Los resultados electorales de Bolivia, más allá de las interpretaciones triunfalistas o fatalistas de cada lado del espectro ideológico, constituyen, primero, una señal de que las instituciones liberales del país andino aún cuentan con salud, y segundo, que la economía tiene un impacto tremendo en la configuración política del país.
En una especie de segunda oportunidad para la élite política tradicional boliviana, un expresidente (Jorge Quiroga) y el hijo de un expresidente (Rodrigo Paz) se disputan la segunda vuelta en Bolivia. Sin importar quién gane, lo que definirá el futuro político del país es cómo la élite política boliviana logre resolver los profundos problemas en el área económica y generar crecimiento e inclusión social.
De la inestabilidad crónica al ascenso del MAS
Estos problemas no son nuevos. Bolivia ha sido considerada uno de los países más pobres y políticamente inestables de América Latina. Según los datos registrados por el Cline Center for Advanced Social Research de la Universidad de Illinois, Bolivia tiene el dudoso privilegio de ser el país con más golpes de Estado de la región, con más de 40 desde el año 1947 (sumando tanto los fracasados como los exitosos). Individualmente, supera a cualquier país africano en esta categoría.
Durante los años 80 y 90, tras la salida de un período convulso marcado por dictaduras militares tanto de derecha como de izquierda, y una crisis económica, con hiperinflación incluida, gestada en el gobierno de izquierda de la Unidad Democrática y Popular (UDP), el sistema político se articuló en torno a tres partidos: el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), Acción Democrática Nacionalista (ADN, de orientación conservadora) y el Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR).
Durante ese período, ninguno logró alcanzar mayorías absolutas —oscilaron entre el 20% y el 30% de las preferencias electorales—, por lo que las alianzas parlamentarias eran indispensables para gobernar.
No obstante, los malos resultados de las políticas de privatización a finales de los 90 y principios de los 2000 erosionaron esos modestos avances en estabilidad política. Esto favoreció el ascenso de Evo Morales, líder sindical cocalero, quien supo canalizar el voto protesta y la frustración con la élite política tradicional con su partido político Movimiento al Socialismo (MAS).
La victoria de Morales, con más del 50% de los votos en 2005, fue sorpresiva y representó la más contundente de la historia política reciente del país. Además, su legitimidad le permitió impulsar la convocatoria de una Asamblea Constituyente en 2009 y transformar el Estado boliviano, que pasó a llamarse Plurinacional, en un contexto que era especialmente favorable debido al boom de commodities impulsado por la alta demanda china.
El ciclo de hegemonía y caída de Morales
Las reformas ampliaron la representación indígena y extendieron el poder presidencial. El sistema judicial superior pasó a ser escogido por voto popular. Durante este periodo, la hegemonía de Morales fue total, y muchos politólogos han calificado su régimen como una forma de autocracia electoral o autoritarismo competitivo.
Sin embargo, el límite a la reelección indefinida resultó ser un escollo importante, que nos recuerda la importancia de las instituciones y su capacidad para moldear el comportamiento político. Morales intentó franquear esta barrera con un referéndum en 2016, en el que se rechazó su intento de habilitarse, pero luego el Tribunal Constitucional avaló su candidatura, lo que fue ampliamente cuestionado.
La crisis que puso a Morales fuera del poder se originó durante el conteo de los resultados en las elecciones de 2019. Después de una campaña complicada, cuando los primeros boletines señalaban una inédita segunda vuelta, se interrumpió intempestivamente la publicación del conteo preliminar. Al reanudarse, Morales apareció como ganador en primera vuelta, lo que generó acusaciones de fraude. Un informe de la Organización de los Estados Americanos indicó irregularidades significativas, lo que desató una crisis política que culminó en su renuncia apoyada por altos mandos militares.
El MAS pareció deslegitimado, pero la mala gestión de la presidenta transitoria, Jeanine Áñez, y la crisis económica de la pandemia le dieron nueva vida. Morales, impedido legalmente de competir, logró apadrinar la candidatura de su ministro de Economía, Luis Arce, quien resultó electo en 2020.
Sin embargo, la sombra de Morales se mantuvo. Su ambición de volver al centro político lo llevó a colisionar tanto con Arce como con el resto de su partido político, el MAS, al cual renunció finalmente en febrero de este año, después de incentivar protestas contra el gobierno e incluso soltar amenazas veladas de una posible guerra civil.
La fundación del nuevo partido, Evo es Pueblo, mostró la dimensión del carácter personalista y caudillesco de Morales, a pesar de que su exvicepresidente, Álvaro García Linera, siempre intentó venderlo como un representante de los movimientos sociales e indigenista que gobernaba bajo la premisa de “gobernar obedeciendo”.
Crisis económica, segunda vuelta y el futuro incierto
Durante la administración de Luis Arce se agravó la crisis económica: inflación entre 20% y 25%, escasez de combustible y dólares, reservas internacionales casi agotadas, y déficit fiscal cercano al 11% del PIB. La producción de hidrocarburos cayó drásticamente y Bolivia, a pesar de ser un importante exportador de gas, comenzó a depender cada vez más de importaciones. En este contexto, en junio de 2024 se registró un intento de golpe fallido por parte del general Zúñiga.
Finalmente, la crisis económica y política ha destruido la hegemonía de 20 años del MAS. Su colapso ha sido monumental: su candidato obtuvo solo alrededor del 3% y desapareció del Senado. Por otro lado, el voto nulo llegó alrededor del 18%, un récord impulsado por el llamado de Morales. Se convocó una segunda vuelta para octubre, algo inédito desde la instauración de la democracia en Bolivia.
El futuro político del país andino aún está por definirse en esas futuras elecciones, pero hay dos interrogantes decisivos. En primer lugar, si el nuevo gobierno será capaz de reordenar la economía y reactivar el crecimiento sin provocar tensiones sociales desestabilizadoras. En segundo lugar, cuál será el rol de Evo Morales, quien con su nuevo partido podría intentar recuperar protagonismo articulando, como en el pasado, la movilización social disruptiva con la participación electoral.
Que la élite política boliviana sea capaz de superar intereses de corto plazo para garantizar el futuro del país será crucial.