A pesar del pesimismo y el enfriamiento de las relaciones argentino-brasileñas desde que Milei asumió la presidencia, los líderes del Palacio San Martín y del Itamaraty han logrado mantener cierta cordialidad y funcionalidad.
Una curiosa ironía la pretensión de reinsertarse en un mundo que ya no existe, y pelearse a cada paso con el mundo que sí existe y del que formamos parte.
Luego de cuarenta años, el contraste entre las esperanzas de ayer y la decepción del presente, explica en buena medida el ascenso de un “gobierno de opinión” que sustenta al presidente Javier Milei.
Milei está rompiendo con una tradición pacifista, razonada y equilibrada de la política exterior argentina para proyectar su propia imagen en el mundo, y no la del país.
En seis meses, Milei no ha podido aprobar ninguna ley en el Congreso debido a su abrumadora minoría parlamentaria, pero también a su demostrada incapacidad política para gestar alianzas.
A 6 meses del gobierno de Milei, la reconfiguración de las relaciones entre los gobernadores de las provincias y el jefe del Ejecutivo nacional indica la emergencia de un “nuevo contrato federal” y de nuevos lazos de solidaridad entre gobernadores de diferente perfil político.