El problema mexicano con el narcotráfico y la violencia es famoso en todo el mundo. Y efímeramente famosas son las estadísticas que están relacionadas con este hecho y que, de manera periódica, les siguen otras peores, como esta: 16.000 asesinatos en la primera mitad de 2018. Los registros que obtengamos o confirmemos en 2019, estoy seguro, serán peores. Lo que no es famoso, ni aun bien conocido fuera de una parte de la Academia, mexicana y no, son las causas; las causas del narco, de su violencia y de las estadísticas espeluznantes.
Aquí repito y resumo lo que he investigado y argumentado desde hace diez años. Si está dispuesto a leer sin prejuicio un argumento analítico y honesto, y luego repensar su posición personal, siga leyendo; si ha decidido que nunca revisará sus creencias, no tiene sentido que lea esto…
Lo que causa el combate que defienden es precisamente lo que causa al combatido«
Cualquier observador atento puede darse cuenta: casi todos los defensores del combate violento/militarizado contra el narcotráfico hablan como si una cosa llamada la Prohibición no existiera. Hablan de mercados ilegales, delincuentes y combates estatales en su contra, pero de una manera tal que los hace parecer naturales o inmanentes: como si no hubiera nada previo, ningún prerrequisito jurídico y político; como si esos mercados, esos delincuentes y esos combates estuvieran dados fuera de la Historia y sus causas no existieran o fueran indistintas, irrelevantes e inevitables. Nunca aparece bien (pues hacen que no aparezca) eso que, en realidad, está en la base: una serie de textos a los que, sin origen en la evidencia de la ciencia ni las mejores consideraciones éticas, se les regala el mecanismo de la ley (nacional e internacional) para prohibir ciertas drogas. Ahí está la raíz del problema. Lo que causa el combate que defienden es precisamente lo que causa al combatido; es decir, quieren mantener la Prohibición para combatir a los narcotraficantes que dependen de que se mantenga la Prohibición. Su propuesta es absurda y, con ella, no puede haber solución (por lo mismo, ya me niego a conceder que sea “experto en seguridad” cualquiera que, para casos como el mexicano, no tenga a la Prohibición como variable independiente, explicativa).
El lector puede pensarlo así: ¿habría esta “guerra contra las drogas” si esas drogas no fueran ilegales? El fenómeno social y económico, no superficialmente delictivo, que conocemos como narco, ¿existiría como existe si las drogas nunca hubieran sido prohibidas? La verdad empírica y jurídica es que esta “guerra” y el narco requieren, ideológicamente, prohibicionismo y, formalmente, Prohibición. Prohibicionismo y Prohibición no son cosas verdaderamente necesarias en una sociedad ni son inevitables. No son leyes de la Historia ni de la ciencia; significan unas leyes del Estado en estado de equivocación.
Tampoco son dictados de Dios ni de la naturaleza, aunque no faltan los opinadores y ciudadanos que no pueden o no quieren separar nada de su religión o de su particular idea sobre lo natural. Son decisiones políticas (de los políticos que conocemos y casi todos criticamos) que pueden ser cambiadas y, sobre las que no solo es deseable, sino posible, cambiar de opinión: tómese el ejemplo de un personaje público mexicano, Rubén Aguilar Valenzuela, quien, después de haber propuesto un muy problemático pacto político con el narco, pasó a defender vehementemente la legalización. Lo que hizo Aguilar contiene la mejor postura ciudadana: escuchar a los que han investigado y han pensado originalmente, pensar lo escuchado, relacionarlo con lo cotidiano, como la violencia inocultable y creciente en México, y corregir un error.
En esencia, desde mi perspectiva, todo lo que hay que entender y asumir es esto: estar contra el narco no necesariamente es estar a favor de la Prohibición; estar a favor de la Prohibición no necesariamente es estar contra el narco. Estar contra la Prohibición es necesariamente estar contra el narco. Quienes están a favor de la Prohibición y contra el narco son bienintencionados, pero están equivocados (los refuta la ciencia social, y no solo el progresismo; véase mi nota «Consecuencias generales de la prohibición de las drogas», Derecho en acción, CIDE, 2015).
