Solo por existir un gobierno de Andrés Manuel López Obrador, sus partidarios, e incluso muchos de sus críticos, hablan del “nuevo régimen”. Si tomamos en serio los conceptos, y las distinciones entre ellos, la conclusión es otra. Hagamos un análisis tan preciso, claro, breve y sencillo como sea posible.
Para empezar, un gobierno y el régimen político son entidades diferentes, aunque algunos Gobiernos pueden ser efectos (directos) de un cambio de régimen o la causa de que un régimen cambie. El régimen de México no cambió en 2018 para que ganara AMLO ni ha cambiado en 2019 porque él haya ganado la Presidencia. Se están dando cambios en el régimen; no ha habido un cambio de régimen. Este segundo tipo de cambio ya había ocurrido, es la transición (por definición general, se trata del cambio de un régimen a otro) del autoritarismo de la hegemonía del PRI a la democracia de baja calidad y no consolidada del pluripartidismo electoral. Un cambio que el presidente y sus seguidores niegan, unos, por ignorancia, y otros, por conveniencia para su propia “épica”.
Si gobierno y régimen no son lo mismo, el segundo incluye o contiene al primero, que, a su vez, es distinto del Estado. Un gobierno, así sea el federal, no es el Estado. El régimen se correlaciona institucionalmente con la estructura estatal, y los gobiernos legales y constitucionales no pueden existir completamente separados del Estado y el régimen. Este, además, comprende tres sistemas: el sistema de gobierno, el de partidos y el electoral, o si no, solo hay más que un partido de Estado o no hay elecciones, los mecanismos formales e informales equivalentes para el acceso, distribución y abandono del poder. Para que cambie el régimen, en el sentido de cambio de régimen, tienen que cambiar esencialmente los tres o, cuando menos, dos de esos (sub)sistemas.
El presidencialismo priista dejó de existir, salvo como cultura o aspiración parcial»
1. ¿Ha cambiado el sistema de gobierno presidencial? ¿O ha dejado de ser presidencial el sistema de gobierno mexicano? La referencia tiene que ver con el presidencialismo como opuesto institucional formal del parlamentarismo, no con el fenómeno de la concentración metaconstitucional de poder en el presidente cuando era jefe del PRI hegemónico. El presidencialismo priista dejó de existir, salvo como cultura o aspiración parcial. El presidencialismo como la opción de “no parlamentarismo” es lo que estaba antes del régimen del PRI, lo que estaba y está en la Constitución y, por tanto, es lo que sigue existiendo.
En México, y no solo ahora, no hay parlamentarismo ni semipresidencialismo, tampoco un presidencialismo informal/metaconstitucional como el del llamado priato. Lo realmente nuevo, de hoy, por parte de López Obrador, es otro “estilo personal de gobernar” (Daniel Cosío Villegas dixi), un estilo presidencial que es presidencialista. Y es que AMLO encarna un código político-cultural propio del presidencialismo autoritario, de la época del PRI hegemónico en que ocurrió su formación como político. Ese régimen (las instituciones formales e informales fundamentales) murió, pero no la cultura que formó y protegió. López Obrador es un ejemplo.
2. Sigamos: ¿es Morena un partido hegemónico? ¿Ha cambiado el sistema de partidos? No y sí: ha cambiado porque no es más el sistema de tres partidos o “de dos partidos y medio” que existió por muchos años, pero no cambió a sistema de partido hegemónico. Como este punto lo he demostrado aquí mismo, paso a otra cuestión: ¿es partido de Estado? Si lo fuera, no existiría otro partido legal, o ningún otro partido sería relevante en ningún sector relevante. Sin embargo, Morena “ni siquiera” tiene la “aplanadora” legislativa que algunos ven. Sí tiene, precisamente, una “aplanadora” para reformas legales, pero no para reformas constitucionales, ya que carece de la mayoría calificada o el 66% de los asientos congresionales. Es un dato de la mayor importancia que no debe ser relegado.
