El término “populismo” se usa en estos días para hacer referencia a una amplia gama de líderes, movimientos, partidos y Gobiernos, desde el partido antinmigrante de extrema derecha Fidesz, de Viktor Orban, hasta el movimiento antineoliberal de izquierda de Evo Morales, pasando por Jair Bolsonaro, quien ha glorificado el periodo de gobierno militar de Brasil, prometió librar al país del socialismo y dar a la policía “carta blanca” para matar a presuntos delincuentes. ¿Tiene algún significado el término si se aplica a una gama tan dispar?
La respuesta corta es que lo tiene (significado válido) si es conceptualizado no como una ideología, sino como un método para organizar el poder que surge de la ausencia o del deterioro de un pacto. Los pactos políticos vinculan a las fuerzas sociales que contienden en una sociedad determinada y obligan a los gobernantes a honrar el acuerdo realizado. El populismo es un medio para atender la angustia por los pactos políticos ausentes, amenazados o rotos. Incluye lo siguiente: 1) el líder carismático que hace un llamado o apelación emocional, basándose en emociones profundamente sentidas de miedo, inseguridad, enojo y traición; 2) la invocación de la “voluntad del pueblo”; y 3) el deseo (idea de que es conveniente y deseable) una relación directa entre el líder y sus seguidores populares.
El populismo, usualmente, comprende un desprecio hacia los procesos institucionales de tipo formal por haber fracasado en responder a la intensa angustia emocional y popular. Implica apelar al nacionalismo e identificar a un enemigo interno o externo, o ambos (a menudo una oligarquía rica o los extranjeros). El populismo surge cuando en una proporción significativa de la población existe el sentimiento de que su exclusión del proceso político está teniendo un impacto profundamente perjudicial.
Las características del populismo identificadas aquí representan una construcción de “tipo ideal” (a lo Max Weber); esto significa que el populismo, en su forma pura, no existe en realidad en ningún lugar, pero varios movimientos, partidos, Gobiernos y líderes pueden ser descritos en términos de la medida en que se acercan a esas características (grandes cantidades de ellos han tenido elementos populistas, pero claramente ha habido mayores dosis de populismo en tiempos recientes).
Tanto en la literatura académica como en las discusiones de los medios de comunicación se ha debatido acaloradamente sobre cuál es la causa raíz de la angustia popular-populista: ¿son las presiones migratorias, el influjo creciente de extranjeros o la dislocación creada por los procesos de globalización económica que han contribuido a la desindustrialización, al empleo precario y al aumento de la pobreza? La respuesta depende del contexto particular. En casi todos los casos, por supuesto, tanto la protección de la identidad como el bienestar socioeconómico son elementos importantes de los pactos políticos nacionales, pero el equilibrio entre ambos depende fuertemente del contexto.
La globalización económica ha subvertido los pactos del Estado de bienestar»
En los Estados Unidos y Canadá, y en otra medida en Europa noroccidental, podemos hablar de un pacto político y socioeconómico de posguerra entre capital y trabajo, en el que los capitalistas aceptan la negociación colectiva, las protecciones laborales y el Estado de bienestar y, a cambio, los trabajadores aceptan mantener una relativa paz social.
Como se ha mostrado en una voluminosa literatura académica, hubo diferencias sustanciales y muy importantes en la fuerza y balances de esos pactos, así como en la naturaleza de los estados de bienestar. En países de asentamiento de inmigrantes como Estados Unidos y Canadá, donde la inmigración fue bienvenida como parte de los proyectos de construcción nacional, la identidad era una responsabilidad estatal menos importante que en Europa de Occidente.
