El año 2019 fue un annus horribilis para América Latina. Junto a una marcada desaceleración y a un magro crecimiento económico que apenas alcanzó un 0,1%, la región vivió una multiplicación de movilizaciones y protestas sociales que afectaron tanto a Gobiernos de izquierda como de derecha dentro de lo que fue una reconfiguración —elecciones mediante— del mapa político.
Pero el año 2020 trajo la pandemia de la COVID-19 que, pese a las diferencias nacionales, profundizó algunas de las tendencias y similitudes existentes, y acentuó algunos rasgos estructurales que constituyen el trasfondo de los múltiples desafíos que enfrentará la región para salir a una fase de pospandemia. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) adelantó que, a consecuencia de la pandemia, se producirá la peor recesión de la historia de la región, con una contracción del PIB de un 5,3% en 2020 y un aumento de la tasa de pobreza del 30,3% al 34,7%.
El Banco Mundial (BM) asomó que la contracción podría llegar a más de un 7% dentro de lo que es la peor crisis de la región desde 1901.
Con el título genérico de Informe Iberoamérica 2020, un documento reciente presentado por la Fundación Alternativas de Madrid, apunta a la mala hora que atraviesa y atravesaría Latinoamérica. El informe señala algunos de estos rasgos, tal es el caso de la desigualdad preexistente que afecta la estabilidad política y el incremento de las demandas y expectativas sobre los avances sociales de años precedentes, que responden a pugnas redistributivas y a exigencias de mejores políticas públicas por parte de diferentes sectores sociales.
Una crisis de representación que marca retrocesos democráticos que están relacionados con el bajo nivel de confianza en las instituciones políticas»
El informe resalta, asimismo, que se trata del peor desempeño económico de los últimos sesenta años, lo cual agudiza los problemas estructurales que están vinculados a la escasa diversificación productiva y a la excesiva dependencia de las materias primas (y de su demanda por parte de China). A esta situación se suma, además, una crisis de representación que marca retrocesos democráticos que están relacionados tanto con el bajo nivel de confianza en las instituciones políticas como con un desencanto (y una deslegitimación consecuente) con respecto a la capacidad de las élites políticas y de los liderazgos existentes de satisfacer las demandas ciudadanas.
La creciente incidencia de actores extrarregionales convierte a América Latina y el Caribe, pese a su aparente carácter periférico, en un campo de pugnas y confrontaciones geopolíticas y geoeconómicas»
La polarización política por esta fatídica combinación de factores no solo nutre las fracturas ideológicas, sino que también impacta la capacidad de crear respuestas regionales frente a un entorno internacional sumido, a su vez, en una compleja transición. La rivalidad entre los Estados Unidos y China no es el único eje de este proceso. La creciente incidencia de actores extrarregionales convierte a América Latina y el Caribe, pese a su aparente carácter periférico, en un campo de pugnas y confrontaciones geopolíticas y geoeconómicas que complejizan su inserción internacional. Además de estas dos potencias, en la región incursionan Rusia, Irán, Turquía y más recientemente la India, además de los tradicionales vínculos con la Unión Europea y Japón.
Tres factores adicionales —y relacionados eventualmente entre sí— tienden a complejizar aún más la crisis multinivel que atraviesa la zona. En primer lugar, la corrupción de las élites, que tiende a permear diferentes niveles de las respectivas sociedades. La reaparición de los militares como un actor político, proceso que amenaza a instituciones democráticas de por sí debilitadas y que da pie a diferentes modalidades autoritarias. Y el aumento del crimen organizado en sus múltiples encarnaciones que van desde el narcotráfico hasta la trata de personas.
En este marco, al desafío de lidiar con la pandemia se suman difíciles retos. Los países deben enfrentar la recesión y la crisis económica que afectan tanto a los sectores más vulnerables como al conjunto de la sociedad. Se debe reforzar la resiliencia de la democracia y de sus debilitadas instituciones a través del impulso de estrategias y políticas públicas que demanda la ciudadanía. Y, finalmente, se debe desarrollar una coordinación regional más eficiente para enfrentar los retos globales y para fomentar una inserción internacional con mayores grados de autonomía y diversificación.
Desafíos de la mala hora que exigen complejos y avanzados acuerdos sociales y consensos regionales, en una América Latina arrasada por la pandemia, pero también por la polarización social y política, y por la atomización regional.
Foto de Outside the Shaft en Foter.com / CC BY-SA
Autor
Presidente Ejecutivo de la Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales (CRIES). Consejero pleno del Consejo Argentino de Rel. Internacionales (CARI). Fue Director de Asuntos del Caribe del Sistema Económico Latinoamericano (SELA).