterio de recompensa educativa o profesional. Y del espíritu emprendedor privado a las iniciativas de economía creativa, circular y colaborativa.

Históricamente han sido las capas medias urbanas las que presionan a los Gobiernos para mejorar su desempeño, los fuerzan a proveer servicios de educación y salud, una infraestructura adecuada, un medio ambiente más limpio o políticas más efectivas contra la inflación o el crimen. También son ellas las que actúan como barrera ante proyectos autoritarios, de impunidad judicial o abuso fiscal. Por lo tanto, no es poco lo que naufraga cuando las clases medias menguan y las ciudades son percibidas como lugar de amenaza en vez de realización personal y colectiva.

El cierre de la economía y el aislamiento social para combatir la COVID-19 desafían a ambos protagonistas de manera drástica. Clases medias y ciudades son culpabilizadas por diseminar el virus. Las primeras, por importarlo, fruto de sus viajes internacionales por vacaciones, intercambios o trabajo. Las segundas son culpadas por su fenomenal densificación edilicia, lo cual representa un escollo para evitar las aglomeraciones, así como por los hábitos de sus estamentos medios, proclives al uso de áreas públicas para esparcimiento o sociabilidad.

Las ciudades concentran la inmensa mayoría de los casos, pero poco se habla de ellas como víctimas»

Las ciudades concentran la inmensa mayoría de los casos, pero poco se habla de ellas como víctimas y —por lo tanto— candidatas a un auxilio del tesoro nacional. El auxilio se saltea particularmente las alcaldías metropolitanas para dirigirse a la red hospitalaria, así como a las secretarías nacionales de compras, alimentos o planificación. Ni un peso, real o sol para las ciudades.

Socialmente, el auxilio se individualiza y se puentea a las clases medias para orientarse a los más pobres o a los grandes grupos económicos. Excepto Chile, donde se aprobó un paquete de préstamos por 1.500 millones de dólares, exclusivo para ese segmento social, no hubo ayuda del Gobierno. En Argentina y Brasil la oferta de créditos para las pequeñas empresas (eje financiero de parte de la clase media urbana) simplemente no funcionó, y se benefició a una ínfima fracción de los destinatarios.

Siguiendo tendencias urbanistas en boga desde los años noventa, las alcaldías metropolitanas promovieron pesadamente la revitalización de los centros históricos, favoreciendo la concentración humana y la densificación residencial, inclusive como política de sostenibilidad ambiental. Se incentivó la aglomeración intensa de actividades comerciales y culturales en áreas definidas y se emplearon medios optimizados de transporte público y movilidad colectiva. Esto llevó a que en la actualidad más de ocho de cada diez latinoamericanos vivan en ciudades.

Las políticas de planificación urbana priorizaban la generación de condiciones de buena calidad de vida en la metrópolis bajo el supuesto de que el tiempo libre, laboral o de estudio ocurriera fuera del hogar. Trabajar en oficinas, estudiar en escuelas y universidades, aprovisionarse en supermercados, socializar en restaurantes, cafés, cines y teatros, o ejercitarse en calles, plazas o parques. La construcción de bicisendas, la recuperación de parques y plazas, y el ensanchamiento de las calzadas peatonales en los microcentros ilustran la tendencia.

Paralelamente y ante el supuesto menor uso de la vivienda, los nuevos códigos de construcción civil alentaban el minimalismo. No pocos ambientalistas defendían ese nuevo modelo como forma efectiva de reducir los gases de efecto invernadero y proteger los ecosistemas y la biodiversidad fuera de las ciudades.

El aislamiento social y el cierre económico elimina dos de los incentivos más poderosos para vivir en las ciudades. Estas falencias, sumadas al encierro en departamentos que no fueron planeados para servir como espacios multitareas 24×7, terminó por sembrar en las clases medias la necesidad de viviendas más amplias o el acceso a áreas verdes próximas, si no a un jardín propio, algo imposible para la gran mayoría en una megaciudad. La solución es cambiar la gran ciudad por pueblos o suburbios, principalmente si el futuro del trabajo, estudio, compras y tantos otros hábitos es más virtual que presencial.

De irresistibles hábitats oferentes de oportunidades profesionales, sueños económicos, glamour cultural, networking social y libertades y derechos ampliados, las ciudades se convierten en sinónimo de riesgo contaminante. Diferentes estudios revelan el creciente desinterés por continuar viviendo en las metrópolis. Baja la cantidad de británicos que desea vivir en urbes y dobla su percepción de las ciudades como espacios menos atractivos (Ipsos-Mori). Y cuatro de cada diez parisinos piensan en abandonar la ciudad de las luces privilegiando áreas rurales o suburbanas (ENMMV/Mobile Lives Forum).

Proyectos de repoblación rural ganan fuerza en el interior argentino con más de 20.000 voluntarios inscriptos (Fundación Es Vicis). En San Pablo capital se disparan las búsquedas por residencias en municipios menores próximos (+124%, Imovelweb) o en el interior del estado (+ de 340%, Grupo Zap). Los más interesados en este éxodo urbano son familias y profesionales de clase media.

La despoblación de las ciudades ocurre paralelamente al encogimiento de las capas medias»

Bajo el signo de la pandemia, la despoblación de las ciudades ocurre paralelamente al encogimiento de las capas medias. Antes de la COVID-19, algunas proyecciones apuntaban que para el año 2030 casi dos de las terceras partes de la humanidad sería de clase media en función de sus gastos e ingresos (instituto Brookings), una situación que varios países de América Latina ya habían alcanzado promediando el 2010 a partir de una lectura generosa de indicadores de consumo realizada por institutos oficiales de censos y criterios de clasificación socioeconómica. Solo en Brasil, 42 millones de personas pasaron a poblar la “nueva clase media” (IPEA; IBGE 2012).

La subsecuente crisis económica abortó ese movimiento, la cuarentena terminó de liquidarlo. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), 29 millones de latinoamericanos cambiarán de clase media para convertirse en “nuevos pobres”. Endeudada o sin ingresos debido al desempleo y la debacle económica pospandemia, la clase media abandona alquileres y compras no esenciales, cursos y seguro médico particular, microempresas y entretenimiento offline. Son los hogares de clase media los que también más sufren las consecuencias psicológicas de la cuarentena, disparando los casos de violencia doméstica, depresión y divorcios, lo cual genera nuevos gastos y profundizan el empobrecimiento de sus miembros. Junto a esa pauperización de los segmentos medios, desfallece la ciudad como red de actividades comerciales y culturales.

Ciudades vacías de clase media (por ruina financiera o por éxodo) significarían un retroceso casi medieval a sociedades socialmente desiguales y polarizadas que no controlan a sus Gobiernos, negligencia cultural y científica, y libertades y derechos deshidratados. Como en otras latitudes, la modernización latinoamericana se nutrió de ciudades y clases medias urbanas vigorizadas, y continuará dependiendo de estas para completar su promesa de progreso social, económico y político.

Foto de Claudio Olivares Medina en Foter.com / CC BY-NC-ND

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Fabián Echegaray es director de Market Analysis, consultora de opinión pública con sede en Brasil, y actual presidente de WAPOR Latinoamérica, capítulo regional de la asociación mundial de estudios de opinión pública: www.waporlatinoamerica.org.

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