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Ciencia y conocimientos en plural: entre el activismo y la academia

Coautora Rebecca Lund

Chile, a pesar de ser el país de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) que menos invierte en ciencia y de contar con una formación avanzada en capital humano, pero con escasa absorción en el sistema productivo del país, ha logrado algunos avances que lo posicionan como modelo exitoso en el desarrollo de la ciencia, tecnología e innovación en América Latina. Como resultado de una demanda histórica de la comunidad científica chilena, el país cuenta con un ministerio que coordina las políticas públicas del sector. El Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación (Mincyt), y la Política Nacional de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación fue construida de forma colaborativa con representantes de la ciencia nacional y la sociedad civil.

Recientemente, frente a problemas estructurales como la base extractivista del modelo productivo chileno o las desigualdades de género, el gobierno de Gabriel Boric ha prometido duplicar el presupuesto nacional para el área de ciencia y tecnología, ofreciendo respuestas frente a la brecha de género y la necesidad de transversalizar la agenda ambiental y climática.

Más allá de los avances y retos de Chile en materia de ciencia, tecnología e innovación, el reciente Proceso Constitucional ha permitido también discutir las ideas generalizadas sobre el concepto de conocimiento, desafiando las percepciones naturalizadas de los saberes académicos. Uno de los aspectos de estas discusiones ha sido el papel del activismo y su articulación con el conocimiento científico y académico.

De hecho, el activismo y el conocimiento académico son aspectos que constantemente dialogan entre sí. Los debates sobre esta relación han estado en el centro de las discusiones dentro de la epistemología feminista y la teoría decolonial durante décadas. En este contexto, debemos abordar cómo se negocia la construcción del conocimiento desde la mirada de quienes navegan espacios más allá de los muros de la universidad y se mueven entre los activismos feministas y la producción académica de conocimiento.

En general, el activismo se presenta como una forma de transgredir los saberes académicos y relacionados con el bien social o ecológico. Sin embargo, en este sentido, la producción de conocimiento también brinda herramientas para el compromiso de los activistas y viceversa. Los estudios de activismo en espacios académicos se han centrado en las formas en que la producción de conocimiento académico conectado explícitamente a una agenda activista puede dar forma a la toma de decisiones políticas o, en última instancia, ser un catalizador para la transformación social dentro y fuera de la universidad. Sin embargo, también se ha señalado que las agendas activistas tienden a perder el foco, despolitizarse e intelectualizarse cuando ingresan a las instituciones académicas. En las discusiones desarrolladas en el marco de dos proyectos sobre conocimiento y feminismo (Finlandia y Chile), argumentamos que cuando se trata de conocimiento no existe una división del todo clara entre el activismo feminista y el trabajo académico.

Las reflexiones críticas se centran en las prácticas cotidianas del trabajo académico que desafían los límites de lo que cuenta como conocimiento propio o, en palabras de la socióloga feminista portuguesa María Do Mar Pereira, “logran un estatus epistémico.” Se refiere a la forma en que nuestras actividades diarias en la academia, amplían los límites de lo que se considera académicamente relevante y creíble.

Análisis previos de la academia y el activismo han mostrado las formas en que las condiciones contemporáneas del trabajo académico crean dificultades para articular un conocimiento académico autónomo y crítico. Dentro de este espacio a veces se piensa que las prácticas activistas “contaminan» y deslegitiman el trabajo de las académicas feministas.

Sin embargo, el activismo para las académicas feministas también puede ser parte de su construcción de conocimiento de una manera que les permita cumplir con los requisitos de la academia contemporánea, como elaborar nuevas y emocionantes vías de investigación. También pueden usar el privilegio de una plataforma académica para hacer contribuciones importantes a las discusiones públicas, beneficiando las agendas activistas, así como su propia carrera y reconocimiento académico.

Sin embargo, ser una feminista que desafía las estructuras sexistas y la discriminación no solo en la sociedad en general, sino también en los espacios académicos, puede tener un alto costo emocional, trabajo emocional que ha sido documentado en la literatura, por ejemplo, por Sarah Ahmed.

Criticar las propias estructuras y prácticas de desigualdad de las universidades puede resultar en el silenciamiento y la marginación de las investigadoras feministas porque se las percibe como «problemáticas» y «la causa de sentimientos incómodos.» Por lo tanto, cuando las académicas feministas consideran qué tipo de conocimiento producen sobre la sociedad, pero también sobre la universidad, tienen que evaluar los riesgos que conlleva «agitar demasiado el bote.»

Esta es una frase utilizada por una de las participantes en nuestros estudios y captura la experiencia que muchas académicas feministas enfrentan a diario. Pero también ilustra un punto clave que queremos señalar, que es cómo el trabajo de nombrar y desafiar las estructuras y prácticas que dan forma a nuestra vida cotidiana es clave en los esfuerzos intelectuales y políticos feministas. Para las académicas feministas, el activismo y el conocimiento académico no pueden separarse fácilmente.

Existe una discusión histórica desde la epistemología feminista sobre lo que cuenta como conocimiento en los espacios académicos, donde una de las principales preocupaciones ha sido las implicaciones sociales y políticas de la producción de conocimiento y el papel de quién conoce en ese proceso. Sin embargo, el activismo es un espacio de construcción de saberes que dialogan constantemente con los saberes académicos para quienes se mueven entre ambos espacios.

No quiere decir que el conocimiento surja más de un espacio que de otro. Más bien se superponen y se apoyan mutuamente. Desde las preguntas de investigación que hacemos, las tensiones que revelamos en nuestra investigación empírica o conceptual, y las implicaciones del conocimiento que se vuelve relevante para nuestras sociedades en general.

El reciente proceso constitucional chileno ha permitido abordar esta discusión de forma amplia. Esperamos que estas ideas pronto puedan extenderse a otros países de América Latina y alcancen otras latitudes.

*Este texto fue escrito en el marco de la campaña #ciêncianaseleições, promovida por el Instituto Serrapilheira, que celebra el Mes de la Ciencia. En julio, los textos publicados por la campaña reflexionan sobre cómo la ciencia debe participar en la reconstrucción de Brasil.

Rebecca Lund es profesora e investigadora postdoctoral en el Centro de Investigación de Género (STK) de la Universidad de Oslo. Doctora en Estudios Organizacionales por la Tema Genus Linköping Universitet y Máster en Ciencia Política por la Aarhus University.


Episodio relacionado de nuestro podcast:

Autor

Doctora en Cultura Educativa, Política y Sociedad por State University of New York. Profesora e investigadora de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Especializada en políticas de género e conocimento.

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