El año 2019 fue testigo de protestas en todo el mundo, desde Europa y Asia hasta América Latina. Si bien es tentador centrarse en las similitudes entre los movimientos de protesta, es importante tener en cuenta importantes diferencias.
Aunque la falta de respuesta de gobierno a las demandas y preocupaciones del público sobre la desigualdad ha sido una característica común de muchas protestas, los contextos específicos de angustia pública varían significativamente entre los países. Mientras que las cuestiones de distribución, incluidas las carencias sustanciales y la pobreza, junto con la corrupción a gran escala, son impulsoras de las protestas en el Sur Global, las protestas del Norte giran en torno a la oposición a los intentos de desmantelar los estados de bienestar, los problemas medioambientales y otras cuestiones menos graves relativas a la erosión de la democracia.
Los manifestantes en Francia han estado luchando para mantener el generoso Estado de bienestar del país.
En Francia, el movimiento de los “chalecos amarillos” surgió en 2018 compuesto en gran medida por los habitantes rurales que menos podían permitirse el aumento de los precios de los combustibles anunciado por el gobierno. A medida que el movimiento ganó impulso, sin embargo, amplió su espectro de partidarios y sus preocupaciones se dirigieron al alto costo de vida en general. El aumento de los impuestos sobre la riqueza y la mejora del salario mínimo estuvieron entre las demandas. Más recientemente, los “chalecos amarillos” se han unido a los sindicatos del país en protesta por diversas medidas destinadas a erosionar el Estado de bienestar, como la reducción de las prestaciones por desempleo, los cambios en la legislación laboral que facilitan la contratación y el despido y la reforma de pensiones que aumentaría la edad de jubilación. Mientras tanto, el gobierno francés ha reducido los impuestos para los ricos. No obstante, Francia es uno de los cinco países de la OCDE donde la desigualdad de ingresos y la pobreza han disminuido en los últimos 20 años. Las cifras de pobreza francesa están por debajo de la media de la OCDE. Los manifestantes en Francia han estado luchando para mantener el generoso Estado de bienestar del país.
Ahora consideremos las protestas en Haití, donde surgieron disturbios generalizados en respuesta a un aumento de los precios de los combustibles y se expandieron a manifestaciones contra la corrupción. Haití es el país más pobre del hemisferio occidental, con un nivel de pobreza extrema del 25%. La desigualdad es extremadamente alta: Haití tiene uno de los mayores números de millonarios per cápita en el hemisferio. Casi una cuarta parte de la población carece de electricidad, aproximadamente la mitad carece de acceso al agua potable y un porcentaje similar de los niños haitianos no asiste a la escuela. Se estima que 100,000 niños están desnutridos. Millones de personas se enfrentan a la inseguridad alimentaria. Los manifestantes, que afirman que el régimen actual se mantiene gracias al apoyo internacional, están exigiendo el enjuiciamiento de la corrupta clase gobernante. La administración Trump ha apoyado al actual presidente Jovenel Moise debido a su oposición al presidente venezolano Nicolás Maduro.
Se trata, obviamente, de escenarios marcadamente contrastantes. Pero mi comparación subraya las importantes diferencias de contexto: las cuestiones de privación material y de la calidad democrática son considerablemente más graves en el Sur que en el Norte. Las protestas de Hong Kong no se tratan de carencias materiales, más bien constituyen un movimiento prodemocrático. En Gran Bretaña, las protestas han sido sobre la salida de la Unión Europea. Si bien hay cuestiones económicas involucradas (diferencias en las bases regionales a favor y en contra del Brexit), se desencadenaron protestas adicionales por la maniobra del Primer Ministro Boris Johnson para suspender al parlamento –con manifestantes cantando «detengan el golpe» y etiquetando a Johnson como «un dictador».
En los países más pobres, las protestas están más estrechamente relacionadas con cuestiones básicas de supervivencia y con quejas sobre calidad democrática y corrupción mucho más graves. En Perú, agricultores y trabajadores indígenas, ante las amenazas de contaminación de sus tierras y del suministro de agua, bloquearon el acceso de las compañías mineras a las minas de cobre; el gobierno se ha puesto del lado de las empresas. En Chile, las protestas en curso, provocadas originalmente por un aumento en los precios de los combustibles, se han expandido a la oposición general al altísimo nivel de desigualdad del país. La protección laboral y social de Chile fue casi totalmente desmantelada durante el periodo de gobierno militar. La mayoría de los países de América Latina no desarrollaron nada cercano a una protección social equitativa y sólo recientemente se ampliaron los programas sociales, durante el auge de las materias primas de los años 2000. En Ecuador, quienes protestan lo han hecho en relación con los subsidios a los combustibles, por un paquete de recortes del gasto acordado con el Fondo Monetario Internacional. Estos recortes tendrán un impacto negativo en los costos de vida de los más pobres. A medida que la pobreza extrema ha aumentado en Bolivia, ésta y la injerencia del expresidente Evo Morales en el proceso electoral y la participación explícita de los militares en su salida del poder son serios desafíos para la democracia.
Estas importantes diferencias de contexto sirven para recordarnos la persistencia de la desigualdad mundial y las distintas formas en que las estructuras de poder, nacionales e internacionales, han impactado en el bienestar humano. Las protestas mundiales nos repiten que algo está mal: que los gobiernos no responden. Sus diferencias contextuales nos recuerdan la naturaleza diferencial del sufrimiento humano en todo el mundo.
Foto de Libertinus en Foter.com / CC BY-SA
Traducido del inglés por José Ramón López Rubí.
Autor
Profesora de Ciencia Política y Desarrollo Internacional de la Universidad de Toronto. Miembro de la Royal Society of Canada. Es autora de libros y artículos sobre política y formulación de políticas en América Latina, con enfoque en México, Argentina y Chile.