La Prohibición de drogas, en realidad, no prohíbe al narco, lo crea y alimenta. Quienes están a favor de la Prohibición, y también del narco, sí existen: se llaman criminales y cómplices. Son sus cómplices directos… En cambio, estar contra el narco y contra la Prohibición que lo construye es estar a favor de la legalización. Esta no es favorecer ni legalizar el fenómeno general llamado narcotráfico. Al contrario, la legalización de la que hablamos es usar la ley para prohibir a los narcos, no a las drogas; narcos y drogas no son entidades iguales ni tienen idénticas consecuencias. Estar a favor de la legalización es, en tendencia, estar a favor de la siempre perfectible regulación legal, pública y prodemocrática de las drogas hoy ilegales, y, por tanto, de las actividades básicas de producción, venta y consumo, que no son intrínsecamente malignas. Legalizar para regular, regular por legalizar. Lo mismo que se hace con el tabaco y el alcohol, dos drogas problemáticas que son menos problemáticas porque no son ilegales y por lo que se puede hacer con ellas bajo la legalidad. ¿Dónde están los equivalentes de los narcos en las industrias alcohólica y tabacalera? Los problemas que hay ahí son otros, y no son peores que los del caso narco. Desde una óptica realista, soluciones a problemas similares deben y pueden ingeniarse desde la elaboración de la regulación como tal.
Un complemento importante: la legalización no es promover el consumo ni fomentar la adicción. Se puede estar contra la adicción sin estar a favor de cualquier maltrato a los adictos y sin estar contra la regulación que puede ayudarlos mejor. Y se puede estar a favor de la legalización sin ser consumidor porque la propuesta de legalizar-regular es sobre salud pública, mejora social y estatal, y libertad de elección individual.
La Prohibición es la institución del problema. La gran matriz institucional de todos los problemas público-sociales con drogas, la causa formal primera y última del narco y la “guerra contra las drogas”, y de la violencia y la corrupción asociadas que se interrelacionan con otros factores. La legalización puede ser una gran matriz de correcciones y de otras transformaciones sociales por efectos políticos, fiscales, comerciales, penales, carcelarios y comunitarios. No es “sobrevender” la medida; es no subestimar los alcances y costos del sistema prohibicionista.
En México, la “guerra” vigente, ese costoso error de intensificación del presidente Calderón y que el presidente López Obrador planea continuar a su modo, debe ser cancelada lo más pronto posible. Para cancelarla hay que acabar con la Prohibición, y la única forma de hacerlo es legalizar lo que neciamente se ha prohibido. La regulación de drogas es realmente una necesidad integral. Es eso y, por los mismos hechos, nuestra opción tanto moral como racional.
Dos últimos apuntes, oportunos en este cierre. Uno, debe tomarse en cuenta que la “guerra” internacional contra las drogas fue desatada por la que declaró Richard Nixon en Estados Unidos, quien tuvo motivos políticos pero también raciales: contra la población afroamericana. Dos, muchos de los defensores mexicanos de “la guerra” hablan de la necesidad de conseguir “el orden”, supuestamente por y a favor del Estado de derecho. Sin embargo, olvidan que la Prohibición y “la guerra” no han creado orden sino un desorden mayor y hasta peor. Olvidan también que, como dijo Alexis de Tocqueville, “una nación que no pide a su gobierno nada más que la preservación del orden ya está esclavizada en su corazón”. La paz de México no es posible sin lo policiaco y lo judicial, cierto: tampoco sin atender lo socioeconómico, pero mucho menos será posible preservando fracasos culpables como la Prohibición.
Post scriptum
Puede ser que en algunos casos ocurra un aumento notable de violencia poslegalización: un costo de ajuste. Lo más importante es que esa violencia no puede ser permanente ni constantemente mayor a la que puede existir sin legalización y que, en casos como el mexicano, realmente existe. Lo peor que puede hacerse es conservar la Prohibición y sumarle “mano dura” militar. Es la receta perfecta para que la violencia escale y nada se resuelva.
Autor
Cientista político, editor y consultor. Ha trabajado en el Centro de Investigación y Docencia Económicas - CIDE (Ciudad de México) y en la Universidad Autónoma de Puebla.