Desde Colombia hasta Chile, pasando por Bolivia y Paraguay –ni Uruguay con su clima templado se salva. A diario, los casos de enfermedades transmitidas por vectores son noticia. El año 2023 cerró con el anuncio de casos en humanos de las fiebres de Oropouche y Mayaro en Brasil y encefalitis equina occidental en Argentina. En números, estos casos no se comparan con enfermedades virales más comunes como el dengue, que este año ha roto récords de infecciones en la región. Pero, con los cambios climático y ambientales, la vocación epidémica de estas tres enfermedades se potencia: pueden transmitirse a más personas y llegar a países donde antes no se encontraban.
Se trata de tres virus zoonóticos; es decir, su ciclo vital transcurre en la naturaleza infectando mamíferos no humanos hasta que se transmiten a poblaciones humanas, usualmente, por medio de insectos. Los brotes o aumentos inusuales más recientes de Mayaro y Oropouche se reportaron en diez ciudades del estado brasileño de Acre, en medio de la Amazonía. Esto no es mera coincidencia. El virus de Oropouche se ha detectado en humanos en lugares donde disminuye progresivamente la cobertura de vegetación y Acre ha perdido parte importante de sus bosques en los últimos años. Entre 2002 y 2022, desaparecieron 1.57 millones de hectáreas, es decir, 11% de su cobertura arbórea.
Frecuentemente, la deforestación está acompañada de minería ilegal y urbanización no planificada, las cuales crean las condiciones idóneas para la proliferación de insectos en o cerca de áreas habitadas. El agua se empoza en suelos erosionados, llantas abandonadas y viviendas improvisadas, y solo es necesario un rango específico de temperatura y pluviosidad para que, en apenas una semana, los insectos transmisores de un virus se reproduzcan exponencialmente. Una vez que estos proliferan, aumenta la probabilidad de que los dípteros (insectos de dos alas) que transmiten los virus de Oropouche, Mayaro y las encefalitis equinas infecten a personas.
Según los diferentes escenarios posibles relacionados con los cambios climáticos y ambientales en la región, de no haber una respuesta adecuada en materia de planificación, prevención y control, los expertos coinciden en que los virus transmitidos por vectores pueden volverse problemas de salud pública cada vez más importantes.
Los impactos en el Estado
La transmisión acelerada de cualquier enfermedad infecciosa implica un impacto negativo en los sistemas de salud y económico de un país. Como referencia, con una incidencia de entre tres y cuatro millones de casos confirmados por año, el dengue le cuesta anualmente a los gobiernos de América Latina alrededor de 3000 millones de dólares.
Debido a su potencial epidémico, Mayaro y Oropouche y las encefalitis equinas son virus considerados de relevancia por la Organización Panamericana de la Salud. El diagnóstico por laboratorio de Oropouche, Mayaro y las encefalitis equinas no se realiza de manera rutinaria, lo cual dificulta la predicción desde y hasta qué país pueden expandirse en un momento dado. Los síntomas de estas enfermedades infecciosas pueden confundirse y, por lo tanto, pueden coexistir sin ser detectadas.
A pesar de la necesidad de prevenir y controlar la transmisión de estos virus, sus riesgos no reciben atención suficiente por parte de gobiernos centrales y locales. Camino Verde, una intervención basada en el trabajo comunitario en México y Nicaragua redujo significativamente los casos de dengue, lo cual implica que el control de dengue integrado en el sistema de atención primaria de salud podría tener efecto. El problema es que los establecimientos de salud de nuestra región están demasiado ocupados con la demanda cotidiana de la población y su atención está puesta en enfermedades más graves o de mayor incidencia, como el mismo dengue o la fiebre amarilla. Un control vectorial efectivo y la ampliación de la capacidad diagnóstica exigen que se doten más recursos humanos y físicos a los sistemas de salud.
Aun si se invirtiera más en el sector de la salud en los países de la región, este no podría enfrentar en solitario las consecuencias del descuido en otras áreas de la gestión pública, como la provisión y la gestión segura de agua potable, saneamiento y recolección y manejo de basura, que constituyen las soluciones más directas para toda enfermedad infecciosa transmitida por vectores. De igual manera, así como los gobiernos crean incentivos y mecanismos de protección para la industria y el sector empresarial, se vuelve pertinente que declaren a la proliferación de virus transmitidos por vectores como un área de inversión gubernamental prioritaria. Frente a la pérdida de bosques, los ministerios de ambiente podrían crear más y mejores incentivos para combatir los frentes activos de deforestación o minería ilegales. Para controlar el tráfico de tierras para vivienda, los gobiernos federales y centrales deben como mínimo exigir y apoyar una efectiva gestión de la expansión urbana en las ciudades; idealmente, deben luchar de manera activa contra el crimen organizado.
En ausencia de intervenciones directas para controlar la proliferación de mosquitos y otros dípteros, fiebres conocidas y por conocer continuarán afectando poblaciones humanas. Los gobiernos deben, en paralelo, identificar las enfermedades infecciosas que son de relevancia en la región, continuar aumentando la dotación de servicios básicos, y ampliar las acciones de otros sectores que tienen influencia en sectores de relevancia para la proliferación de vectores.
Autor
Asesora de ciencia y políticas en el IAI (Instituto Interamericano para la Investigación del Cambio Global) y miembro del Consejo Internacional de la Sociedad Global de Migración, Etnicidad, Raza y Salud.
Investigador de enfermedades infecciosas integrando diagnóstico molecular y mapeo espacial. Doctor en medicina humana y PhD en ecología de enfermedades infecciosas.