Por el contrario, en Europa del Este la protección de la identidad ha sido un aspecto mucho más central de los pactos políticos. Hay razones históricas para ello: los mongoles y los tártaros invadieron y conquistaron la mayor parte de Europa del Este durante un periodo de 300 años, desde el siglo XIII hasta el XVI; la muerte y la destrucción de esas invasiones sobreviven en la memoria popular y en una vasta literatura. En países como Polonia, la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial, con el propósito de destruir la cultura polaca, reforzó aún más la centralidad de la protección identitaria como misión del Estado. Y la globalización económica ha subvertido los pactos del Estado de bienestar. Los flujos migratorios a gran escala han avivado la ansiedad en todos lados, pero particularmente en aquellos sitios de Europa donde existe un largo miedo histórico a los extranjeros.
En América Latina, con excepción de Chile y Uruguay, los países han carecido de grandes pactos políticos distributivos o basados en identidad. Los populismos de todas las franjas políticas han sido y siguen siendo predominantes en la región. El desconcierto sobre la naturaleza izquierda/derecha de estos movimientos quizá se aclara al enmarcarse en la pregunta de si (o en qué medida) un populismo mejora la vida de las personas.
Ciertamente es posible que un movimiento y un líder populistas utilicen la capacidad de movilización del populismo para lograr algún bien social. El caso de Evo Morales es un buen ejemplo. Bajo su tutela y con una fuerte presión social desde abajo, la pobreza disminuyó drásticamente. Lo mismo podría decirse de la presidencia de Rafael Correa en Ecuador. Pero, en ambos casos, los líderes a veces jugaron de manera temeraria o floja con las instituciones de la democracia liberal. Y eso tiene sus peligros. El desprecio por las sutilezas de dichas instituciones se hizo más marcado en el caso de Venezuela, donde una forma particularmente radical de populismo de izquierda se enfrentó a una clase capitalista especialmente intransigente. Como he señalado en otro texto, el desprecio populista hacia las instituciones democráticas liberales y las crisis políticas que han seguido pueden entenderse dentro de la larga historia de exclusión política del país. Al final, son las clases populares las que siguen sufriendo las crisis políticas y económicas.
Un problema adicional con los movimientos populistas es que, por estar impulsados emocionalmente, pueden ser secuestrados con facilidad por intereses creados. Estos intereses pueden jugar con los sentimientos populares y usar los movimientos para sus propios fines, y persiguiendo medidas perjudiciales para el bienestar social popular.
Es en estas circunstancias que muchas veces se hace difícil ubicar a los populismos en el espectro tradicional de izquierda/derecha. El caso de Bolsonaro, en Brasil, ilustra este punto. Por un lado, la posición de Bolsonaro contra los políticos codiciosos y corruptos, que se han vuelto ricos a expensas de los ciudadanos comunes, les habla a las clases bajas y las atrae. Pero, al mismo tiempo, el movimiento bolsonarista ha sido efectivamente abrazado o aun cooptado por el poderoso sector privado brasileño, un hecho reflejado en su adhesión a las políticas neoliberales que incluyen reducciones de impuestos para los ricos, un recorte al programa social más importante del país, Bolsa Familia, y la austeridad del Gobierno. En el mismo sentido, mientras los cambios en la legislación laboral húngara (que permiten hasta 400 horas anuales de trabajo extra no remunerado) han causado protestas, la postura antinmigración de Orban ha asegurado un apoyo popular amplio y continuo al régimen.
Por todo lo anterior, el populismo es un concepto útil. Nos dice que algo está fundamentalmente mal u olvidado en el panorama político subyacente. Nos dice que falta un pacto político o que un acuerdo preexistente se ha roto o está bajo amenaza. El populismo es una manifestación del hecho de que existe una desconexión profunda entre una porción notoria de la sociedad y los líderes políticos tradicionales.
Foto de Gage Skidmore en Foter.com / CC BY-SA
Autor
Profesora de Ciencia Política y Desarrollo Internacional de la Universidad de Toronto. Miembro de la Royal Society of Canada. Es autora de libros y artículos sobre política y formulación de políticas en América Latina, con enfoque en México, Argentina y Chile.