La estrategia de Claudia Sheinbaum frente a Estados Unidos se basa, razonablemente, en que a ella le pidan cuentas de su gobierno de ahora en adelante. Ella, sin embargo, cuando lo necesita, vuelve atrás una y otra vez, ya sea para cuestionar a los “conservadores” o exaltar la obra del hasta ahora “mejor presidente de México”, y, desde ese pódium retórico, busca construir acuerdos con el gobierno de Donald Trump. Sin embargo, Trump, en el caso de México, va del pasado al presente para construir el futuro de su proyecto político MAGA (“Make America great again”). Esa carrera imperial, para muchos insensata e irracional por los efectos que tiene en la economía estadounidense, no parece tener punto intermedio. Eso explica la constante inestabilidad en la relación entre estos socios comerciales.
En esa problemática relación, los negociadores mexicanos han ido cediendo en temas de migración. Han blindado la frontera para impedir los flujos de migrantes caribeños, centroamericanos y sudamericanos que buscaban llegar a la Unión Americana causando cuellos de botella en nuestras fronteras, han contenido los flujos de fentanilo a los mercados de la droga estadounidenses y han extraditado a capos que purgaban penas en nuestros penales.
El gobierno de Sheinbaum ha asumido aranceles en aquellos productos no contemplados en el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), y ahora está sin capacidad para reaccionar ante el 30% a todas las exportaciones mexicanas, incluso con la amenaza de que pueden bajar o subir en función de los resultados de las acciones que lleve a cabo el gobierno. Y, además, tampoco puede reaccionar ante algo que cada vez es más visible, como es el control del territorio y las aguas territoriales en la lucha contra las mafias de piratería, drogas, huachicol, lavado de dinero que se manifiesta en detenciones, decomisos, intervenciones financieras y control sobre el ingreso de precursores químicos para la producción de drogas de diseño.
En el tema donde parece más renuente a ceder es en el de la base política del crimen organizado. Las acciones proactivas y sustantivas contra las mafias remiten irremediablemente al gobierno de López Obrador y su política permisiva de “abrazos, no balazos”. Este punto es el que el gobierno utiliza para presionar: va por más contra las mafias porque lo contrario podría significar una crisis de gobierno de grandes proporciones, ya que López Obrador sigue teniendo control sobre la estructura política y cualquier fallo en contra lo vería como una traición a su proyecto político transexenal. Es el ideal de estar 40 años en el gobierno, como pronostica el senador Fernández Noroña.
En cambio, podríamos decir que en la “negociación bilateral” México ha recibido solo incertidumbre, porque pareciera que, cuanto más da, más se le exige del otro lado de la frontera norte, lo que muestra que lo que acuerdan los negociadores de los lados en difíciles negociaciones es tumbado de un plumazo. Por lo tanto, lo que esgrime la presidenta Sheinbaum cuando afirma que quiere “una relación de iguales” se queda solo como un mantra en las conferencias mañaneras.
Eso podría estar provocando problemas en el gabinete. Hace algunas semanas corrió el rumor de que Juan Ramón de la Fuente abandonaría la cancillería porque no estaba dando los resultados esperados o no estaría de acuerdo con la política bilateral. Y la verdad es que, en medio de estas estrategias, ¿quién podría obtener mejores resultados?
Entonces, la pregunta que se desprende de estas estrategias de suma cero —donde lo que pierde uno lo gana otro— es qué tendrían que hacer los negociadores mexicanos para lograr un punto intermedio consolidado entre las dos posturas. Tienen dos opciones.
La primera es seguir en la línea hasta ahora sostenida de ceder para favorecer la agenda MAGA, lo que pasaría principalmente por entregar a todos aquellos políticos y empresarios que directa o indirectamente han permitido la expansión de los carteles de la droga en los mercados estadounidenses.
La segunda es enrollarse en la bandera nacional y reforzar el discurso nacionalista que cada vez más escuchamos en la presidenta Sheinbaum, o estimular acciones simbólicas. Al fin y al cabo, somos un país plagado de símbolos, como los que vimos contra la dúctil gentrificación en la Ciudad de México, donde manifestantes organizados inesperadamente esgrimieron los gritos setenteros anticolonialistas de “¡Fuera gringos!”, “¡Gringos, go home!” La realidad es que quienes gentrifican pueden ser perfectamente mexicanos que llegan a rentar o a comprar inmuebles en los barrios tradicionalmente de la clase media capitalina.
Hasta ahora la administración Sheinbaum juega con las dos posturas. Por un lado, libera una orden de aprehensión en contra de Hernán Bermúdez Requena, ex secretario de Seguridad Pública durante el gobierno del poderoso líder de la fracción morenista en el Senado de la República, por el vínculo con el cártel La Barredora, una franquicia local del también poderoso Cartel Jalisco Nueva Generación, que llevó la violencia a ese estado del sureste mexicano.
En cuanto a las expresiones antiyanquis en una gira por el noroeste del país, la presidenta Sheinbaum en varias ocasiones manifestó un “no al intervencionismo” y exigió “respeto a la soberanía” en clara equidistancia con el “Yanqui go home” de las calles de la Ciudad de México.
El gobierno de Claudia Sheinbaum está sin duda en un serio dilema y con el tiempo encima, pues, si bien se renovó por 90 días la aplicación del arancel para todas las exportaciones mexicanas, sigue firme la espada de Damocles de que la administración Trump siga presionando y logrando concesiones sin garantías de que, una vez obtenido lo exigido, no vaya a pedir más, especialmente en el tema crucial de los narcopolíticos de Morena. O sea, los 90 días serán un respiro para México, pero también un calvario para los negociadores nacionales.
Entonces, luego de esos 90 días, sabremos cuáles son las decisiones ejecutivas que tomará Sheinbaum para responder a la dialéctica de Trump de subir o bajar aranceles en función de los resultados en la lucha contra la migración irregular y el tráfico de fentanilo, y es que esta droga de diseño, más allá de sus terribles componentes, tiene más el hasta ahora intocable ingrediente político.
Y es allí donde patina la relación bilateral, porque Sheinbaum no quiere ir contra sus camaradas, y además, si quisiera, no tiene el poder, ni la voluntad de hacerlo, y eso lo saben en Washington. Y por eso dosifican las cargas políticas y mediáticas contra un gobierno que en otros temas ha estado dispuesto a cooperar con el proyecto MAGA y, visto, en perspectiva latinoamericana, va contra la izquierda los gobiernos de Brasil, Colombia y Venezuela.