Vivimos una época de transición, con constantes turbulencias y contrastes. Somos muchos los que tenemos la convicción de que las crisis se superan mediante la cooperación y el esfuerzo mancomunado, para lo cual la solidaridad del ser humano juega un rol aglutinante que permite el acople de los engranajes. El padre de la sociología moderna, Emile Durkheim, advertía que, sin ese componente unificador, armonizador, la cohesión social se iría deshilachando hasta caer en mil pedazos. Hoy, esta distopía de un resquebrajamiento social general no deja de ser una posibilidad.
En este primer cuarto de siglo las tensiones parecen ir en aumento, vivimos una época en que las sociedades oscilan entre fuerzas centrífugas que intentan llevar hacia un centro solidario los pedazos dispersos, y fuerzas centrípetas, que dispersan las voluntades, dejando tras su paso desechos sociales. Una problemática amplia y general, con múltiples variantes y facetas, y con expresiones a nivel familiar, comunitario y social.
Comportamientos solidarios
Durante la pandemia hemos visto cómo en los niveles familiares y comunitarios las personas son capaces de generar comportamientos solidarios frente a la enfermedad. La resiliencia que genera la agencia solidaria en esos niveles es sin duda conmovedora y la tragedia humana sería aún más patente si no hubiese ese agenciamiento, pero las cosas se complican cuando abordamos el tema a nivel social.
Es a nivel macro que las colectividades o grupos humanos se convierten en masas anónimas. Es ahí donde hay mayores posibilidades de que se forme un “ellos” y un “nosotros”, y que “los otros” se reconozcan no mediante un contacto directo y palpable, sino de forma mediatizada, con narrativas teñidas de ideologías, prejuicios y malos entendidos.
Hoy por hoy, esta mediatización del otro está exacerbada por las redes y el sin fin de grupos y comunidades virtuales que se forman en ese mar de informaciones, desinformaciones, invitaciones al odio, teorías conspirativas y demás. El resultado es una fragmentación identitaria que hace difícil apelar a los lazos solidarios y por ende conformar proyectos colectivos a largo plazo. Más aún, no se trata sólo de que el otro sea mediatizado en un solo momento, sino que hay una constante batalla de calificaciones y descalificaciones que neutralizan o destruyen voces legítimas con voluntad de construir.
Nuevas tácticas políticas
La política es uno de los ámbitos más afectados y, a su vez, que más afecta por este fenómeno. Las nuevas tácticas políticas que ocupan el espacio mediático apuntan con insistencia a la formación de narrativas ancladas en el binomio amigo-enemigo. Lo que en otras épocas era establecer la diferencia entre una fuerza y otra haciendo referencia a la política pública, hoy se está replanteando en términos de un “nosotros” y un “ellos”, los que somos y los que no. Descalificaciones que pueden basarse en las identidades más generales como la religión, la etnia y la nacionalidad, o en las más específicas como los que creen en el derecho animal y los que no.
De hecho, el gran desafío para las campañas electorales actualmente, es poder por un lado crear la línea divisoria y descalificadora, para luego ir sumando los pedazos en el terreno propio. Se divide y se crean amalgamas que produzcan mayorías electorales. Esta táctica da resultados en el corto plazo, pero corre en detrimento de construcciones programáticas más sustantivas que le den a la política su cariz transformador a largo plazo. Con el peligro adicional que cuando esas amalgamas se construyen sobre identidades excluyentes del otro, es más probable que la polarización coyuntural implícita en cada período electoral se convierta en una polarización endémica que impida todo esfuerzo de reconstrucción.
Estas dinámicas pueden ser doblemente destructivas en momentos históricos como los que estamos pasando. En este nuevo ciclo político latinoamericano que se está abriendo paso, las grandes reformas serán ineludibles si queremos enfrentar los temas como la desigualdad, la pandemia o el cambio climático. Hoy, la solidaridad no pasa solo por ayudar al vecino o al hermano, sino que debe proyectarse en medidas mucho más complejas como el pacto fiscal, el fortalecimiento de sistemas de protección social, la transición a una economía verde, la multiculturalidad, el reconocimiento de la diversidad, entre otros. Todo ello, en democracia y con libertad.
La política ya no puede sólo hacerle el juego a la fragmentación identitaria premiando una gestión política transaccional. Se trata en todo caso de promover liderazgos y dirigencias políticas capaces de recuperar el sentido de nociones como “el interés público”, “el bien común” o la “voluntad general”. Términos que hoy por hoy son recibidos con enorme escepticismo y desafección, justamente porque el ámbito público está contagiado por la misma virulencia que aqueja al mundo de los fragmentos.
Cualquier concepto que nos remita a la idea de trazar una hoja de ruta para el Estado, requiere hoy de un doble esfuerzo si se quiere que pase por las distintas instancias del Gobierno. Los liderazgos que se van presentando para el nuevo ciclo no podrán dejar de constatar que la época que les tocará gestionar no será “normal”. Hay una elevación necesaria de la gestión política. Ello implica que inclusive los nombres que ya están en ruta para dirigir el nuevo ciclo, véase Guillermo Lasso en Ecuador, Gustavo Petro o Sergio Fajardo en Colombia, Lula y otros en el Brasil, tendrán que entrar con otro paradigma y sobre todo recuperar las ideas de equipo, política pública basada en evidencia y de pensamiento estratégico, con el fin de contrarrestar la fragmentación. Las incógnitas son innumerables, pero el margen de acción es sumamente estrecho, si se quiere recuperar ese centro solidario que nos permitirá superar el desafío.
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Foto de JorGe Loor Bowen en Foter.com
Autor
Cientista político, profesor del Programa de FLACSO en Paraguay y consultor en planificación estratégica. Fue director regional para A. Latina y el Caribe del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA). Magister en Ciencias Políticas por FLACSO–México.