Hay que insistir en lo que debería ser obvio: un partido de Estado controla al Estado. A todo o casi todo el Estado. Puede ser, circularmente, que quien controla el aparato estatal controla al partido estatal que exista. López Obrador tiene el control de Morena, pero ni el uno ni la otra tienen el control de todo el Estado. Morena no es el partido del Estado mexicano, es el partido del gobierno federal actual. El partido de López Obrador no es ni hegemónico ni estatal, porque, entre otras razones, depende de otras fuerzas para reformar o sustituir la Constitución. Y también se trata de fuerzas ajenas a la coalición del binomio AMLO-Morena. Ningún partido de Estado, así como tampoco uno hegemónico, sufriría tal dependencia sobre la decisión constitucional.
Si alguien “leyó” que Morena no es mucho más fuerte que otros partidos mexicanos de este siglo y que “todo está bien” con su poder, no se dijo eso. Morena sí tiene más poder que esos partidos; y su poder, si bien no hegemónico, significa riesgos y reales posibilidades de instaurar alguna versión de autoritarismo electoral. Es decir, no democracia, pero sí elecciones; elecciones sin la democracia como medio y fin (si hay democracia, hay elecciones, pero no porque haya elecciones, siempre hay democracia). Un régimen autoritario electoral es un régimen político con sistema electoral no democrático por no libre ni competitivo. ¿Regresaremos a algo similar? Es la gran pregunta, ya que no se ha dado ese regreso; depende de varios factores, como los resultados de la elección intermedia de 2021.
El sistema de partidos mexicano está pasando por un estado líquido: no ha transcurrido tiempo suficiente y, por tanto, tampoco experiencia para que el partido obradorista ocupe una posición más o menos definitiva o estable y sepamos cuál es o va a ser. La materia Morena (que no es la materia Oscura ni Lumínica de las creencias extremistas) no tiene aún estado sólido. Y podría pasar del líquido al gaseoso: Morena tiene un agudo problema de institucionalización, una fuerte dependencia de AMLO como figura personal, y el presidente no es un hombre joven… Ni su popularidad será eterna. López Obrador es Aquiles con un partido-movimiento, y por eso él es para su organización-masa tanto la fuerza como la debilidad. A mediano plazo, “el talón” de López Obrador es Morena por culpa del mismo AMLO.
3. Por último, ¿hemos cambiado de sistema electoral? No, incluyendo la mezcla “mecanísmica” de mayoría relativa y representación proporcional, aunque pareciera que al obradorismo le gustaría transformarlo. Hay intenciones y propuestas muy cuestionables para ello. Pero, hasta el momento, las elecciones no solo siguen, sino que también siguen siendo razonablemente democráticas, federalmente hablando (tal como lo eran antes de que ganara la presidencia López Obrador). Si el presidente y su partido buscan un cambio morenista de régimen político, esto es, no solo un cambio de régimen, sino un cambio pro-Morena, pondrán el acento en el espacio electoral; así: lanzar propuestas de reforma, avanzar en su mediatización, competir en medio del sistema electoral de este momento en las elecciones que correspondan, aumentar su poder electoral, y una vez que se haya conseguido el poder suficiente (relativo a la transformación de la Constitución), cambiar de sistema electoral. Está por verse si lo logran.
Resumiendo, ha cambiado el sistema de partidos, pero no hay un cambio ni transicionalmente suficiente ni políticamente definitivo; no han cambiado en esencia (tampoco en su forma legal definitoria ni en el fondo último) los sistemas de gobierno y electoral. Puesto de otro modo, si hubo cambio de sistema de partidos, pero no cambio de sistema electoral ni cambio de sistema de gobierno, tenemos uno de tres o dos cambios necesarios para el cambio de régimen. Tampoco ha cambiado la forma del Estado: no ha pasado de federal a central o unitario, aunque el federalismo sí está bajo ataque… Entonces, no ha cambiado el régimen: este año no hemos visto ni estamos viendo otra transición. O no aún.
Hay cuatro grandes falsedades políticas sobre el siglo XXI mexicano al día de hoy: falso que antes de AMLO había democracia, pero ahora no; falso que antes de AMLO no había democracia y ahora sí; falso que los mexicanos estemos viviendo bajo un nuevo régimen autoritario y falso que lo hagamos bajo uno nuevo y democrático. Esa moneda, con sus dos caras “transicionales”, sigue en el aire.
Autor
Cientista político, editor y consultor. Ha trabajado en el Centro de Investigación y Docencia Económicas - CIDE (Ciudad de México) y en la Universidad Autónoma de Puebla.